viernes, 27 de julio de 2012

Poniendo cara al machismo


Ana Calvo Álvarez. Educadora de Fundación Pioneros.

La igualdad de género va más allá de la equiparación de lo femenino con lo masculino, también conside­ra lo femenino como riqueza, afirma la libertad femenina y atiende a la singularidad y pluralidad de las mu­jeres. Las mujeres son más del 50% de la población general. Por tanto, no se las puede seguir tratando como colectivo. De ahí que lo mas­culino deba ya dejar de ser consi­derado como referencial universal y medida de la experiencia humana (Androcentrismo).
Una de las trampas del patriarcado que ha hecho desvirtuar la imagen de la igualdad, es promocionar la idea de que beneficia solamente a las mujeres. En realidad, es una apuesta más amplia a favor de la sos­tenibilidad social y calidad de vida. La igualdad entre mujeres y hom­bres empezó a ser un objetivo ins­titucional (y no solo de organizacio­nes feministas y de mujeres), a partir de la creación del Instituto de la Mu­jer en 1983. Además, la desigualdad y la discriminación de género son incompatibles con la democracia.
Otra de las trampas viene definida por aquellas personas que defien­den que la igualdad de género exis­te afirmando que “hoy en día hay igualdad”. Ni en términos de poder, ni de visibilidad, ni de remuneración económica, ni en lo que respecta a la seguridad ni a la salud hay igual­dad. Tampoco en el uso del tiempo, al valor que se concede al trabajo en el ámbito público y privado, la promoción profesional o la violencia de género (Espido Freire, 2005). Este es el formato actual de la desigual­dad. Por tanto, no podemos hablar de equidad a pesar de los avances legislativos. A 25 de junio de 2012, 26 hombres han asesinado a sus compañeras, novias, mujeres o ex­parejas porque sí. Porque ellas deci­dieron denunciar, porque llevaban la falda demasiado corta, porque la sopa estaba fría o porque simple­mente él era todo lo que necesitaba ella. (http://ibasque.com/mujeres-muertas-en-espana-por-violencia-machista/)
Cuando hablamos de “espejismo de igualdad” nos referimos a que de­terminados logros (derecho al voto, el acceso a la universidad cierta re­presentatividad en el ámbito políti­co, social, cultural, etc.) se asumen como universales. Sin embargo, ac­tualmente la desigualdad nos habla de que la situación de desempleo en términos generales tiene ros­tro de mujer, también la pobreza, la reducción de jornada, el mayor tiempo de cuidado hacia los y las menores, etc. (Véase: www.elmundo.es/elmundo/2011/09/21/ alicante/1316618673.html).
Otra de las falacias del patriarcado consiste en afirmar que la igualdad es la igualdad de oportunidades. El re­conocimiento de la igualdad de dere­chos no implica su puesta en marcha en la sociedad. Por lo tanto, las muje­res se ven limitadas en el disfrute de los derechos civiles y sociales. Lo que evidencia que el mero reconocimien­to de los derechos no es suficiente. Hay que erradicar todas estas discri­minaciones. Es necesario implemen­tar políticas de igualdad orientadas a superar la discriminación y garantizar la igualdad. La ley orgánica 3/2007 de 22 de marzo para la igualdad efecti­va de mujeres y hombres establece el fundamento jurídico para avanzar hacia la igualdad efectiva en todos los ámbitos de la vida social, econó­mica, cultural, etc.
Una “mirada feminista” de la rea­lidad permite analizar el mundo desde una perspectiva en la que las mujeres puedan darse cuenta de los micromachismos a los que se ven sometidas a diario en su vida. Tanto a hombres como a mujeres les pue­de proveer de herramientas para identificar mensajes sexistas dados en los medios de comunicación, la escuela, la familia y que contribu­yen a una socialización de género. La “mirada feminista” también anali­za el proceso salud-enfermedad en clave de género, el uso desigual del tiempo, la diferente atribución del valor del trabajo dependiendo de si se da en el ámbito privado o pú­blico, análisis de la brecha salarial, el fenómeno de la prostitución, etc.

viernes, 20 de julio de 2012

Crisis de la participación de las familias


Kilian Cruz-Dunne. Vocal de la Junta Directiva de Fapa-Rioja.

