Eva Lacarra Córdova. Educadora Social
y Pedagoga.
Materializar la pedagogía coeducativa en los centros
escolares no es tarea fácil. A menudo nos encontramos con que los agentes
educativos presentan resistencias procedentes del desconocimiento, de la normalización
de los valores y comportamientos tradicionalmente asignados a mujeres y a
hombres. No suelen ver la necesidad de trabajar la igualdad en las aulas, ya
que parece que con la introducción de contenidos transversales que aborden el
tema y la escuela mixta como modelo educativo ya se ha conseguido erradicar la
desigualdad entre los sexos. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Aún
nos queda mucho camino por recorrer, prejuicios y actitudes que cambiar, ya
que vivimos en una sociedad donde el sexismo cultural e ideológico está
fuertemente arraigado.
Todo ello es lo que pretendemos deconstruir mediante la
coeducación, de forma que las diferencias biológicas no se conviertan en
desigualdades y se fomente en niñas y niños un desarrollo integral libre de
barreras y estereotipos de género. Se va a cuestionar el modelo androcéntrico
dominante (el hombre como medida de todo), utilizando diversas claves y
herramientas para poner en práctica.
El modelo coeducativo reconoce la enorme influencia de los
condicionamientos de género, tanto en niños como en niñas, y para superarlos
aplica medidas concretas que los compensen.
Es necesario asumir que la escuela parte de una perspectiva
masculina como parámetro de estudio y análisis de la realidad, lo que conlleva
la existencia de un curriculum oculto, formado por comportamientos y
pensamientos que contribuyen a reproducir modos de relación estereotipados y
sexistas. Este curriculum oculto se transmite de forma inconsciente y refuerza
la infravaloración de los caracteres considerados como “femeninos” (sumisión,
ternura, dependencia), frente a la mayor valoración de lo socialmente asumido
como “masculino” (fuerza, agresividad, independencia). Solo si logramos
identificar esta amalgama de prejuicios ocultos podremos desmontarlos y
reconstruir un espacio donde estos valores no aparezcan jerarquizados, sino que
coexistan en un plano de igualdad y se respeten las diferencias entre las
personas.
La hegemonía de lo masculino también se refleja en los
libros de texto, donde es frecuente la minoritaria presencia de mujeres en los
campos de la historia, la ciencia o la literatura.
Es muy importante revisar el uso sexista del lenguaje en
toda la documentación que se maneja en el centro educativo y en las relaciones
con el alumnado. A través del lenguaje se transmite nuestra cultura, por lo
que debemos ser incluyentes al expresarnos y hacer un uso coeducativo de las
palabras.
Debemos prestar atención a otros aspectos relativos a la
vida escolar: cuidar los estereotipos en la decoración del centro o en los
documentos escolares; observar qué uso hacen chicos y chicas de los espacios
del centro y ver cómo se configuran las relaciones de poder en los espacios
libres; comprobar quiénes ocupan las canchas deportivas, qué tipo de juegos
hacen o si se mezclan chicos y chicas; abordar adecuadamente las
manifestaciones de violencia, analizando el tipo de agresiones que se producen
(si existe acoso sexual) y prevenir la violencia de género.
Es necesario establecer con las familias espacios de
formación que incorporen estos enfoques metodológicos con el objetivo de que
fomenten la corresponsabilidad y reflexionen sobre el reparto de tareas en casa
o sobre las distintas normas impuestas a niños y niñas.
La tarea es ardua y las dificultades múltiples, pero cada
vez somos más las y los que pensamos que la igualdad de género hay que ir
forjándola desde la primera infancia y la escuela es el lugar idóneo para
ello. Sigamos entonces formándonos y actuando.