jueves, 1 de agosto de 2013

¿Adónde irán los besos que guarda­mos, que no damos, adónde va ese abrazo si no llegas nunca a darlo?



Miguel Loza Aguirre. Pedagogo y asesor de Educación de Personas Adultas en el Berritzegune de Vitoria.


Así reza el estribillo de una bonita canción de Víctor Manuel. Y siem­pre que la oigo me hago, junto al cantor, la misma pregunta, y pien­so que no estaría de más que to­dos nos la hiciéramos porque este mundo no está como para guar­darnos besos y esconder abrazos.
Por eso me acuerdo de aquella vez que estaba enfadado. Esos enfados tontos que aunque te lo propongas no eres capaz de recor­dar ni el porqué, ni el cómo, ni el cuándo. Lo que sí quedó grabado en mi mente fue que te acercaste, como casi siempre que me veías así de estúpido, con un tierno re­proche en tu mirada mientras di­bujabas un beso en tus labios es­perando que mi boca completara el dibujo iniciado en tu sonrisa; y que giré mi cara con una dignidad indigna. ¿A dónde fue ese beso?
Otra vez fui yo el que se acercó pintando en el aire un abrazo de dos brazos que acogen esperan­do ser acogidos, y esta vez fuiste tú la que te separaste, y mi gesto de afecto cayó al vacío. ¿A dónde fue ese abrazo?
¿Adónde irán los besos que guarda­mos, que no damos, adónde va ese abrazo si no llegas nunca a darlo?
A veces pienso que tiene que exis­tir un lugar en el cielo al que vayan los besos que no fueron dados, los abrazos que no encontraron a na­die, las caricias que nunca fueron acogidas, las sonrisas que no ale­graron, o las lágrimas que no ha­llaron un regazo donde ser depo­sitadas. Sí, un lugar desde donde atentamente nos observan para poder descender cuando alguien las reclama. Porque... ¡qué es un beso sin nadie para recibirlo, un abrazo en la nada, una caricia sin piel, una sonrisa muda o una lágri­ma sin consuelo! Por eso, si te fijas bien, verás, sobre todo cuando el sol se ha ocultado, que la noche es transitada por besos, abrazos, cari­cias, lágrimas y sonrisas en busca de personas que las necesitan. Y es por esto por lo que se dice que el sueño tiene un efecto reparador, porque es mientras dormimos cuando esas criaturas extrañas de la oscuridad besan al que duran­te el día no fue querido, abrazan al que no tuvo abrazos, acarician al que tuvo el frío del desamparo, sonríen al que solo vio tristeza y empapan las lágrimas de quien no tuvo pañuelo humano que las enjugara.
Fue también una noche, después de ver el ajetreo que tenía lugar en el cielo estrellado cuando me pregunté: ¿por qué esperar a ma­ñana, por qué no empezar ahora mismo? Y recuerdo que me diri­gí hacia ti buscando el beso que había perdido y que tú, sin decir nada, como si hubieses visto lo mismo que yo, me recibiste en los tuyos con una sonrisa mientras me estrechabas entre tus brazos y nos acariciábamos entre sonrisas. Recuerdo que lloré de felicidad y de rabia por haber tardado tan­to en recuperar aquellos objetos perdidos, y de cómo mis lágrimas encontraron un regazo humano, el tuyo, donde poder enjuagarlas.
Desde entonces no se me ocurre ahorrar ningún beso, ni recha­zar un abrazo, ni escatimar una caricia, ni dejar de sonreír mien­tras acojo tus lagrimas en ese pa­ñuelo que desde aquel día llevo en mi corazón.