viernes, 27 de enero de 2012

Familias competentes


Cristina González Juntas y Pedro Vallés Turmo. Departamento de Orientación del centro educativo Compañía de María.

Las CCBB (Competencias Básicas) son un viaje sin retorno. Nacen en el contexto internacional-europeo a partir de las pruebas PISA (Pro­grama Internacional de Evaluación de Alumnos). Independientemen­te de quien gobierne en cada mo­mento, esta nueva forma de enten­der la educación no cambiará, es una apuesta de futuro de la Unión Europea: formar ciudadanos com­petentes. Una conclusión que lleva tiempo fraguándose en Europa en los siguientes documentos: “CCBB a lo largo de toda la vida”, una pro­puesta formulada en 1999 por el proyecto internacional DeSeCo y la propuesta de la Unión Europea del 2006 en la que se definen “Las 8 competencias claves” como eje del cambio educativo, las que tie­nen que preparar a los ciudadanos para obtener el bienestar personal, social y económico en un entorno de cambio y de nuevos desafíos; un aprender a aprender para llevar una vida digna.
¿Qué es una Competencia? La forma en que se combinan co­nocimientos, habilidades… para resolver tareas sociales relevantes (saber y hacer: conocimiento en acción). Hablamos de ocho com­petencias básicas: Competen­cia en comunicación lingüística, Competencia matemática, Com­petencia en el conocimiento y la interacción con el mundo físico, Tratamiento de la información y competencia digital, Competen­cia social y ciudadana, Compe­tencia cultural y artística, Compe­tencia para aprender a aprender, Autonomía e iniciativa personal. Y en la Compañía de María se tra­baja una novena competencia, la espiritual.
Este nuevo enfoque implica que todos los centros educativos van a adaptar sus programaciones y su modo de enseñanza al mode­lo de competencias. En La Rioja, Compañía de María y cinco cen­tros más están desarrollando el proceso como centros piloto para, posteriormente, extenderlo a to­dos los Centros Educativos de la Comunidad Autónoma.
Un nuevo paradigma en el que las familias adquieren un mayor pro­tagonismo ya que realizan cotidia­namente muchas actividades que son educativas y además inciden, potencian y favorecen el logro de la CCBB. Es necesario identificar dichas actividades: levantarse con un horario, el aseo personal, hacer la cama, preparar el desayu­no, ir al cole en bus, poner la mesa, controlar el gasto del móvil, nego­ciar los horarios de llegada a casa, ver una película juntos, organizar el tiempo libre… y relacionarlas con sus respectivas CCBB que se imparten en las aulas. Ser familias competentes. En esta nueva diná­mica, la Compañía de María ha identificado como trabajo clave la formación e implicación de la familia. Para ello, a nivel nacional acuden padres y madres de cada centro para formarse y posterior­mente dinamizar a los de su cen­tro mediante talleres semanales. Un proceso innovador en el que las familias están presentes desde el inicio al 100%.
Un nuevo enfoque educativo orientado hacia el éxito escolar como preparación para el éxito en la vida. Un proceso formativo en el que todo contenido prepa­ra para obtener una habilidad, una competencia en la realidad. Los contenidos son extraídos del entorno y éste entra en el aula in­teractuando. La teoría es válida si parte de las necesidades y retos de la vida y se orienta a resolver dichas necesidades, contemplan­do todas las dimensiones de la persona y de la sociedad.


viernes, 20 de enero de 2012

De la integración a la inclusión


Manuela Muro Ramos. Presidenta de Aspace-Rioja.

