viernes, 4 de noviembre de 2011

Noventa aniversario de Paulo Freire: enseñanzas del pasado

Kilian Cruz-Dunne. Vocal de la Junta Directiva de Fapa-Rioja.

El pasado 19 de septiembre se cumplió el noventa aniversario del nacimiento de Paulo Freire, un gran educador brasileño e in­fluyente teórico de la educación que, en un principio, se ocupó de los denominados ‘desarrapados del mundo’ para, posteriormen­te, construir un armazón sobre lo que significa la educación en el plano intelectual: ¿qué ser huma­no queremos formar?, ¿con qué valores?
Quien desde niño conoció la durísima realidad del nordeste brasileño (opresiva, marginal y desarraigada), se sumerge pron­to en las ideas revolucionarias que pululan en la Latinoamérica de los años sesenta, que utiliza la dialéctica marxista para la visión y comprensión de la historia, y encuentra en el lenguaje de libe­ración surgido de las corrientes más avanzadas del catolicismo (la Teología de la Liberación) el soporte necesario para lograr un discurso pedagógico que busca cambiar la sociedad.
Es por lo que este aniversario ad­quiere en la actualidad un gran significado: el empeño de Paulo Freire para que sus coetáneos rompan su pasividad y silencio, para que adquieran una capaci­dad crítica para relacionarse con la sociedad y así se liberen de sus ataduras, entronca con la impe­riosa necesidad de insuflar cam­bios a nuestra sociedad.
Partiendo de la fuerza transforma­dora que tiene la educación sobre el ser humano, Freire nos hace ver que el acto educativo no consiste solo en una transmisión de cono­cimientos, es el goce de la cons­trucción de un mundo común. La educación se convierte así en una fuerza de acción asociada a la crí­tica constructiva que exige de los docentes una entrega apasionada.
De esta suma de intenciones nace un proyecto social y pedagógico que tiene como misión humani­zar la vida misma. Y para lograr que el conocimiento no solo se transmita, sino “que se construya”, se requiere una suma de equili­brios entre los actores participan­tes en el mundo educativo que tiene su espejo en la construcción de la enseñanza contemporánea.
Freire nos recuerda que, en esta superposición, no sólo es pre­ciso redefinir el rol del docente (el mundo cambia, luego cam­biamos con él) sino que hay que reconfigurar las voces de otros protagonistas (los escolares, las familias), junto con las categorías del pensamiento y el lenguaje, para poder construir un nuevo discurso en el que la educación no es mera instrucción escolar (sí, la incluye, pero va más allá): en los colegios se establecen rela­ciones pedagógicas y sociales es­pecíficas que dejan huellas en las personas que participan de ellas.
Y todo esto, por encima de la con­tienda en la que se ha convertido la educación (¿para cuándo esta será un entente como la Segu­ridad Social, a salvo de la hosti­lidad política?) Si bien Freire ya nos recordó que “la educación es el terreno donde el poder y la política se expresan de manera fundamental”, él también incidió en que para lograr los objetivos básicos de la educación (desa­rrollo de una mentalidad crítica y potenciación de los actores so­ciales para el cambio) no hemos de olvidar que la educación ha de ser pública y no someterse a la privatización, entendiendo esta en el sentido de quitar al Estado el deber de cumplir sus obliga­ciones sociales y sucumbir a una visión mercantilista de la misma.
Por increíble que parezca, Paulo Freire respondió hace ya tiempo a las controversias que inundan el mundo educativo español explicando que la educación responde a las creencias más profundas acerca de lo que sig­nifica ser humano, soñar y dar nombre y luchar por un futuro y una forma de vida social mejores. Convendría recordarlo… 

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