jueves, 3 de marzo de 2016

Otra educación para otro mundo posible

Laura Juarros Marín Psicóloga, colaboradora del grupo Igualdad y Género de la Universidad de La Rioja

Imágenes: Calendario STES
Una de las aportaciones del feminismo ha sido desvelar la influencia de la sociedad en el desarrollo de la subjetividad y considerar lo que consideramos identidad femenina y masculina, como algo culturalmente construido, que es lo que se denomina género. 

Desde que nacemos, y ya incluso antes de nacer, se nos atribuye un sexo a partir de unos genitales externos y se nos encuadra como hombres y mujeres, y desde este momento, el marco patriarcal y heteronormativo empieza su actuación. A través del proceso de socialización, primero en la familia a través de los modelos, las normas de conducta, el juego; y después en la escuela, otro de los lugares normalizadores, vamos adquiriendo las conductas, sentimientos que se esperan de nosotras y nosotros e interiorizando estos códigos externos. Parte de este proceso requiere que según el sexo asignado cada niña o niño se identifique y actúe según con las conductas que le corresponden, excluyendo características, conductas y roles del otro género. También se espera que una si es “chica” desee a un chico y viceversa. 

Los conocimientos que se dan en la escuela, el espacio físico, los métodos de enseñanza, los contenidos, el lenguaje que se utiliza, todo responde a una estructura, que refuerza los roles y estereotipos sexistas. Y la jerarquización de lo masculino sobre lo femenino. 

Vamos a poner varios ejemplos, como la invisibilización de la aportación de las mujeres al conocimiento; el que se eduque para adquirir conocimientos para el trabajo fuera de casa pero no se desarrolle la inteligencia emocional y la afectividad y las habilidades domésticas necesarias para la autonomía personal y el trabajo de cuidados; o que no se ponga al mismo nivel las diferentes formas de familia. 

La imposición se ejerce a través de una violencia inadvertida, por ser algo profundamente asumido, lo cual se traduce en diferentes síntomas. Es más evidente su impacto en quienes no se adecuan a la norma, que pagan el precio de la exclusión, la burla, las etiquetas, pero se ejerce sobre todas y todos. ¿Y cómo lo hace? Acotando nuestros deseos y configurándolos según la norma heterosexual. A través de todos los sistemas de ideales de género con sus mandatos y el consiguiente malestar que generan, culpabilizando y generando sentimientos de inadecuación que están presentes en nuestras vidas adultas. Por ejemplo, vemos como se evidencia actualmente la influencia en la autoestima de las mujeres de los ideales de belleza y de conducta, o los ideales de comportamiento viril para los hombres que están en la base de la necesidad de reforzar esa masculinidad a fuerza de conductas de riesgo y violencia en las relaciones. Los medios de comunicación, cine, redes sociales también ejercen una importante función socializadora, por lo cual es importante desvelar los discursos imperantes y poder cuestionarlos. 

La coeducación implica que las actitudes, valores y roles considerados tradicionalmente como femeninos o masculinos puedan ser aceptados y asumidos por personas de cualquier sexo, ejerciendo una actitud crítica ante todo lo que suponga dominación, sumisión o exclusión, integrando la experiencia colectiva de hombres y mujeres como conjunto de la experiencia humana y cuestionando las formas de conocimiento socialmente dominantes. 

Por lo tanto, padres, madres, todas las personas educadoras, y quienes estamos comprometidas con la transformación social tenemos una responsabilidad y deberíamos revisar nuestras actitudes y prejuicios, lo que en coeducación se denomina nuestro currículum oculto y también ser conscientes de cuál es nuestra opción como educadores, en cuanto a los valores que sirven de marco a nuestras actuaciones, y en qué medida estamos potenciando el desarrollo humano de niñas y niños a partir de su singularidad y al margen de estereotipos sexistas y homofóbicos.