Desde la Federación de APAs somos conscientes de que las familias tie­nen en su ‘debe’ numerosos proble­mas que hay que solucionar:
La crisis del asociacionismo, cues­tión clave para revitalizar la comu­nidad educativa, el agarrotamiento ante los constantes cambios socia­les y culturales que nos rodean, la aceptación inexcusable del fracaso escolar como una parte estructural del sistema, el miedo ante la exce­siva burocratización del sistema educativo, delegación en la escuela de excesivas funciones educativas, crítica y subvaloración de prácticas orientadas hacia las tareas educa­doras, conocer que existen actua­ciones contrastadas que llevan ha­cia el éxito escolar…
No es sino a partir del trabajo sis­temático en las clases, en las tuto­rías… donde se va creando la cultu­ra participativa. Por ello, Fapa-Rioja quiere que se otorgue un impulso importante a los sectores (de uno y otro bando) preocupados cons­tantemente por mejorar y solucio­nar los problemas que acucian al mundo educativo en la actualidad (abandono y fracaso escolar, falta de motivación y participación, etc). Recordemos asimismo que la inte­rrelación de la crisis de la docencia y de la educación tiene como con­secuencia la posibilidad de romper ese desequilibrio por nuestros esla­bones más cercanos.
La relación de las familias con el cuerpo docente no debe circunscri­birse a acciones individuales (tuto­riales, de aula, festivos…) sino que habría que potenciar una mejor presencia en ámbitos grupales (con­sejos escolares, comisiones), puesto que son mejorables. Las deficiencias del funcionamiento de este órgano de participación, así como el grave desconocimiento de la normativa legal básica, fomentan el desinte­rés y son fuente frecuente de con­flicto de intereses: muchas veces, los consejos escolares son artificios para teledirigir los centros desde la Administración, y no permitir el gobierno desde los estamentos im­plicados. Un ejemplo son las normas que recortan el ámbito de decisión de las familias, así como la exigua autonomía que los consejos tienen respecto a una Administración que los inunda de burocracia y excesiva regulación normativa.
Aunque formalmente existan ór­ganos de participación como los consejos escolares, el marco legal es insuficiente. Ello empuja a que las fa­milias, como usuarios de un servicio y partícipes directos de la educación de sus hijos, no sienten excesiva ne­cesidad de participar en el centro educativo (puesto que no hay resul­tados reales y garantistas).
La realidad es que las competencias y composición de los consejos esco­lares han ido reduciéndose desde su implantación, tanto en la legislación nacional como en la autonómica. A modo de ejemplo: la última norma­tiva que hace referencia a los regla­mentos de los consejos escolares de nuestra comunidad eleva la repre­sentación del sector de docentes por encima del mínimo, produciendo la paradoja de que para obtener mayo­ría cualificada no es necesario contar con el voto de las familias, escolares o representante del ayuntamiento.
La mayoría de las veces se tiene la impresión de que los centros perte­necen solo a los profesores y que los demás sectores apenas cuentan; ¿es realmente el centro escolar una comunidad participativa? El punto de vista de Fapa-Rioja asume que, lamentablemente, la participación a la que se alude teóricamente consis­te en que las familias se preocupen de los escolares y poco más. Lo cual no tiene nada que ver con la partici­pación entendida como la interven­ción solidaria de toda la comunidad educativa en el control y la gestión del centro.
Desde Fapa-Rioja solicitamos un aprovechamiento máximo de estos mecanismos de participación legal­mente establecidos para generar situaciones en las que las familias podamos participar -realmente- en la elaboración de planes de mejora de la calidad de la enseñanza. No olvidemos que el centro educativo es la célula básica de la democracia educativa, y que la Administración debe profundizar y desarrollar este aspecto participativo.

viernes, 13 de julio de 2012

Atravesar el alma educando en arte


Patricia San José Torga. Profesora de Artesanía en CCEE Los Ángeles y Especialista en Arteterapia Transdisciplinaria.

