viernes, 30 de diciembre de 2011

La importancia de los valores laborales


 Inmaculada Espila Aguado. Responsable del Área Sociolaboral de Fundación Cáritas Chavicar.
Son muchas las interpreta­ciones que podemos dar a la educación en valores. Son tér­minos, elementos que están presentes (o debieran estar) en todos los ámbitos que confor­man a la persona.
Desde nuestra perspectiva pro­fesional intentaremos acercar­nos tímidamente a lo que co­nocemos como la educación en valores laborales.
Nos realizamos la siguiente pre­gunta de partida: ¿qué se nece­sita para optar y mantener un puesto de trabajo?
La respuesta rápida es sencilla: “que sepa desempeñar bien sus tareas”.
Nuestra experiencia nos mues­tra cómo lo conocido como formación o capacitación profesional facilita el acceso a un trabajo pero no nos garantiza su mantenimiento si esa capacitación no viene acompañada de algo más, de los valores laborales.
El acceso a un trabajo precisa formación laboral pero tam­bién formación en valores. El mercado ordinario necesita la capacitación para el desempe­ño de las tareas, pero también necesita:
  • La capacidad de escucha y de comunicación, adaptabi­lidad, iniciativa ante un obs­táculo imprevisto, autocon­trol, confianza, motivación, saber trabajar en grupo…

Muchas veces nos hemos en­contrado con empresarios que nos han dicho: “necesito contratar a alguien que sea buena persona y trabajadora, con eso me conformo, ya me ocuparé yo de enseñarle el tra­bajo”.
Todos estos elementos se van adquiriendo a lo largo del pro­ceso de maduración personal en entornos sociales y familia­res, vamos a decir, estables (o algo estables).
La realidad es que muchas per­sonas fracasan en la búsque­da de empleo por la falta de estos valores (o por ser inade­cuados) a pesar de ser “un gran carretillero”.
Ahí es donde ha estado siem­pre presente nuestra entidad. Con esa persona que necesita que le ayudemos a recuperar, a consolidar estos “otros” elementos laborales, que im­piden que sea independiente en la gestión de su vida laboral.
Seguimos y seguiremos apos­tando por la formación, por la educación, por los valores laborales y sobre todo, por las personas que nos necesi­tan.


viernes, 23 de diciembre de 2011

La relación entre tutores y padres

Javier Alonso García. Periodista y Patrono de Fundación Pioneros.



Considero que la relación entre tutores y padres es insuficiente. La clave está en haber asumido el “problema” como único fac­tor que la justifica. Si los chicos “van bien” esta relación parece carecer de sentido.
Las dos partes estamos fallan­do:
  • Los padres nos involucra­mos poco en el centro (en las elecciones al Consejo Es­colar del instituto de mi hijo votamos… 24 de unos 1.000 padres censados. Si nos po­nemos nota, tendríamos un 0,25 sobre 10. Muy deficien­te). Delegamos la responsa­bilidad sobre la educación: para muchos padres no solo los centros de infantil son aparcaniños sino que am­plían el parking a toda la etapa educativa. El grado de compromiso con la educa­ción de nuestros hijos, que ya es bajo en Primaria, se reduce al mínimo en la ense­ñanza media, y más cuando superan los niveles obliga­torios. Que ellos, adolescen­tes o rebeldes jóvenes, pa­sen de nosotros no significa que nosotros debamos pa­sar de ellos. Y, por último, nos escabullimos cuando se nos llama a participar en las actividades de nuestros cen­tros. Generalizar es injusto, porque existen padres muy comprometidos, pero creo que damos un mal ejemplo a nuestros hijos. No pode­mos pedirles compromiso si el nuestro es tan bajo. Les pedimos que hagan sus de­beres y nosotros no hace­mos los nuestros. Así pues, ¿cuál es nuestra relación con el tutor? Acudimos, no todos, a las reuniones de aula; y solo volvemos a ver­les (temerosos ante un se­guro problema) cuando nos llaman. Si nuestros hijos van bien no consideramos nece­saria la reunión. Así que, en el mejor de los casos… hasta la reunión de aula del próxi­mo curso.
  • Los tutores tienen igual o más responsabilidad. Conoz­co casos de padres que con­ciertan citas con los tutores cuando los chicos van bien. No conozco ningún caso (se­guro que existen) en que el profesor tome la iniciativa en la misma situación. Los profesores deben analizar cada caso individualmen­te y buscar la colaboración de los padres para sacar de cada alumno lo mejor. Noto la sorpresa –y el agrado- de los sucesivos tutores de mi hija (aún en Primaria y con excelentes resultados) cuan­do cada evaluación solicita­mos una reunión para anali­zar sus progresos. Entonces, ¿por qué no llaman ellos? La falta de tiempo no puede ser la excusa. Siempre hay tiempo para lo importante.

