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viernes, 8 de julio de 2016

Sobrevivir en la riada

Pío García Tricio. Periodista

Dicen los expertos que los primeros cimientos de internet se colocaron en 1969, cuando unos ingenieros lograron conectar las computadoras de tres universidades de California (Estados Unidos). Lo que quizá no sepan los expertos es que 25 años antes un escritor argentino iba a lanzar una profecía que, leída hoy, parece advertirnos sobre los peligros de este mundo hiperconectado. Jorge Luis Borges publicó en 1944 el cuento 'Funes el memorioso'. Con su verbo de cirujano, frío y agudo, Borges relató la extraña vida de Ireneo Funes, un hombre que era capaz de recordarlo todo. “Mi memoria -llega a decir- es como vaciadero de basuras”.

No hay que ser demasiado avispado para encontrar en la enfermedad de  Ireneo Funes una extraña analogía con lo que hemos decidido llamar “sociedad de la información” o incluso, en una hipérbole todavía más osada, “sociedad del conocimiento”. Por las venas de internet corre una riada tumultuosa de datos, de historias, de relatos. Hay en la red kilos de información valiosa enterrados bajo toneladas de mugre y hojarasca. En su cuento, Borges se apiadaba de Ireneo Funes, un hombre ahogado por su memoria: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”. En la frontera del nuevo siglo, un politólogo italiano, Giovanni Sartori, publicaba un ensayo, 'Homo videns', en el que advertía, con un tono quizá demasiado apocalíptico, del daño que para la mente humana podía comportar una civilización de la imagen, del fogonazo, de estímulos poderosos, inapelables y continuos. Una civilización, en fin, en la que cada vez resulta más difícil pararse, aislarse, leer textos largos, concentrarse, abstraerse, pensar.

No se trata de detener el progreso, ni siquiera de ofrecerle resistencia, pero creo que nuestros jóvenes necesitan nuevas y poderosas herramientas intelectuales para gestionar el alud cotidiano de informaciones, de basura, de datos, de conocimientos, de opiniones, de miserias, de insultos, de bromas, de sexo, de cháchara virtual... Mientras tanto, las autoridades educativas se conforman con llenar las aulas de tablets y de pizarras virtuales, como si los aparatitos fuesen más importantes que, por ejemplo, la filosofía, última damnificada de los planes de estudio. Aunque los padres se vuelvan (nos volvamos) locos por que los chavales aprendan robótica, programación y otras ciencias del futuro, intuyo que los alumnos de hoy necesitan más reflexión que técnica, más filosofía que ingeniería.

Por razón de mi oficio, me preocupa especialmente la relación de los alumnos con la información. La extensión de las redes sociales y la impetuosa floración de blogs y páginas web ha dislocado el habitual flujo informativo, que hasta hace poco discurría de arriba abajo: los medios recogían noticias, las jerarquizaban y las divulgaban. Este sistema centenario ha saltado por los aires y la información está ahora al alcance de cualquiera, gratis, a golpe de ratón. Me preocupa que muchas personas sean incapaces de distinguir información y publicidad, noticias veraces y chismes maledicentes, farfolla interesada y hechos contrastados. Creo que debemos ofrecer a los estudiantes, tal vez en la Educación Secundaria, unas guías para moverse en el mundo de la información 2.0. No se trata, como a veces se piensa, de animarles a crear blogs o a convertirse en animosos periodistas; antes debemos enseñarles a tener sentido crítico, a leer opiniones de diversos sesgos (especialmente aquellas que desafíen sus prejuicios), a consultar fuentes fiables, a contrastar noticias antes de divulgarlas vía wassap o facebook. A que sepan, en fin, encontrar información veraz escarbando entre la basura cibernética.


Ireneo Funes murió a los 21 años, de una congestión pulmonar. No nos olvidemos de él.

viernes, 2 de octubre de 2015

“El enfoque comunitario entiende como el mejor modo de sociabilidad la convivencia intercultural”

José Álamo orienta a los profe­sionales de Educándonos en la formación innovación y soste­nibilidad de una intervención social educativa desde y con las y los jóvenes.