Crear es una terapia para el alma. Las manchas, los colores, las for­mas, las texturas son parte de los paisajes que construimos y que habitamos. El juego, la melodía que suena al andar por cada uno de ellos. El arte, más allá de la edu­cación, es una forma de sentir y de vivir descubriendo nuestras capaci­dades.
Cada día llego al aula y espero, con la inquietud que te da la sorpresa, a que los alumnos de transición a la vida adulta asomen su cabeza para comenzar a trabajar. Una parte de la planificación del taller de arte­sanía nos permite desarrollar pro­yectos artísticos para presentarlos a concursos. Es ahí donde aprovecho para explorar con ellos el mundo del arteterapia.
“¿Qué hacemos? ¿qué color utilizo? ¿por dónde empiezo?” son pregun­tas habituales al comenzar el tra­bajo que encuentran su respuesta en el juego. De pronto aparece el silencio vergonzoso acompañado en ocasiones por los “no sés” derro­tados. Entonces, una lluvia de ideas puede conformar un puzzle lleno de aconteceres y temas a tratar. Es así como el arte, en cualquiera de sus formas, expresa lo que no se puede decir con palabras. Es un lenguaje que, al no tener las mis­mas reglas que el lenguaje verbal, facilita la expresión verbal a través de los símbolos. Nos permite así dar forma a lo vital, a la interrogación, a los deseos, a la comunicación y a los múltiples personajes que ha­bitan en el interior de cada uno. El arte es un medio común a todos: el ser humano aprendió a bailar y pin­tar antes de hablar.
El arteterapia enriquece la expe­riencia plástica y visual, haciendo que trascienda para llegar a todos los lugares y a todas las personas ampliando sus horizontes hasta límites inimaginables. También fo­menta la autoexpresión para otor­gar un espacio de sana convivencia, socialmente aceptable y una opor­tunidad de expresión creativa libre.
El elemento esencial en todo el pro­grama artístico es la persona. Trazar esa malla cercana que llega a ser afectiva es nuestro primer impulso. Sentir que algo resuena, vibra y late en tu corazón. El proceso artístico es una experiencia de sentimiento y aprendizaje y es nuestro deber alimentar el espíritu creador de los alumnos favoreciendo las condicio­nes ambientales para que la expe­riencia artística tenga lugar.
En el terreno del arteterapia no es tan importante el resultado final sino el proceso, hay que observar con detenimiento lo que se halla en ese camino en el que se pueden en­contrar escollos que hay que apren­der a resolver; hallar el momento de descanso para contemplar lo que se está creando, llegar hasta algo nuevo, desconocido.
El arte no puede tratar de competir con temas académicos, el arte debe mantener su esencia y permanecer siendo básicamente humano, debe ser el lugar al que dirija sus ojos el alumno sin la preocupación de que su trabajo sea evaluado, ni la sen­sación de que tiene que actuar de acuerdo con los cánones de otros.
La experiencia me dice que los diversos espacios educativos hay que llenarlos de corazón, de cuer­po, de arte, de vida y de experien­cias, luchando contra la pesadum­bre y el aburrimiento para que cada día aprendamos con alegría y entusiasmo permitiendo que las emociones que nuestros alumnos tienen, se expresen libremente en el aula. Lo mejor en este caso, es descubrir en cada paso, que el as­pecto rehabilitador y terapéutico del arte en el aula, empieza a que­darse corto en los alumnos. Porque quieren aprender más, se sienten bien y quieren dedicar más tiempo a expresar, a comunicar y a crear, porque quieren ser artistas.


viernes, 6 de julio de 2012

Reforma de la Ley penal del menor II


Javier Navarro Algás. Gerente de Fundación Pioneros.

Pienso que en círculos profesiona­les se considera que la actual Ley es útil en la gran mayoría de los casos al destacar como uno de sus principios rectores el interés supe­rior del menor y combinar la res­puesta penal con la educativa. Por supuesto, también es mejorable en otros aspectos como, por ejemplo, la inmediatez en la aplicación de las medidas judiciales o un mayor uso de la mediación extrajudicial.
Me gustaría insistir en que abor­dar la cuestión desde un enfoque educativo no quiere decir restar importancia al delito o ignorar el sufrimiento provocado. Bien al contrario, creo que es necesario que los menores sean conscientes del daño que han causado a sus víctimas y que lo afronten con res­ponsabilidad.
Ahora bien, tan solo un porcentaje muy pequeño de los casos preci­san de un internamiento en centro cerrado y solo en contadas excep­ciones la gravedad y crueldad del delito son tales que trascienden a los medios de comunicación. Es por ello por lo que al plantearse una reforma de la Ley ha de re­flexionarse desde una perspectiva de conjunto y con el apoyo de da­tos contrastados.
Creo que está aceptado que la cár­cel, pese a las ingentes cantidades económicas invertidas en ella y al esfuerzo de muchos funcionarios de prisiones y otros profesionales y voluntarios que intervienen en ella es, como respuesta reeducativa, un fracaso. Por ello debiéramos poner mucho cuidado en que un modelo que no funciona en adultos inspire la manera de hacer las cosas con los menores.
Así, medios de comunicación es­critos y audiovisuales han puesto de manifiesto actuaciones con me­nores que deben ser cuestionadas porque están lejos de ser educati­vas. Ente ellos, el programa “Docu­mentos TV: Menores y guardianes”, producido por Televisión Española, el corto “La Tama”, galardonado por Telemadrid o el informe del Defen­sor del Pueblo.
El hecho de que muchos menores con medida judicial provengan del fracaso escolar y un buen número hayan pasado por instituciones de protección debe conducirnos a formular nuevas propuestas de actuación si queremos mejorar. Y a plantearnos qué modelo de socie­dad estamos construyendo ya que cada vez hay más jóvenes que no encuentran su espacio en ella.
Muy a menudo exigimos integra­ción y responsabilidad a menores que tienen que hacer frente en soledad e ignorancia a todo un universo de desprotección emo­cional, económica y de medios de promoción social, a veces en entornos de negligencia, permisi­vidad e incluso maltrato. También exigimos a las familias compro­miso cuando no han recibido ni la educación ni las herramientas para poder llevarlo a cabo. Y no solemos preguntarnos qué ex­perimentaríamos como padres si nuestra hija o hijo cometiese un delito.
Finalizo insistiendo en la misma idea que cerraba la primera par­te: El reto consiste en buscar con­sensos a partir de experiencias y modelos educativos exitosos asumiendo nuestra parte de res­ponsabilidad en el problema. Y la meta, proponer respuestas efica­ces y justas que respeten nuestra dignidad como sociedad.