viernes, 2 de septiembre de 2016

Presas del prejuicio

Chaima Boucharrafa. Participante de la Escuela de Liderazgo Juvenil de Fundación Pioneros.

Lamentablemente existe una vi­sión muy simplista sobre el Islam y las personas musulmanas en gene­ral. Es obvio que hay un miedo im­perante hacia ellas, un recelo que se pretende justificar al relacionar Islam con los últimos aconteci­mientos, cuando en realidad no existe ningún vínculo.
Esta visión tan estereotipada se hace más patente cuando se trata de una mujer con velo o un hom­bre de barba prominente, pues son visiblemente “más musulmanes”, lo que genera un reparo que es fru­to, sin duda, del desconocimiento.

El debate sobre el velo es definiti­vamente uno de los ejemplos más claros. En primer lugar, debemos entender que el velo no es ex­clusivo del Islam sino que es una práctica preislámica, de herencia judeocristiana. Asimismo, debe­mos diferenciar entre los tipos de velo que varían según las costum­bres de la comunidad o el país, y no siempre tiene un significado únicamente religioso. Si bien el hi­jab se menciona hasta siete veces en el Corán, en ningún caso hace referencia explícitamente a la ves­timenta de la mujer. El término “hi­jab” procede de la raíz aŷaba, que significa “esconder”, “ocultar a la vista” o incluso “separar”: da lugar también a palabras como cortina, por lo tanto, el campo semántico es extenso y no solo se reduce a velo. Su obligatoriedad depende de la interpretación, pero lo que es indiscutible es que no debe ni pue­de ser una imposición. Dice el Libro Sagrado en la Sura 2, versículo 256: “No hay coacción en la religión”.
El uso del velo islámico además de ser una forma de manifestación reli­giosa, es un signo de afirmación y un símbolo de rebeldía frente a las so­ciedades occidentales que muchas veces muestran rechazo hacia lo que tenga que ver con el Islam. Bas­ta con fijarnos en las estilosas fashio­nistas que han revolucionado Inter­net dejando claro que se puede ser moderna y portar al mismo tiempo el velo. Quizá pueda resultar irónico, pero el uso del velo ha aumentado entre las más jóvenes residentes en países no musulmanes, siendo el velo un signo de identidad.
Su prohibición en lugares públicos, como centros educativos o lugares de trabajo no solo es anticonstitu­cional por vulnerar el derecho a la libertad religiosa y sus manifesta­ciones, sino que además es absurdo y contradictorio. El discurso com­pasivo que representa a la mujer musulmana como un sujeto pasivo y sumiso, poco dista de la situación en la que se le encierra al negarle el derecho a usar el velo, reduciendo así su espacio en el campo laboral e intelectual.
La mujer musulmana sufre una doble discriminación, por un lado, tiene que hacer frente a los tantos prejuicios que la rodean, pues se la describe como marginada y subor­dinada al hombre. Y por otro lado tiene que lidiar con las desigual­dades dentro de su propia comu­nidad musulmana, las cuales no tienen cabida en la religión.
El velo no es signo de atraso ni su­misión, concebirlo de esta manera es un error. En estos últimos años, son ahora las mujeres con este perfil, con hijab, las que irrumpen en cualquier espacio demostrando que el velo no supone ningún obs­táculo ni las hace menos libres.

La libertad de una persona no resi­de en su vestimenta. Como mujer musulmana que ha decidido llevar libremente el velo, prohibirme su uso es anularme como persona y arrebatarme mi libertad. Pero mi persona no solo se reduce a un velo, como joven de identidades múltiples mi mayor desafío es la construcción de una sociedad don­de la diversidad sea un valor y no un defecto, una sociedad libre de etiquetas e injusticias, donde nadie decida por nosotras qué nos hace libres. Espacios como la Escuela de Liderazgo Juvenil de Fundación Pioneros de los cuales soy partíci­pe, son claro ejemplo de conviven­cia e interculturalidad, pues aquí se derriban absurdas barreras para estrechar lazos de unión.