viernes, 5 de septiembre de 2014

¿Me ayudas a ser mayor?

Miguel Loza Aguirre. Pedagogo y asesor de Educación de Personas Adultas en el Berritzegune de Vitoria. 

Hace poco, en uno de mis paseos dominicales por el monte me encontré con un paso en el que tenía que escalar por una roca bastante inclinada, lisa y algo húmeda. Se acercaron tres jóvenes y uno de ellos, sin pensárselo dos veces, la subió sin dificultad. Sin decir nada, me fijé en dónde ponía los pies para comenzar mi ascensión cuando, al verme algo dubitativo, me preguntó si quería que me echasen una mano. Sin dudarlo, contesté que sí. Así que les dejé los bastones con los que me ayudo y superé – conste que sin di­ficultad– el accidente geográfico. Al llegar arriba y tras darles las gracias, uno de ellos me comentó con gran sinceridad: “Jo, no hay de qué. ¡Ya quisiera yo subir como tú cuando tenga tu edad!” ¡Touché! Que tra­ducido significa que me hizo polvo. Esbocé una sonrisa intentando ocul­tar mi desazón interior y me acordé del abuelo que aparece en “Pacto de Sangre”, ese maravilloso relato de Mario Benedetti. Total que viéndo­me necesitado de ayuda –de terapia diría– por mi pequeña depresión llamé a mi hijo Jorge. Y es que para tratar temas de edad avanzada nada mejor que la juventud. Al principio se quedó sorprendido, pero al con­társelo vi con mi corazón que son­reía. Me dijo con mucho cariño, que ya sabe lo sensible que soy, que en realidad me habían echado un boni­to piropo, y tenía razón; añadiendo que le parecía estupendo que no hu­biese rechazado la ayuda, cosa que es frecuente en muchas personas, y más si están como yo en esa edad en que uno ya no sabe ni quiere saber si es mayor o no. La verdad es que al poco de empezar a hablar nos echa­mos a reír los dos juntos, casi al uní­sono, y pensé lo bonito que es que se rían contigo, no de ti; pero, sobre todo, que consigan que te rías de ti mismo. Todo esto lo consiguió un jo­ven que con aquellas palabras y risas empezaba a enseñarme a ser mayor.
El resto del camino fui pensando en lo que me había sucedido y me di cuenta de que en esta vida siempre parece que los mayores son los que han de ayudar y guiar a los jóvenes para que alcancen su madurez, ol­vidando que también son los jóve­nes los que nos tienen que ayudar y guiar para que lleguemos a ser ma­yores con plenitud. Pues anda que no hay abuelas y sobre todo abuelos que han aprendido a ser mayores, que han encontrado sentido a su se­nectud gracias a sus nietos. También hay muchos nietos a los que a los abuelos por educar les han enseña­do hasta a bien morir. ¿Os acordáis, por ejemplo, de “El estanque de los patos pobres” de Fina Casadelrrey? Otra cosa que me llamó la atención, y que ya he significado, es que ese día había aceptado ayuda por dos veces: una sin pedirla, tras un ofrecimiento; la otra con previa petición, que no es cuestión baladí. Y he de confesar que me sentí orgulloso por ambas.
A los pocos días, en una maravillosa tertulia literaria de un 6º de Prima­ria del IPI, la de Juanjo y Maritxu, en la que estamos leyendo El Quijote, aproveché para contarles este su­cedido. Algo que no suelo hacer, ya que este tipo de cosas uno, o no se las cuenta a nadie o, como mucho, a las personas que aprecia y que sabe que a su vez le aprecian. Con ello pretendía que reflexionásemos so­bre la ayuda, sobre todo acerca de por qué la rechazamos cuando nos la ofrecen y la necesitamos. Les pre­gunté a ver qué preferían si ayudar o ser ayudados. Todos contestaron que era mejor ayudar, que ayudan­do se pasaba mejor que al revés. Comenté entonces que en China el que da las gracias no es el socorrido, sino que el que agradece es el que ayuda a la otra persona por haberle permitido disfrutar ayudándole. Y es que para enseñar y aprender, todos necesitamos ayudarnos mutuamen­te. Además, hoy en día sabemos fe­hacientemente que el que ayuda a otro es el que más aprende.

Todo esto lo tenemos que aplicar las personas mayores o las que, per­mitidme la coquetería, las que nos vamos acercando a ese estar sien­do. Por eso hace tiempo que vengo diciendo que cuando una persona empieza a ser mayor ha de hacer, si no lo ha hecho antes, un curso ace­lerado sobre “cómo disfrutar deján­dose ayudar”. Y de la misma forma te pediría a ti, niño, niña, adolescente o joven que estás leyendo o escuchan­do este texto, –que leer es escuchar con los ojos–, que me ayudaras a ser mayor porque te necesito tanto como tú me necesitas a mí. En fin, que te rogaría que nos ayudásemos mutuamente porque en eso consis­te la solidaridad. Así que, ¿me ayudas a ser mayor?