viernes, 23 de marzo de 2012

Educación integral

Javier Navarro Algás. Gerente de Fundación Pioneros.


Durante el periodo 1994-1997 formé parte del Comité Ejecutivo de la Asociación Internacional de Educadores Sociales. En una de sus reuniones compartí habita­ción con Jacques Leblanc, funda­dor en 1964 de “Le logis” un esta­blecimiento que acoge a niños y adolescentes en situación de des­protección en Bélgica.
Leblanc era un belga muy simpá­tico. Deportista en su juventud, dormía con la radio puesta por­que –explicaba- cuando convives las 24 horas con niños se echa de menos el bullicio en el silencio de la noche.
También recuerdo que, junto a su alianza de casado, lucía un se­llo con una flor de lis, símbolo del Movimiento Scout Mundial. Fue­ron juristas, psicólogos, profeso­res vinculados a este movimiento quienes influyeron decisivamente en la creación y reconocimiento de la profesión del educador social a partir de sus experiencias con menores en la Europa devastada tras la II Guerra Mundial.
Yo hice mi primer juego de pistas a los catorce años y, tiempo des­pués, colaboré durante tres cursos como voluntario en el grupo scout Guy de Larigaudie.
Durante ese tiempo aprendí la importancia de dar responsabili­dades a los chicos, de educar en la toma democrática de decisiones, de personalizar la educación es­tableciendo objetivos y una pro­gresión personal por áreas, de la planificación de las acciones y de la celebración del trabajo llevado a cabo. Se trataba, en definitiva, de mejorar el carácter y salud de los chicos y chicas a través del juego y de la planificación de aventuras y empresas, con el trasfondo de valores humanistas y en contacto con la naturaleza.
Aún hoy llevo conmigo la Promesa y la Ley Scout, símbolos de la im­portancia de una educación inte­gral que concede gran importan­cia a los valores morales.
Por todo ello me parece una buena idea que los padres com­pletemos el proceso formativo de nuestros hijos animándoles a participar en actividades, grupos, organizaciones de diversa índole en las que potencien otras face­tas de su personalidad además de la escolar, a integrarse en grupos humanos con diferentes intereses: deportivos, musicales, artísticos, de educación espiritual y religiosa, de contacto con la naturaleza, de preservación del medioambiente, de derechos cívicos, etc. y puedan más adelante comprometerse con su comunidad.
Actividades en las que los niños tengan ocasión de establecer vínculos estables con los adultos responsables y con el grupo de iguales. Y creo esencial que los padres participemos en todo ello, acompañando, motivando con nuestro ejemplo y, sobre todo, disfrutando del crecimiento de nuestros hijos.
Recientemente he sabido del fa­llecimiento de Francine Gousen­bourger, esposa de Jacques Leblanc, cofundadora a sus veinti­dós años de “Le Logis” y directora honoraria del mismo. Emociona constatar la fuerza inspiradora que tiene una vida dedicada a dar afecto, a restañar heridas, a educar y, en general, la de las personas con vocación. Estoy convencido de que padres y maestros pode­mos hacer mucho para suscitar en los niños y jóvenes la inquietud por aprender, realizarse y vivir con plenitud.

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