viernes, 3 de julio de 2020

Hijos de la Chancla


Chema Burgaleta. Educador social especialista en adolescencia y juventud.

Mucho antes de que supiéramos qué es un dron, en casa ya reci­bíamos ataques aéreos selecti­vos cuando nos encontrábamos realizando fechorías. O al menos fechorías desde el punto de vista del establishment, que no siempre coincidía con nuestro criterio sobre la dicotomía bueno-malo.

Ese ingenio de ataques por sorpre­sa, solía adoptar la forma de chancla en su prototipo más eficaz. Reunía todas las características deseables para un arma precisa. Ligereza, flexi­bilidad, y aerodinamismo. Tan apta era, que mucho antes de que Ro­ger Federer se consagrara como el maestro de la bola liftada, mi madre era capaz de conseguir que la chan­cla doblara las esquinas del pasillo o esquivara muebles para alcanzar el objetivo que huía escurridizo y que ingenuamente se daba por protegi­do al no tener contacto visual con la responsable del disparo.

Somos Hijos de La Chancla. No solo mis hermanos y yo. Hablo de mi generación, que se ha hecho vie­juna y ahora se embute en el traje de luces para torear en sus propias plazas y enfrentarse a sus propios retos educativos.

Somos Hijos de La Chancla, no por­que nuestros progenitores estuvie­sen posicionados en el paradigma del Condicionamiento Operante de Skinner de forma premedita­da. De hecho, dudo que en el caso de mis padres supiesen quién era este señor y de qué iba su movida. Somos herederos de un método de crianza ancestral. Puede que incluso atenuado por traumas cul­tivados en el corazón de nuestros padres cuando ellos eran infantes y fueron adiestrados en los tiem­pos del Paquito Pantanos, donde la vara de rosal o el borrador volador de fieltro y taco de madera, eran el pan nuestro de cada día.

Aquí estamos. Los Hijos e Hijas de La Chancla. La cosa no ha salido del todo mal. Al menos eso dice mi ma­dre que -a toro pasado- cree que los frutos del método son de una cali­dad aceptable, a tenor de los resul­tados. No obstante está dispuesta a afrontar los gastos de un psicólogo si lo dictamina un juez. Yo no seré quien la contradiga. Jamás se con­tradice a mi madre (es uno de los aprendizajes del método).

Pasaron los años y la rueda de la fortuna que es vivir, me ha hecho educador. Con ese destino he podi­do conocer a Skinner. Su método y sus técnicas asociadas. Ponerlas en práctica y conocer sus potencialida­des y sus limitaciones.

Conocer esa mecánica me ha dado la posibilidad de cuestionar lo que viví, comprender el “cómo” y el “por qué” de sus efectos sobre mí, y re­plantear mi propio método. Tomar conciencia de lo incrustado que está en mi ADN pedagógico esa forma de hacer, junto con otros tantos a los que fui expuesto. Tomar conciencia es esencial para deconstruir aquello que fue construido, y remozarlo con nuevas aportaciones de otros mun­dos educativos que ahora se abren ante mí.

El “chanclazo” es una técnica poco adecuada que podríamos enclavar en el grupo de Castigo. Este gru­po de técnicas pretende provocar consecuencias desagradables (o retirar algunas agradables) cuando aparecen conductas no deseadas en los chavales. Básicamente, lo que la teoría dice es que si provocamos estas consecuencias poco gratas, en el futuro, durante situaciones simila­res los chavales no volverán a com­portarse de la misma manera, para evitar tener que enfrentarse a las consecuencias. Por desgracia, aquí hablamos de tantas y tantas cosas que puede que hayamos vivido en nuestra educación y que quizás es­temos repitiendo ahora como edu­cadores. Broncas, cates, amenazas, gritos, desprecios, desafecto, humi­llaciones, tareas tediosas, arrestos domiciliarios…

Es muy probable que la mayoría de padres y madres no puedan evitar castigar, porque el castigo es una de las herramientas que, de ma­nera más o menos consciente, arti­culamos en la práctica educadora. Pero como todo en la vida, el cas­tigo puede funcionar bien o mal, o provocar más daños que beneficios en función del nivel de conocimien­to de los entresijos de la técnica y nuestra habilidad para hacer las co­sas de la mejor manera posible en cada momento.

En cualquier caso, el primer paso para mejorar como educadores pasa por tomar conciencia de nues­tra práctica. Educar de forma cons­ciente como antesala del cambio. Un cambio a mejor, en el que po­damos desterrar poco a poco aque­llas formas de hacer con las que no queremos seguir relacionándonos, o mantenerlas pero optimizando su eficacia y proporcionando su uso en relación a otros modos de educar. Porque aunque a los Hijos e Hijas de la Chancla nos parezca increíble, ha­berlos los hay.

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Shefali Tsabary

Cambiando por completo la idea tra­dicional de crianza, Shefali Tsabary, aleja el epicentro de la clásica rela­ción padres-hijos basada en que los primeros «lo saben todo» y lo lleva a una relación mutua en la que padres y madres también aprenden de sus hijas e hijos.
Este innovador estilo parental reco­noce la capacidad de los hijos para provocar una profunda búsqueda interior, lo que origina una transfor­mación en los padres: en vez de ser simples receptores del legado psico­lógico y espiritual de sus progenito­res, los hijos obran como «facilitado­res» de su desarrollo.