¿Qué es la intervención comu­nitaria?
Es una acción social que asume la comunidad local, es decir, el ba­rrio, el distrito o el municipio como destinataria de la intervención, potenciando una ciudadanía acti­va que conoce, reflexiona y actúa para mejorar la calidad de vida y la justicia social de todos y todas. En este sentido es importante desta­car que trabajar comunitariamente incluye a los principales actores sociales: quienes tienen responsa­bilidades políticas para administrar los recursos del territorio; los y las técnicos que trabajan en educa­ción, salud, servicios sociales, etc.; y por supuesto quienes viven en el territorio.

¿Cuál ha sido el enfoque princi­pal de esta formación en el pro­grama Educándonos?
El proceso formativo ha puesto el acento en el desarrollo de una acción social desde y con los jóve­nes que tenga como finalidades: a) promocionar a los jóvenes como ciudadanos y ciudadanas que tie­nen mucho que aportar al presen­te y futuro de la ciudad, b) impulsar la innovación educativa como la única manera de potenciar la igual de oportunidades y c) partir de la diversidad cultural de los y las jóve­nes de una ciudad como Logroño como un nuevo patrimonio que debe ser administrado, cuidado y gestionado de forma positiva, todo ello en el marco de un enfoque que entiende como el mejor modo de sociabilidad posible la convivencia intercultural.

¿Por qué es importante trabajar la intervención comunitaria en un programa como Educándonos?
La intervención social individual o grupal es necesaria pero insufi­ciente, para cumplir con los fines de una entidad como Pioneros y en concreto de un programa como Educándonos. Es preciso impulsar un proceso integrado que permita una acción social eficaz, eficiente y sostenible en el ámbito juvenil. Esto solo es posible generando relaciones asertivas y cooperativas con to­das las administraciones con competencias en el ámbito juve­nil, partiendo del Ayuntamiento, también cuidando al máximo el trabajo conjunto con docentes, profesionales de los servicios so­ciales, culturales, sanitarios, etc. y por supuesto tratando de crear conciencia entre toda la ciudada­nía, haciendo bueno el dicho de “hace falta toda una aldea para educar a un niño”.

¿Cuáles son los principales re­tos de Educándonos a partir de esta formación?
El proceso de trabajo que esta­mos realizando está proporcio­nando muchos aprendizajes e ideas para impulsar nuevas accio­nes, pero a su vez ha evidenciado un excelente trabajo que se ha venido desarrollando. Así que un primer reto consiste en transfe­rir a la comunidad toda la praxis adquirida por Educándonos en sus años de existencia, para ello estamos trabajando en una pu­blicación que permita compartir con toda la comunidad las bases conceptuales, teóricas, metodo­lógicas y las principales herra­mientas utilizadas para el trabajo con y desde los jóvenes.
Otro reto, está en mejorar y po­tenciar la participación activa de los jóvenes en la ciudad, impul­sando proyectos innovadores que partan del arte, el circo, el teatro, la música, como instru­mentos para potenciar las múl­tiples inteligencias y recursos de una juventud diversa y activa.

viernes, 3 de octubre de 2014

La adolescencia: etapa de las decisiones

Matías Salazar Terreros. Psicólogo.

