Héctor Colunga Cabaleiro,
director Mar de Niebla-Asturias
Recuerdo aquella noche como si fuera hoy. Estábamos
disfrutando de una rica cena en un mexicano de Barcelona. La conversación iba
ganando profundidad pseudointelectual entre plato y plato. En ese momento un
amigo suelta esa gran perla… “para mí la felicidad es una televisión de 47
pulgadas”. Lejos de parecer una broma, su argumento era expresado con la
serenidad de alguien que cree y se cree lo que está diciendo. Ese día me hizo
pensar mucho. ¿Cuánta gente puede sentir y vivir la vida soñando con teles de
47 pulgadas?...
Cuando pensamos en la educación, nuestro imaginario
colectivo nos lleva directamente a construir una escuela, visualizar un libro
de texto o evocar la voz de un profesor o profesora. Pensamos en ecuaciones,
capitales del mundo o elementos de la tabla periódica. Queremos que niños,
niñas y jóvenes sean los mejores y sepan
mucho para tener un buen empleo y poder comprarse una casa, un coche… ¿y una
tele de 47 pulgadas?
A mí me gusta pensar en dónde está el alma y la
intencionalidad de las cosas, de los procesos… ¿Dónde está el por qué, el para
qué y el cómo? Y me niego a entender la educación como un proceso instrumental
que busca generar seres individuales alejados del pensamiento crítico o de un
enfoque hacia el bien común.
Quizás lo que en muchas ocasiones nos falte es entender la
educación como un gran universo donde deben convivir multiplicidad de agentes,
caminos, experiencias y oportunidades. Donde la comunidad juegue un papel
referente y no testimonial. Donde se potencie el descubrimiento. Un universo infinito
que también fortalezca nuestras competencias colectivas de ciudadanía. El
sistema educativo tiene ese gran reto, esa gran tarea y responsabilidad.
Aquí es donde quiero poner de relieve el papel que jugamos
las entidades, las asociaciones, fundaciones… la sociedad civil organizada, el
tercer sector. Y dentro de todo el tipo de entidades que pueden existir,
sobremanera aquellas que tienen base arraigada en el territorio, organizaciones
que forman y conforman la realidad comunitaria de su entorno. Es en estos
espacios donde se contribuye a vertebrar esas competencias colectivas
ciudadanas. Pero veamos algunas.
Uno de los grandes retos que vivimos, y que el sistema educativo
debe contribuir a resolver, es la convivencia. El entender y aprender que la
diversidad enriquece, fortalece y ayuda a construir respuestas distintas. Vivir
en una realidad homogénea no estimula la innovación, la cohesión o la
proactividad. ¿Nos suenan algunas de estas palabras?... son factores claves en
algo que nos encanta poner en negrita: el emprendimiento. Una cultura (o
práctica) que solo se estimula desde la capacidad de acción que tenemos las
personas, desde la experimentación, desde la resolución y transformación de
aquellas cosas que pensamos se pueden mejorar.
Pero no se trata solo de convivir y tener capacidad de
acción, algo que en muchas ocasiones nos sorprende es cómo hemos desaprendido a
organizarnos. Tendemos cada vez más a esperar que las soluciones nos vengan
dadas, que Google o Amazon nos ofrezcan el producto que nos resolverá todo. Una
sociedad debe ser proactiva, y para ello debe entender y vivir con naturalidad
la búsqueda de consensos, el trabajo en equipo, la mirada procesual. Debemos
querer, poder y saber que se pueden hacer cosas; y para ello se necesita
organización.
¿Por qué ocurren las cosas? ¿Por qué se pagan impuestos?
¿Cómo llega una camiseta a la estantería de una tienda? ¿Por qué hay más de un
20 % de personas en riesgo de exclusión y pobreza en nuestro país?... Todo
tiene explicación. Todo puede ser respondido. Sin dudas, sin capacidad de
replantearse lo que vemos y vivimos, nunca se podrán estimular muchas de las
cosas que queremos que niños, niñas y jóvenes hagan en un futuro. Ese pensamiento
crítico es vital para no vivir en un matrix manipulado. Es un elemento de
protección en una realidad que va tan rápida que no nos permite disfrutar del
maravilloso viaje que es la vida.
Estas son solo algunas de las competencias colectivas
ciudadanas que desde las entidades día a día intentamos fortalecer. Un pequeño
granito de arena a nuestro sistema educativo construido desde la educación no
formal. Un trabajo que si se protegiera, potenciara y cuidara seguro que haría
entender que la felicidad no es una televisión de 47 pulgadas.
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