viernes, 8 de julio de 2016

Sobrevivir en la riada

Pío García Tricio. Periodista

Dicen los expertos que los primeros cimientos de internet se colocaron en 1969, cuando unos ingenieros lograron conectar las computadoras de tres universidades de California (Estados Unidos). Lo que quizá no sepan los expertos es que 25 años antes un escritor argentino iba a lanzar una profecía que, leída hoy, parece advertirnos sobre los peligros de este mundo hiperconectado. Jorge Luis Borges publicó en 1944 el cuento 'Funes el memorioso'. Con su verbo de cirujano, frío y agudo, Borges relató la extraña vida de Ireneo Funes, un hombre que era capaz de recordarlo todo. “Mi memoria -llega a decir- es como vaciadero de basuras”.

No hay que ser demasiado avispado para encontrar en la enfermedad de  Ireneo Funes una extraña analogía con lo que hemos decidido llamar “sociedad de la información” o incluso, en una hipérbole todavía más osada, “sociedad del conocimiento”. Por las venas de internet corre una riada tumultuosa de datos, de historias, de relatos. Hay en la red kilos de información valiosa enterrados bajo toneladas de mugre y hojarasca. En su cuento, Borges se apiadaba de Ireneo Funes, un hombre ahogado por su memoria: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”. En la frontera del nuevo siglo, un politólogo italiano, Giovanni Sartori, publicaba un ensayo, 'Homo videns', en el que advertía, con un tono quizá demasiado apocalíptico, del daño que para la mente humana podía comportar una civilización de la imagen, del fogonazo, de estímulos poderosos, inapelables y continuos. Una civilización, en fin, en la que cada vez resulta más difícil pararse, aislarse, leer textos largos, concentrarse, abstraerse, pensar.

No se trata de detener el progreso, ni siquiera de ofrecerle resistencia, pero creo que nuestros jóvenes necesitan nuevas y poderosas herramientas intelectuales para gestionar el alud cotidiano de informaciones, de basura, de datos, de conocimientos, de opiniones, de miserias, de insultos, de bromas, de sexo, de cháchara virtual... Mientras tanto, las autoridades educativas se conforman con llenar las aulas de tablets y de pizarras virtuales, como si los aparatitos fuesen más importantes que, por ejemplo, la filosofía, última damnificada de los planes de estudio. Aunque los padres se vuelvan (nos volvamos) locos por que los chavales aprendan robótica, programación y otras ciencias del futuro, intuyo que los alumnos de hoy necesitan más reflexión que técnica, más filosofía que ingeniería.

Por razón de mi oficio, me preocupa especialmente la relación de los alumnos con la información. La extensión de las redes sociales y la impetuosa floración de blogs y páginas web ha dislocado el habitual flujo informativo, que hasta hace poco discurría de arriba abajo: los medios recogían noticias, las jerarquizaban y las divulgaban. Este sistema centenario ha saltado por los aires y la información está ahora al alcance de cualquiera, gratis, a golpe de ratón. Me preocupa que muchas personas sean incapaces de distinguir información y publicidad, noticias veraces y chismes maledicentes, farfolla interesada y hechos contrastados. Creo que debemos ofrecer a los estudiantes, tal vez en la Educación Secundaria, unas guías para moverse en el mundo de la información 2.0. No se trata, como a veces se piensa, de animarles a crear blogs o a convertirse en animosos periodistas; antes debemos enseñarles a tener sentido crítico, a leer opiniones de diversos sesgos (especialmente aquellas que desafíen sus prejuicios), a consultar fuentes fiables, a contrastar noticias antes de divulgarlas vía wassap o facebook. A que sepan, en fin, encontrar información veraz escarbando entre la basura cibernética.


Ireneo Funes murió a los 21 años, de una congestión pulmonar. No nos olvidemos de él.