La adolescencia es esa fase de la vida que va desde los 12 a los 17-18 años. En ella se toman una serie de decisiones básicas, muy influyentes:
El adolescente ha de decidir en primer lugar cuál o cómo de­sea que sea su futuro laboral, profesional o vocacional. En se­gundo lugar la decisión es sobre los amigos: tener y sobre todo cuáles o cómo han de ser los amigos. La tercera decisión es cuáles son o cuáles serán las afi­ciones, deportes, cuidado de la salud y de la vida. La cuarta es la elección de valores éticos por los que van a gobernar o regir su vida y sus actos que le ayudarán en los momentos oportunos. Y la quinta decisión a tomar es si desea ser acompañado, querido, animado, fortalecido, cuidado por Dios tal como se ha manifes­tado en Jesucristo o no. Es decir creer o no creer.
Esta decisiones son más útiles y más acertadas en la misma me­dida en que el adolescente las haga con más lucidez y libertad. Por esto se dice que la vida de una persona depende en gran parte de las decisiones tomadas en la adolescencia. Y así la ado­lescencia es la hora de empezar a tomar decisiones y ejercitar la libertad con responsabilidad.
Las grandes metas y grandes valores
Para tomar estas decisiones sir­ven los grandes ideales y los principios o valores éticos. En la adolescencia aparecen los gran­des ideales, se sueña o se aspira a lograr grandes éxitos científi­cos, profesionales, artísticos, es­téticos, deportivos. El adolescen­te busca lograr la perfección.
En la vida del adolescente en­tran también las grandes causas: se desea arreglar el mundo, que desaparezcan todas las injusticias y todos los males y que broten ríos de solidaridad.
También toman presencia en el alma adolescente los grandes principios o criterios éticos. Con ellos analiza la vida personal y social. Son pocos pero tienen nombre: son la justicia personal y social, la verdad, la igualdad, el respeto, la confianza, la igualdad y el amor desinteresado. Sabe que en ellos le va su propia fe­licidad y la de los demás. No es extraño oírle repetir frases como estas: “no hay derecho; eso no es justo; lo que más me duele es que no se fíen de mí; odio la violencia y la agresividad; qué asco de vida, me dan pena esas personas tan necesitadas”.
En su interior está seguramente de forma consciente o incons­ciente la ética universal: “Cuanto queráis que os hagan los hom­bres, hacédselo también voso­tros a ellos”.
El esfuerzo constante
Estas metas nunca se alcanzan sin esfuerzo y nunca se alcanzan del todo; ni los demás te tratan siempre bien, ni tu tratas siem­pre bien a los demás. No siem­pre uno es feliz y, a veces, se cansa de ayudar. Al adolescente le acechan dos peligros: desalen­tarse ante los pequeños o gran­des fracasos y comprobar que la fuente del mal que crece dentro, nunca se seca.
Ante esta situación el amor sirve y una ayuda incondicionada hace maravillas.

Es una de las decisiones. Cuanta más claridad de mente y de con­ciencia tengas, para tomar las decisiones, mejor será tu futuro.

viernes, 5 de septiembre de 2014

¿Me ayudas a ser mayor?

Miguel Loza Aguirre. Pedagogo y asesor de Educación de Personas Adultas en el Berritzegune de Vitoria. 