La educación es un derecho de todas las personas subrayado en cada una de nuestras leyes: es in­discutible. Y sin embargo, nos pre­guntamos a veces si la legislación que afecta a la educación y las personas con discapacidad, cuyo exponente fundamental es la ac­tual Ley Orgánica de Educación (2006), sea más un entramado de buenas intenciones, siempre un paso por detrás de la realidad cambiante y siempre remiso a dar carta de naturaleza a los nue­vos conceptos acuñados en citas trascendentales para el futuro de la educación de las personas con discapacidad.
Conceptos como el de la “integra­ción” nacido en la Declaración de Salamanca (1994), texto de refe­rencia que defiende la necesidad de actuar con miras a conseguir escuelas que incluyan a todos los alumnos: escuelas integradoras que celebren las diferencias, res­palden el aprendizaje y respon­dan a las necesidades de cada uno de los alumnos, capaces de ofrecer a todos una educación de calidad, en las que la diversidad ha de ser elemento enriquecedor y no discriminatorio.
Trayectoria defendida también en la Convención de la ONU sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (diciembre 2006) que tuvo la virtud de generalizar la concepción de la discapacidad desde el enfoque de los derechos humanos y desde la construcción de una sociedad que acepta y valora la discapacidad como ele­mento enriquecedor de la convi­vencia al enfatizar la autodetermi­nación, integración e igualdad de derechos de cada individuo con discapacidad.
Después de tantos años, la visión actual de la discapacidad subraya las posibilidades de la persona, no sus limitaciones y advierte de que depende no tanto de su déficit or­gánico como de su interrelación con el entorno físico, social y cultu­ral que le rodea. Por eso, aceptan­do que cada uno es único y espe­cial, con necesidades singulares, el sistema escolar debe adaptarse a las necesidades de cada cual, a sus capacidades y a sus intereses para poder desarrollar al máximo el po­tencial de todos.
Por eso hay que pasar de la in­tegración a la inclusión, no es el alumno el que tiene que adaptar­se al centro, sino que es el centro el que debe hacer todo lo nece­sario para conseguir que tenga el mismo derecho a la educación que el resto de sus compañeros.
Garantizar la escolarización de las personas con discapacidad es básico; imprescindible también la accesibilidad en todos los senti­dos, pero para lograr una efecti­va incorporación a la comunidad educativa, a la comunidad social, es imprescindible la participación de todos promoviendo la forma­ción de profesores y padres, y tra­bajando en un proyecto común entre administraciones, institu­ciones o asociaciones. No es una tarea individual y hay que hacer políticas específicas que reactiven esta inclusión y que logren un ma­yor alcance. No basta la sensibi­lización, hace falta coordinación, recursos y medidas, para lograr de estos estudiantes el desarrollo máximo de sus posibilidades.
En este momento, la sensación es que todo está a medias en este tránsito de la integración a la in­clusión a pesar de los progresos conseguidos. Y en este largo ca­mino, en este reto, el mundo aso­ciativo tiene una responsabilidad importante.



viernes, 13 de enero de 2012

Romper tópicos

Javier Navarro Algás. Gerente de Fundación Pioneros.


En un artículo publicado en este mismo diario, el periodista y escritor Rafael Martínez-Simancas parafra­seaba la conocida frase de Billy Wil­der “ninguna buena acción queda sin castigo” a propósito de un hecho histórico que acaba de novelar y la aplicaba al carácter ingrato y caini­ta de los españoles. Mal panorama para quienes aspiran a mejorar la sociedad española en cualquiera de sus campos.
En el ámbito educativo la innova­ción resulta una tarea ardua, aun­que posible, como lo atestiguaron las experiencias presentadas en el I Congreso Nacional sobre abandono escolar temprano celebrado en Va­lladolid a finales de 2010.
Fue gratificante constatar que crea­tividad y motivación no están limi­tadas ni por la geografía ni por la diversidad de agentes ni por los ám­bitos de actuación.
Entre las experiencias que más me llamaron la atención me gustaría ci­tar las del Instituto Fernando de los Ríos en Fuente Vaqueros (Granada) y el Programa de educación com­pensatoria del IES La Albericia, en Santander.
También en el ámbito de la iniciativa privada me pareció muy sugerente la experiencia del Centro Puente en Puente la Reina (Navarra), una de las fuentes inspiradoras del programa Aulas Externas que lleva a cabo Fun­dación Pioneros.
La Ikastola Pública Integrada San­somendi de Vitoria expuso cómo evitar el abandono escolar desde la experiencia de Comunidades de Aprendizaje, interesante enfoque que está implantado en casi 100 centros públicos y concertados de diferentes Comunidades Autóno­mas, y que está dando sus primeros pasos en La Rioja.
Además, me sorprende la vitalidad de las organizaciones de padres y madres en la implicación en la me­jora de la educación, como prueban los numerosos correos electrónicos que recibo de CONCAPA Rioja y FAPA Rioja, convocando a sesiones de sensibilización y formación, in­cluso con invitación expresa para niños y jóvenes. También resulta alentador que en algunas de estas jornadas participen técnicos de la Administración y responsables po­líticos.
Considero que todas estas iniciati­vas son buenas acciones. Ninguna de ellas se fundamenta en la pro­testa contra alguien o algo, sino en el esfuerzo por proponer e innovar para mejorar. Siguiendo la lógica del autor citado al inicio, el castigo al que se ven sometidas es su desco­nocimiento por parte de la opinión pública, a la falta de apoyo ya sea por la rigidez de la legislación y sis­temas educativos, ya por la falta de recursos, ya por el miedo al cambio.
Pero pienso que es también el mo­mento de romper tópicos. La joven generación de deportistas de los últimos años ha demostrado que es capaz de llegar a la cumbre en terrenos hasta hace muy poco ve­dados como el tenis, el motor o el fútbol, con una buena planificación, paciencia y trabajo en equipo, rom­piendo para siempre el complejo de inferioridad que nos atenazaba.
Tenemos el talento y las herramien­tas para trabajar de manera que den­tro de un tiempo las referencias edu­cativas no sean solo Harvard, Oxford o Cambridge. Pienso que es un com­promiso con las generaciones ac­tuales y las que están por venir.
Termino con una sugerente cita atri­buida a Thomas A. Edison: “Los que aseguran que es imposible no debe­rían interrumpir a quienes estamos intentándolo”.

