viernes, 3 de marzo de 2017

Mujer y gitana

Miguel Loza Aguirre. Pedagogo y asesor de Educación de Personas Adultas en el Berritzegune de Vitoria.

Tuve la suerte de participar en las X Jornadas Sim Romi que, bajo el lema “Feminismo e Interculturalidad”, se celebraron en Bilbao organizadas por la Asociación de Mujeres Gitanas del mismo nombre.

Me decidí a ir porque ya hacía algún tiempo que participaba en la Tertulia Literaria Dialógica que había organi­zado dicha asociación. Allí, además de leer a García Lorca y a Shakes­peare, entre otros autores y autoras, había conocido a diferentes mujeres gitanas que, desde un principio, aca­baron con los estereotipos que yo tenía acerca de ellas. Es decir, con esa imagen deformada que nos ha trans­mitido la sociedad a través de diferen­tes mecanismos. Soraya, Rosa, Victo­ria, Dora, Jessi y otras mujeres gitanas participantes de la tertulia me habían mostrado sin tapujos la calidad hu­mana que anidaba en ellas y su re­solución y lucha por conseguir, tanto en el pueblo gitano como en toda la sociedad, una igualdad efectiva entre hombres y mujeres. Como bien dice Rosa, su presidenta: “Para mejorar el proceso de convivencia se tiene que tra­bajar sobre el conocimiento”. Ella tiene claro que los estereotipos surgen del desconocimiento. “Si no conoces algo te crees lo que te cuentan, sin poder va­lorar si es cierto o falso. Hay que tener en cuenta que para avanzar en el respe­to la base es conocer”. Y eso es lo que yo había aprendido, entre otras cosas, compartiendo palabras con aquellas magníficas personas en la tertulia.

Soy de los que piensan, frente a los que asignan una única identidad a las personas, que somos seres con iden­tidades múltiples y que la identidad, además de tener diferentes rostros, no es algo estático y definitivo, sino que se va construyendo a lo largo del tiempo. Cuando Paulo Freire afir­ma que las personas somos seres de transformación y no de adaptación, entiendo que también se refiere a la gitaneidad como expresión viva de la cultura de un pueblo, es decir, de la forma de entender la vida de esa co­munidad. 

Siempre he pensado que de la misma forma que lo que hoy consideramos tradición nació por de­cisión de una serie de personas en un determinado momento de la historia, también por decisión de otras, pue­de renacer con distintos matices por la voluntad de otras, sin que por eso se pierda la esencia de la comunidad. Esto se refleja en las palabras de Rosa cuando dice que: “Nosotras entende­mos que actualmente la educación es la base principal para conseguir una ca­lidad de vida digna. 

Es verdad que en el pueblo gitano la educación no se había considerado como un valor, porque la familia era para nosotros la transmisora del conocimiento. Sin embargo la visión sobre la educación se ha ampliado y ahora tiene mucha más importancia. Por ejemplo, anteriormente a las mu­jeres se les había educado para ser las que críen a los menores y a la familia, por roles aprendidos de madres a hijas y eso también está cambiando, siendo cada vez más las mujeres que estu­dian”.


No hay tradición que pueda justifi­car la desigualdad de ningún tipo y menos la que exista entre hombres y mujeres. Pero tampoco podemos afirmar que rompiendo con la tradi­ción y las costumbres de un pueblo se avanza en la igualdad. Por eso, aunque en los últimos años la mujer gitana ha experimentado un gran avance en todas las áreas, y cada vez son más gitanas las que acceden a es­tudios superiores y también al mun­do laboral, ese avance no significa que esas mujeres quieran dejar de identificarse con su familia, su pueblo y su cultura. O como bien dice Rosa: “Me siento mujer, y soy consciente de lo que supone ser mujer en una sociedad patriarcal. Y por otro lado, soy gitana y sé que nuestra cultura tiene unos valo­res muy desconocidos para la sociedad como: el sentimiento de pertenencia, nuestra bandera, nuestra lengua, nues­tros días señalados, la unión familiar, el respeto a los mayores... que me enri­quecen como persona y como mujer”.