Conozco un proyecto de inno­vación educativa en el institu­to de mi hijo que, además de aspectos como el trabajo con grupos reducidos, agrupación cualitativa de alumnos y de las asignaturas por ámbitos y re­ducción del número de profe­sores… se plantea que cada tu­tor tenga un máximo de cinco alumnos para que los tutores mantengan reuniones con los padres quincenalmente. De­muestra que los profesores, en muchos casos, son conscientes de la importancia de esta rela­ción tutores/padres. ¿Lo serán también los padres? ¿Se cum­plirá el objetivo?


viernes, 16 de diciembre de 2011

Aprender a resolver conflictos en la escuela


Mª Ángeles Guinea Magaña. Maestra de Primaria en activo, Supervisora y Coach.

Soy maestra de Primaria, trabajo con niños y niñas de 6 y 7 años. Haber pasado por un proceso de supervisión y más tarde for­marme como supervisora me ha permitido afrontar mi trabajo con una perspectiva nueva.
Durante años mi manera de abor­dar la disciplina se correspondía, aunque yo me contara otra cosa, con la que recibí de mis mayores: vigilar, avisar, reñir y castigar; dar consignas, echar sermones, repe­tir una y otra vez lo que no hay que hacer y lo que sí hay que ha­cer.
Decidí “robar” al horario media hora semanal para dedicarla a la resolución de conflictos utilizan­do herramientas aprendidas y experimentadas en la supervisión.
Me di cuenta de que a los niños y niñas les gusta reflexionar, com­prender lo que les pasa a otros y saben expresar lo que sienten.
Empezamos a tratar “casos: ¡Ten­go un caso!
Hoy está implicado Ángel: Un mayor le “ha mandado” que escu­pa a su compañero de clase. Pri­mero indagamos en los hechos: preguntamos para entender bien lo ocurrido, a veces lo representa­mos utilizando a otros compañe­ros como “actores”. Reflexionamos sobre las intenciones: ¿Para qué lo hace? Hablamos de emociones y sentimientos. ¿Qué ha sentido? El miedo de Ángel al mayor y su deseo de congraciarse con él es lo que asoma. Entendemos.
¿Qué me pasa a mí cuando al­guien más fuerte me pide que haga cosas...? Este es el TEMA y nos afecta a todas y a todos.
Hemos tratado “casos” variados:
  • El de “La maestra nos hizo reír con un despiste de Hicham, que lloró”. ¿Qué me pasa cuan­do creo que los demás se ríen de mí?
  • El eterno caso de “No me deja jugar”. ¿Qué me pasa cuando me enfado con mi amiga?
  • El de “Primero pego no me vaya a pegar, que se lo he vis­to en la cara”. ¿Qué me pasa cuando creo que me quieren fastidiar?