lunes, 9 de enero de 2012

Educar para la participación en la sociedad

José Ramón Pascual García. Profesor de ética social y director del Instituto de Teología de La Rioja.

La participación es el “reconoci­miento y ejercicio de la capacidad de juzgar y decidir en cuestio­nes que atañen a la propia vida en cuanto miembro de un grupo social. La participación signifi­ca también que la persona tiene conciencia de la posibilidad que se le ofrece, que tiene acceso a los medios necesarios (información, orientación, formación, estructura) y tiene el sentimiento de que su contribución ha sido reconocida particularmente en el proceso de toma de decisión. La participación no puede existir si hay alienación o explotación”. (ONU, A/36/215).
El concepto de participación está ligado al del uso de la libertad. La propia libertad se conquista y se desarrolla en la posibilidad de tomar decisiones y llevar a cabo lo decidido. Educar en la libertad y en la participación implica partir del su­puesto de que estamos preparando a la persona para un futuro que no tenemos del todo previsto (o que, incluso, es bastante imprevisto), para que haga uso de su inteligen­cia, autonomía y responsabilidad. Lo cual significa que la persona habrá de enfrentarse inteligente, autóno­ma y responsablemente al cambio.
Pero la participación no es solo un punto de llegada, sino también, y sobre todo, un talante educativo. Las oportunidades que una perso­na, en su proceso de formación y maduración, tiene para participar en los ámbitos en los que se des­envuelve determinarán el nivel de actitud participativa que ha­brá adquirido al final del proceso educativo. O, dicho de otro modo, cuando se priva a las personas de oportunidades de ejercer sus po­sibilidades de participación y de­cisión, terminarán comportándose de una manera pasiva, no partici­pativa ni responsable, y, desde lue­go, serán más expuestas a la mani­pulación y a la explotación.
El desarrollo y educación para y en la participación supone también la potenciación de una serie de ha­bilidades, de conocimientos y de actitudes como: saber informarse y asesorarse, determinar objeti­vos, descubrir alternativas, prever consecuencias, capacidad creativa, colaboración. Educar para la par­ticipación va a exigir respetar y propiciar las condiciones que per­mitan desarrollar esas cualidades o capacidades, y proponerse formal­mente su logro.
La participación requiere por par­te de todos, especialmente de los educadores: confianza en las per­sonas, respeto a la libertad, relacio­nes interpersonales ricas, concien­cia de solidaridad, actitud flexible y abierta a posibles cambios, a nue­vas iniciativas, a nuevos enfoques y a nuevos planteamientos.
Este estilo de educación no se pue­de reducir a una serie de técnicas, sino que siempre supone el acom­pañamiento del educador, que es el primero en “creérselo” y en vivir este talante participativo en su pro­pia vida. El educador (padres, pro­fesor, animador, …) debe potenciar los tres elementos básicos en que se basa el proceso participativo:
1. La corresponsabilidad, que exige la participación de todos los miembros del grupo en la toma de decisiones, como coautores de las acciones y responsables solidaria­mente de sus consecuencias.
2. La cooperación, que es la cola­boración de todos en la puesta en práctica de las acciones decididas.
3. La coordinación, que es el en­cauzamiento ordenado del esfuer­zo del grupo por conseguir unidad de acción en la consecución del objetivo común.