Hace poco, en uno de mis paseos dominicales por el monte me encontré con un paso en el que tenía que escalar por una roca bastante inclinada, lisa y algo húmeda. Se acercaron tres jóvenes y uno de ellos, sin pensárselo dos veces, la subió sin dificultad. Sin decir nada, me fijé en dónde ponía los pies para comenzar mi ascensión cuando, al verme algo dubitativo, me preguntó si quería que me echasen una mano. Sin dudarlo, contesté que sí. Así que les dejé los bastones con los que me ayudo y superé – conste que sin di­ficultad– el accidente geográfico. Al llegar arriba y tras darles las gracias, uno de ellos me comentó con gran sinceridad: “Jo, no hay de qué. ¡Ya quisiera yo subir como tú cuando tenga tu edad!” ¡Touché! Que tra­ducido significa que me hizo polvo. Esbocé una sonrisa intentando ocul­tar mi desazón interior y me acordé del abuelo que aparece en “Pacto de Sangre”, ese maravilloso relato de Mario Benedetti. Total que viéndo­me necesitado de ayuda –de terapia diría– por mi pequeña depresión llamé a mi hijo Jorge. Y es que para tratar temas de edad avanzada nada mejor que la juventud. Al principio se quedó sorprendido, pero al con­társelo vi con mi corazón que son­reía. Me dijo con mucho cariño, que ya sabe lo sensible que soy, que en realidad me habían echado un boni­to piropo, y tenía razón; añadiendo que le parecía estupendo que no hu­biese rechazado la ayuda, cosa que es frecuente en muchas personas, y más si están como yo en esa edad en que uno ya no sabe ni quiere saber si es mayor o no. La verdad es que al poco de empezar a hablar nos echa­mos a reír los dos juntos, casi al uní­sono, y pensé lo bonito que es que se rían contigo, no de ti; pero, sobre todo, que consigan que te rías de ti mismo. Todo esto lo consiguió un jo­ven que con aquellas palabras y risas empezaba a enseñarme a ser mayor.
El resto del camino fui pensando en lo que me había sucedido y me di cuenta de que en esta vida siempre parece que los mayores son los que han de ayudar y guiar a los jóvenes para que alcancen su madurez, ol­vidando que también son los jóve­nes los que nos tienen que ayudar y guiar para que lleguemos a ser ma­yores con plenitud. Pues anda que no hay abuelas y sobre todo abuelos que han aprendido a ser mayores, que han encontrado sentido a su se­nectud gracias a sus nietos. También hay muchos nietos a los que a los abuelos por educar les han enseña­do hasta a bien morir. ¿Os acordáis, por ejemplo, de “El estanque de los patos pobres” de Fina Casadelrrey? Otra cosa que me llamó la atención, y que ya he significado, es que ese día había aceptado ayuda por dos veces: una sin pedirla, tras un ofrecimiento; la otra con previa petición, que no es cuestión baladí. Y he de confesar que me sentí orgulloso por ambas.
A los pocos días, en una maravillosa tertulia literaria de un 6º de Prima­ria del IPI, la de Juanjo y Maritxu, en la que estamos leyendo El Quijote, aproveché para contarles este su­cedido. Algo que no suelo hacer, ya que este tipo de cosas uno, o no se las cuenta a nadie o, como mucho, a las personas que aprecia y que sabe que a su vez le aprecian. Con ello pretendía que reflexionásemos so­bre la ayuda, sobre todo acerca de por qué la rechazamos cuando nos la ofrecen y la necesitamos. Les pre­gunté a ver qué preferían si ayudar o ser ayudados. Todos contestaron que era mejor ayudar, que ayudan­do se pasaba mejor que al revés. Comenté entonces que en China el que da las gracias no es el socorrido, sino que el que agradece es el que ayuda a la otra persona por haberle permitido disfrutar ayudándole. Y es que para enseñar y aprender, todos necesitamos ayudarnos mutuamen­te. Además, hoy en día sabemos fe­hacientemente que el que ayuda a otro es el que más aprende.

Todo esto lo tenemos que aplicar las personas mayores o las que, per­mitidme la coquetería, las que nos vamos acercando a ese estar sien­do. Por eso hace tiempo que vengo diciendo que cuando una persona empieza a ser mayor ha de hacer, si no lo ha hecho antes, un curso ace­lerado sobre “cómo disfrutar deján­dose ayudar”. Y de la misma forma te pediría a ti, niño, niña, adolescente o joven que estás leyendo o escuchan­do este texto, –que leer es escuchar con los ojos–, que me ayudaras a ser mayor porque te necesito tanto como tú me necesitas a mí. En fin, que te rogaría que nos ayudásemos mutuamente porque en eso consis­te la solidaridad. Así que, ¿me ayudas a ser mayor?

viernes, 8 de noviembre de 2013

Una idea, una lección y un vino cosechero

Juan Francisco Rodero Inés. Educador agradecido.

Mural realizado por jóvenes de Pioneros
Corría el verano del año 1976 cuando un aprendiz de educador se internaba en la Calle Mayor para acudir a una cita con un “visionario educativo” Julián Rezola, un activista social curtido en mil batallas sostenidas en los años que circunscribieron el mítico y esperanzador 1968. De Francia y de otros lugares como Barcelona Julián traía una idea: educar en el medio, que luego conoceríamos como educar en la calle. Su ilusión y meta era demostrar que esta educación era algo posible en su Logroño querido.

Esta idea, totalmente inédita en la España de la época, atraía a quien, como el aprendiz, creía en una educación capaz de cambiar la sociedad y el mundo. Lejos de los vaivenes políticos, aunque tampoco se permitían, y de los objetivos educativos predominantes en la época. Todavía era pronto para los cambios, aunque era importante estar en vanguardia para que fuesen tenidos en cuenta.

Juntos, Julián y el aprendiz, se encaminaron por la calle Mayor hacia Rodríguez Paterna dirigiéndose a una pequeña tasca. Allí Julián explicó a su acompañante que tenían que hacer dos cosas: la primera, hablar con un patriarca para ajustar una excursión que iban a realizar un domingo con un grupo de chavales en forma de jornada campera. La otra, beber un vino de cosechero excepcional.