No solo casos. ¡Algunas semanas no los había…! He experimenta­do que actividades que suponen “ponerse de acuerdo” son una oportunidad para comunicarse: escuchar, expresar deseos, acep­tar otros argumentos... Les emo­ciona, les divierte y les pone en un brete.
Me gusta el camino emprendido. Aprendo mucho. Enfrento este curso con ilusión, también con esta parte del trabajo que antes de conocer la supervisión me desazonaba: impotencia, tedio y mal humor ante los problemas de los niños, siempre con las mismas cuitas.
En los colegios tenemos Progra­mas y Planes de Convivencia, Comisiones, Reglamentos... Esta­mos involucrados en la crisis de valores: ¡Educar en Valores!, las editoriales se aprestan a sacar fichas, cuadernillos y libros. Cele­bramos el día de la Constitución, de la Paz, de la No Violencia de Género: lanzamos palomas y glo­bos al cielo, cantamos canciones, recitamos poesías, escribimos de­seos de buena voluntad… Y, sin entrar a debatir la bondad o no de estas actividades, que nos per­miten creer que hacemos “algo”, la realidad es que los niños y las niñas siguen necesitando resol­ver sus conflictos.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Máster en Educación II


 Inma Corral Rodríguez. Profesora de inglés en el IES Foramontanos. Cabezón de la Sal - Cantabria.

En la primera parte de este artículo planteaba incluir como aspectos fundamentales en un Máster de Educación conocer muy bien que trabajamos con personas y perso­nitas en pleno cambio y evolución. También nos ayudará como docen­tes la formación en el control de las emociones, del manejo de las rela­ciones como grupo e individuales, las dinámicas de grupo, el manejo del liderazgo… Y como conclusión de esa primera parte decía que hay que cuidar al cuidador, hay que educar al educador.
En esta segunda parte sigo desa­rrollando las habilidades que todo docente necesita desarrollar y por lo tanto creo que deben ser inclui­das en este Máster.
El manejo de la voz, de los gestos, la mirada, la utilización del humor, la presentación oral de la informa­ción, la teatralidad … son aspectos fundamentales a la hora de enfren­tarse a cualquier público, y más aún a uno tan exigente y crítico como el adolescente. Enseño inglés solo mirando a los de la primera fila, mi voz es monótona, no muevo las manos… ¿me gustaría aprender algo así? ¿Cómo lo puedo hacer mejor? Todo se aprende y a ser un buen presentador y dinamizador de la información también, al mar­gen de mis cualidades personales, pero necesitamos ayuda, claro.
Dinámicas de trabajo en equipo, necesidad de alcanzar y respetar acuerdos, importancia de compar­tir experiencias y conocimientos son también aspectos que siento como fundamentales a la hora de recibir formación como docente.
Y algo que no puedo olvidar es el trato con las familias, el otro pilar que hace que el sistema, cualquier sistema educativo, funcione o se caiga. Los profes necesitamos ser conscientes de la importancia de las relaciones con los padres, de la formación que necesitamos para dirigirnos, una vez más, a este otro público, que deja en nuestras manos lo que más quiere y que va a ser crítico y exigente con no­sotros, y con razón: educamos a sus hijos, no reparamos su coche o cuidamos sus plantas. Necesita­mos formación a la hora de dirigir una reunión de padres, a la hora de transmitir ilusión y compromiso con nuestro trabajo, a la hora de conseguir implicación y apoyo a las propuestas escolares, a la hora de escuchar y atender a sus deman­das y a los problemas que surgen cuando tratan y tratamos con sus hijos. Necesitamos formación para ponernos en el lugar de los padres cuando hablamos con ellos y para conseguir que ellos se pongan en nuestro lugar. Necesitamos forma­ción para trabajar juntos.
Los docentes somos profesionales que trabajamos no solo educando, sino también cuidando a los hijos de los demás. Me hubiera encanta­do escuchar a docentes entusiastas que me hablaran del día a día de un profe, a autoridades educativas que resaltaran la labor que iba a desarrollar, a actores que me ense­ñaran a meterme al público en el bolsillo, a padres que me contaran cómo cambian su hijos y lo que los quieren, a pedagogos y psicólogos que con sentido común me situa­ran en la adolescencia, quitando un poco de hierro al asunto. Me hubiera gustado actuar, trabajar la voz, discutir, debatir, hacer prácti­cas, reírme, beber de la experien­cia de otros, antes de enfrentarme a mis primeras 40 miradas. Aún así, me hubiera equivocado montones de veces, me hubieran temblado las manos, hubiera descubierto cosas sorprendentes de mí, de mis compañeros, de mis alumnos, de los padres… Pero habría sido genial y creo que algo mejor sí lo hubiera hecho, y, sobre todo, hu­biera hecho sentirse mejor a otros y me hubiera sentido mejor en más momentos, pues en el fondo, todo trata de sentimientos.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Máster en Educación I


