viernes, 8 de marzo de 2019

La Educación Sexual cuando toque, no cuando yo quiera

Violeta Assiego, analista e investigadora social.


Nadie cuestiona la idea de que las niñas, niños y adolescentes tengan derechos. Sin embargo, existe una impresión generalizada y equivocada de cómo deben disfrutar de ellos.  Por ejemplo, la labor educativa y de acompañamiento suele centrarse en los aprendizajes y las habilidades, olvidando (casi por completo) el que posiblemente sea uno de los derechos más importantes de los que tenemos, también durante la infancia y la adolescencia: el derecho a ser escuchado.

Este va más allá de la participación, ahora tan de moda, que anima y permite a las niñas, niños y adolescentes (normalmente en asambleas y otros espacios grupales) a debatir y hablar sobre asuntos que les preocupan o que los adultos creemos que deben preocuparles. Un modelo de participación un tanto condescendiente, poco preparado para el debate, el conflicto y la asimetría, y en el que los adultos ‘dirigimos’ la participación de forma que podamos cumplir la planificación o responder a los objetivos del programa.

Creemos de esta forma, falsamente, que estamos dando voz a las niñas, niños y adolescentes y que expresando sus opiniones libremente cuando nosotros les dejamos estamos explorando suficientemente las cosas que les afectan y experimentan. Pero, al igual que nos pasa a nosotros, cuando algo nos afecta tiene que ser muy grande o grave para contarlo en el espacio habilitado, estructurado y preparado a tal efecto. Las “opiniones expresadas libremente” fluyen, normalmente, de forma espontánea, algo que, depende de dónde y cuando, tendemos a interpretar como impertinente o inoportuno, fuera de lugar.

El derecho a ser escuchado y la participación de la infancia y la adolescencia no es tal, si (en definitiva) terminamos nosotros diciendo lo que puede o no decirse y en qué espacios. A las niñas, niños y adolescentes les pasan cosas, continuamente; cosas que nos desbordan y que ellos no saben bien cómo aprender ni encajar, cosas que no siempre se solucionan mandándoles a una atención especializada e individual, medicándoles para calmar la ansiedad o apartándoles para que no interrumpan el ritmo grupal. A las niñas, niños y adolescentes les pasan cosas y terminarán por averiguar cómo hacerles frente bien a través de sus grupos de WhatsApp, de los youtubers o de las referencias adultas que tengan más cerca (unas veces admiradas y otras temidas).

No puede extrañarnos, por tanto, que –si ni nosotros sabemos qué hacer ni qué es eso del derecho a ser escuchado en los espacios donde trabajamos– las niñas, niños y adolescente, más allá de contar cosas cuando nosotros les decimos que pueden hacerlo, necesiten explorar y dar respuesta a sus emociones y experiencias, encontrar caminos, y alternativas que les ayuden a canalizarlos más allá de ‘nuestros’ espacios de participación.

Las niñas, niños y adolescentes hablan, sienten y piensan estemos nosotros o no, es más, a medida que crecen, suelen hacerlo con más naturalidad y sinceridad cuando nos estamos delante.

Sin embargo, en algunos temas, escucharlos es imprescindible no solo importante. Uno de esos asuntos clave para su desarrollo es la educación sexual, una de las demandas clásicas de las organizaciones de infancia no solo para educar sino para luchar contra la violencia de género y sexual.

Pero ¿cómo hablar de sexo y sexualidad cuando ese sigue siendo un tema delicado y complejo también entre nosotras y nosotros? Resulta este uno de los mejores ejemplos de cómo algo solo se aborda cuando el adulto está preparado para hablarlo. Sin embargo, el derecho a ser escuchado, también en la infancia y adolescencia, se ejerce cuando algo te afecta no cuando el otro siente que no le va a suponer un problema.

En este sentido, resulta aconsejable y muy ilustrativa la serie ‘Sex Education’ que se puede ver en Neftlix. Con mucho humor, pero a la vez fiel a la realidad,  muestra como (de principio a fin) es entre los propios adolescentes cómo se tejen las respuestas a las dudas y problemas sexuales que tienen que afrontar, porque los cambios hormonales y el deseo sexual no pueden esperar a que los adultos tengamos un rato para hablar.

La única pega que tiene la serie es que la situación que plantea es idílica y que la probabilidad de que entre un grupo de adolescentes exista uno como el protagonista es muy escasa. Sin embargo, el resto del planteamiento, absolutamente desprejuiciado es ejemplar. Es más, la serie por sí misma podría servir para canalizar la responsabilidad adulta de escuchar y hablar de un tema que, inexplicable y patológicamente, suele incomodar. Posiblemente, porque ni nosotros mismos sabemos lo suficiente cómo para transmitir que la sexualidad, siempre desde el consentimiento y la libertad, es uno de los espacios donde más podemos disfrutar. Solo aceptar esto en público puede ser interpretado como ofensivo, porque el sexo sigue siendo un tabú, aunque la violencia sexual esté dejándolo de ser. Pero esta solo se podrá atacar de raíz si logramos aceptar que necesitamos, todas y todos, más educación sexual.

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