viernes, 21 de octubre de 2011

En busca de una base firme para un futuro incierto

Francis González-Sarasa. Asesor independiente de Marketing Digital.

No soy una voz autorizada para hablar de educación pero tengo una hija de 11 meses y aunque el horizonte de su educación reglada está un poquito lejano, me inquieta bastante. Y de eso sí puedo hablar.
Tengo que pensar en un colegio. Primer bache. Me toca elegir en­tre centros laicos y públicos, o católicos y concertados. Pronto empezamos a condicionar. Tra­gándome mi agnosticismo des­peinado pregunto a otras perso­nas sobre los diferentes centros. Las respuestas, estupefacción mediante, me hablan de insta­laciones, canchas de baloncesto, gimnasios, ordenadores. Y de mesas de ping pong. Pero ni pa­labra sobre como salen prepara­dos. O sí, pero en un sentido que me importa bastante poco: los niños “sacan” muy buenas notas. Ya. Yo hablo de personas, de ci­mientos sobre los que asentar el crecimiento futuro, el suyo y el de nuestra sociedad, de capaci­tación intelectual para hacer un uso responsable y consciente de su libertad, de solidaridad como camino forzoso de la humani­dad si quiere subsistir. De visión de conjunto. Y me responden con los resultados estadísticos de valoraciones cuantitativas de un conocimiento parcelado, diseccionado, amputado al dic­tado de intereses electoralistas. Nombres de ríos, derivadas en un punto, comentarios de texto sobre esquemas de libros nunca leídos. Memorización de resú­menes, metáforas de un conoci­miento anoréxico. Pero ni rastro de si se han enterado esos estu­diantes de que todo está conec­tado, de si han crecido, de que esto, chatos, os hace libres. Yo solo quiero que el colegio reme en mi misma dirección y me ayu­de a darle unos buenos cimien­tos y un resistente encofrado a la formación de mi hija, sobre el cual pueda construir el conoci­miento futuro y constantemente cambiante que deberá adquirir, con entusiasmo renovado, el res­to de sus días, pues ya no se tra­baja de lo que se sabe sino de lo que se está dispuesto a aprender.
Pero mis cuitas justo empiezan aquí. El colegio es un rato pero la vida es todo el tiempo. Saldrá a la calle, se relacionará. Primero con otros críos, después chava­les, adolescentes, jóvenes. Y ahí estoy muerto, porque me siento solo y maniatado. No quiero ha­blar de valores, que me parece un terreno a veces resbaladizo y lleno de matices ideológicos y morales, pero si de un cierto consenso sobre lo que en gene­ral todos queremos procurar o evitar a nuestros hijos. Creo que quemar un contenedor es algo que todos estamos de acuerdo que resta y no suma, con inde­pendencia de nuestra adscrip­ción política o credo. Pues bien, a ver quien es el guapo que re­prime a una cuadrilla de imber­bes si les pillas en una de estas. Lo he visto, de hecho he sufrido a un padre sacándole la cara a su hijo, muy airado, porque le había reprendido. Me preguntó que quién era yo. Pues esperaba que un actor más de la educa­ción social de tu hijo, del mío y de todos los demás, pero por lo visto me equivocaba.
Bueno, vamos a descansar, se­guro que mañana lo veo más fácil. Enciendo la tele. Una pan­dilla de indolentes se pasea por mi pantalla. Dicen que el pastizal que trincan por matar­se entre ellos es bárbaro y los conocimientos exigidos, nulos. Nuevos gladiadores, el mismo Cesar. Y ahora, remonta esto e incúlcale a tu hija el valor del esfuerzo, de los parabienes de formarse y de ser una buena profesional, aunque la diferen­cia de sus emolumentos el día de mañana sea abismal. A ver como la convenzo en un mundo en el que lo que vale es lo que tienes y el que manda suele ser algún bobo de baba.
Pero debo intentarlo. Por su futuro, por el de todos.

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