Inma Corral Rodríguez. Profesora de inglés en el IES Foramontanos. Cabezón de la Sal - Cantabria.

La educación de niños y adolescen­tes: esa tarea retadora, entusiasta, agotadora, fundamental, priorita­ria y tan necesaria para avanzar ha­cia sociedades equilibradas, solida­rias, cultas y felices recae en manos de profesionales, que con distintas experiencias vitales y con más o menos voluntad e implicación, dan forma a la experiencia escolar de los futuros ciudadanos, sobre los que recaerá el diseño de leyes, normas y acuerdos para convivir a nivel personal y colectivo.
Siendo tan relevante este aspecto para cualquier sociedad, dedicar tiempo, energía, palabras y senti­mientos a formar a los futuros for­madores es más que obvio.
Hace más de 20 años me enfrenté a mi primera clase: 40 miradas ado­lescentes que analizaban a su nue­va tutora, su forma de vestir, su voz, sus gestos y sus palabras. Tal fue el impacto en mí, que fui incapaz de leer la lista completa de nombres sin que me temblaran las manos, y tuve que dejar la lista de mis nue­vos alumnos encima de la mesa y continuar desde allí.
A partir de ahí han seguido años de encuentros y desencuentros con esas mismas miradas, de aciertos y de montones de errores, de obser­var y de mirar a su vez, de aprender siempre, a pelo, sin haber recibido una formación previa a ese mare­mágnum de vida que me envolvía y me envuelve.
Según pasan los años cambian los programas educativos, sus conte­nidos, las metodologías, se aplican nuevos criterios de evaluación, se retoman aspectos descartados, se abandona otros ya probados, todo funciona y todo vale o no, y lo opuesto también. ¿Qué necesi­tamos pues?
Cuando se plantea un Máster en Educación hay aspectos que siento como fundamentales para llevar a cabo la tarea de educar.
En primer lugar, necesitamos co­nocer muy bien con lo que trabaja­mos, personitas y personas en ple­no cambio y evolución, con todo lo que implica, personas con persona­lidades, físicos, familias, amigos y entornos diversos, con experiencias distintas , con opiniones y gustos y con reacciones propias de su mo­mento vital. Este conocimiento nos va a ayudar a entender, a no juzgar, a recordar nuestra propia adoles­cencia y la de nuestros amigos y a acercarnos a ella como adulto, con comprensión y perspectiva.
La formación en el control de las emociones, del manejo de las rela­ciones como grupo e individuales, las dinámicas de grupo, el manejo del liderazgo… ayuda a un mayor entendimiento a la hora de trans­mitir luego conocimientos, de en­señar procedimientos y de desarro­llar actitudes. Las emociones y los sentimientos que se generan a la hora de relacionarse con un grupo de adolescentes a los que hay que formar y enseñar son más impor­tantes que lo que se va a enseñar en sí, ya que determina que algo se quiera aprender o que se rechace.
Es mucha presión y responsabi­lidad la que recae pues sobre los profesionales docentes, es por eso por lo que que necesitan apoyo y formación para dar valor a estos aspectos y aprendan a manejar­los con éxito. Si los docentes no quieren colaborar no hay nada que hacer, de ahí que sea tan importan­te el trabajo con sus emociones y necesidades y que se sientan refor­zados y apoyados: hay que cuidar al cuidador y hay que educar al educador.