martes, 29 de abril de 2014

A hacer se aprende haciendo

Jesús Vélez Valle. Educador de Fundación Pioneros.

En los medios de comunicación nos hemos encontrado otra vez con el informe PISA del que se extrae la conclusión de que nuestros alum­nos no solo están a la cola en cono­cimientos, en expresión y en com­prensión, sino que también lo están en su comportamiento y capacidad para enfrentarse a la vida.
Los datos reflejan que nos encon­tramos por debajo de la media en unas pruebas que miden la capaci­dad para desenvolverse en la vida como, por ejemplo, programar el aire acondicionado o sacar un bi­llete de transporte combinado. Los alumnos españoles de 15 años es­tán 30 puntos por debajo de Fran­cia, Italia y Alemania.
Las causas y los remedios para paliar esta situación parecen ser muchos y muy variados. Todos es­tamos implicados en la educación de la juventud, ya que la escuela no tiene el monopolio y hay una co­rresponsabilidad de las familias.
En este sentido es necesario obser­var lo que aparece como tendencia en la familia de los últimos años, una familia cada vez mas pequeña, cerrada y protectora, en la cual los adultos tienden hacer la vida de los jóvenes más fácil, procurando eliminar todas sus dificultades e incluso interviniendo directamente, haciendo las cosas en su lugar.
Un objetivo fundamental en la edu­cación es facilitar la autonomía de los jóvenes, pero en esta cultura, en la que se controla y protege tanto a los hijos, en la que muchas veces no les dejamos resolver las cosas por sí mismos, no se facilita precisamente este objetivo. No es cuestión de juz­gar la motivación de los padres para procurar el bienestar de sus hijos, desde luego con la mejor intención, pero sí que es necesario atender los efectos que esta abundancia de cui­dados puede tener en el proceso de aprendizaje e individuación de los jóvenes. Sin autonomía en la toma de decisiones es muy difícil decidir por uno mismo, organizarse, plani­ficar.
El control excesivo por parte del adulto, quizás influenciado por una percepción del contexto social cada vez más peligroso y complejo, fa­cilita su intervención en todos los ámbitos de la vida de los menores. A los hijos se les híper protege y por lo tanto se les hace débiles ante la vida. La familia se convierte en una entidad que quiere controlar todo, tendiendo a invadir cualquier es­pacio en la vida de los adolescentes.
La sobreabundancia de cuidados, la asistencia rápida, no dar el tiem­po necesario para que los jóvenes aprendan a través de sus propios errores les impide gestionar sus propias dificultades que muchas veces conducen a la dependencia de un control externo. En definitiva, se les impide equivocarse y crecer.
Volviendo al informe PISA, este sugiere que hay que dotar a los alumnos de las habilidades necesa­rias para aplicar los conocimientos que adquieren, no tanto cuánto se sabe, sino más bien qué hacer con lo que se sabe. Todos los que esta­mos implicados en la educación de nuestra juventud debemos procu­rar darles la oportunidad de ejercer su creatividad y en más de una oca­sión esto pasa por dejarles resolver las cosas por sí mismos y por qué no, dejarles equivocarse.
Una crítica frecuente que solemos hacer a los jóvenes es que se frus­tran muy rápido cuando algo les sale mal. Sin embargo, no deja de ser curiosa la capacidad de supera­ción que demuestran cuando en un videojuego “les matan” y vuelven una y otra vez al mismo punto hasta que son capaces de superar el nivel.

Desenvolverse en un entorno com­plejo y cambiante exige la práctica y la experiencia, a veces desagrada­ble, del error.

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