viernes, 6 de marzo de 2020

¿Otra escuela es posible?

Luis Miguel Uruñuela, pedagogo, director asociación Berriztu

En primer lugar, quisiera hablar de una cuestión que puede resultar complicada y tendenciosa. Tiene que ver con la comunicación humana, como es el uso de algunos términos/ conceptos cuando nos referimos a una realidad concreta. ¿Cómo referirnos a un tipo específico de alumnado que es “usuario” de los llamados programas complementarios de escolarización (la denominación varía según las comunidades autónomas). En primer lugar se les engloba dentro de “Atención a la diversidad”. Unas personas son diversas –para las que se crean programas- y otras no parecen diversas pues no se crean programas para ellas. Según el Diccionario de la lengua española (RAE) diversidad significa variedad, desemejanza, diferencia. Es decir, programas para atender a personas que no son semejantes, que son diferentes. Por cierto, el antónimo de diversidad es homogeneidad. Pero para una escuela que pretenda ser inclusiva o todo el alumnado presenta variedad, diferencia o nadie. ¿Es una cuestión de términos sin más, una mera e inocente manera de hablar o con esos términos se están metiendo “cargas de profundidad”?

Dentro del alumnado que se suele calificar como diverso está un sector categorizado con “graves problemas de conducta”. En general este es un gran baúl en el que se mete a una serie de alumnos y alumnas, las cuales, por decirlo de una manera suave “no caben” en la homogeneidad. Después de varias oportunidades (se suelen llamar adaptaciones curriculares), por ser diversos, es decir, no homogéneos, se les incluye en el tipo de programas conocidos como “complementarios” y salen de la escuela, eso si, con la intención de que vuelvan a ella una vez sean capaces de entrar en el grupo homogéneo. Según nuestra experiencia, en más de 5 años implementando estos programas con este tipo de alumnado, ninguno/a ha vuelto a la escuela ni ha deseado hacerlo. Es más, para la mayoría, el peor castigo que podemos utilizar cuando realizan alguna conducta grave, es que vuelvan unos días a la escuela/ instituto.

Pero ¿es posible mirar la cuestión desde otra perspectiva? Normalmente se utiliza la perspectiva unidireccional de la escuela hacia estas personas. Pero ¿sabemos con qué gafas miran ellos y ellas a la escuela? Es decir, el otro punto de vista.

Además, ¿qué pasa cuando se les da la voz a las personas que son metidas en ese colectivo? Decidimos dar al grupo de complementaria con una serie de preguntas sencillas y respuestas abiertas, es decir, las contestaciones las daban ellos, no estaban dadas a modo de test. Y esto es lo que nos contestaron:

¿Cómo te comportabas en el instituto?
Mal= 8
Bien=1
Bien y mal=1
Depende de cómo me trataran=1
¿Cómo te trataban los profesores?
Mal= 6
Algunos mal=4
Bien= 2

¿Diferencia entre este año y el anterior?
Estoy mejor=5
Sirvo para algo=1
Me tratan mejor= 1
Me siento ayudado=1
Los profesores y el ambiente en clase= 1
El comportamiento y las notas=1

¿Cómo es tu relación con los profesores este año?
Perfecta= 1
Muy buena= 7
Buena= 4

No se trata de una encuesta formal-académica-científica. El objetivo era dar voz. Esa voz se repite a lo largo de los años, nadie vuelve, tal y como en teoría se espera de estos programas. Nos podemos preguntar, ¿qué pasa cuando hay personas que rechazan a la escuela y la escuela les rechaza a ellas? Es decir, en mutuo rechazo.

No tenemos soluciones a estas preguntas que formulamos en este artículo, tan solo intentos balbucientes. Se suele decir que la escuela es reflejo de la sociedad en la que está insertada, entonces nos podemos preguntar si ¿otra sociedad es posible?