La primera se desarrolló en un ambiente en el cual se cruzaban dos respetos palpables, el de Julián hacia la posición del patriarca, a sus opiniones y consejos; por otro, el respeto de éste hacia una persona en la que se podía confiar, alguien que quería, podía y sabía educar. Fue una lección que jamás olvidaría el aprendiz: el respeto es la base de toda educación. Luego se completaría al hacerse igual de válida para la educación reglada y la no reglada. Además, es una norma esencial para la vida, ¡lástima que no siempre la tengamos presente!

Después de hacer honor al vino, buenísimo, en esto también se habían cumplido las expectativas; la conversación se centró en la educación en la calle, en la tarea concreta que desarrollaban. Julián se crece: hay que tratar de aprovechar el medio en que los chicos viven para sacar de él su potencial educativo, de las lecciones de la vida su fuerza vital y natural, extraer de las situaciones aplicaciones prácticas para mejorar la calidad de vida, hacer que los ejemplos vívidos sean los libros de texto. También del taller como recurso. Un lugar donde los chavales reparen sus motos o bicicletas sirve tanto para despertar una profesión como para dar ocasiones sobradas de diálogo sobre sus problemas, reflexionar sobre ellos, buscarles sus facetas y darles un tratamiento adecuado para dejar de ser problema, o convertirse en problemilla. Las excursiones, otra manera de contribuir a la educación, ya que permiten alejarnos por un tiempo del mundo cotidiano a la vez que permite conocer otros, que también enseñan cosas que pueden ser útiles para mejorar como personas.

El aspirante a educador toma nota y se le grabará en la memoria. Siempre lo tendrá presente en su labor educativa, aunque sea en el recinto cerrado, y no siempre permeable, de un aula.

Han pasado muchos años, toda una vida, Julián vive en el recuerdo y el aprendiz se ha curtido en mil batallas educativas. Se produce un reencuentro con la obra iniciada por Julián, el Pelos, el Fule y muchos otros: Pioneros. Lo primero que observa es que las viejas lecciones siguen vigentes. Las formas mutan, pero el corazón sigue intacto.
Con una sonrisa que acude a sus labios se dirige a un bar, pide un cosechero y levantando su copa brinda por las ideas y las lecciones prácticas. Sobre todo cuando se hacen realidades y perduran muchos años después. 

viernes, 8 de febrero de 2013

¿Quién abandona a quien?



Área Sociolaboral de Fundación Pioneros

“De estar en la calle liándola, ahora pienso en hacer los deberes, en estu­diar para el examen…”. Estas son las palabras que Roger, un alumno de bachillerato que ha tenido un itine­rario formativo distinto a los alumnos que generalmente llegan a bachiller. Con 14 años llegó al Programa Au­las Externas de Fundación Pioneros, después realizó los Programas de Cualificación Profesional Inicial (PCPI I y II) y así consiguió uno de sus prin­cipales objetivos: titularse en ESO.
Desde el Área Sociolaboral de la Fun­dación Pioneros y basándonos en realidades como esta consideramos que todos los alumnos y alumnas pueden tener éxito académico; y cuando decimos todos también nos referimos a aquellos alumnos que han desaparecido incluso de los por­centajes del llamado fracaso escolar. Desde esta perspectiva planteamos la necesidad y el derecho de que to­das y todos, siendo diferentes, pue­dan tener todas las oportunidades. Dentro del fracaso y absentismo es­colar el menor de los problemas es la bajada de los resultados académicos. El núcleo del problema el algo mu­cho más amplio que afecta al alum­no, a la familia y a la sociedad.
Ante el debate intenso que está surgiendo respecto al nuevo ante­proyecto de ley, nos preocupa pro­fundamente cómo se va a garantizar el derecho a la educación de alum­nos que, pese a atravesar momen­tos complicados de su ciclo vital, se esfuerzan en responder lo mejor que pueden dentro de los entornos difíciles en los que viven. Existe el peligro de etiquetar a estos jóvenes desde una edad muy temprana de­rivándoles a opciones que ya no les permitirán más adelante retornar a un itinerario formativo y académico. También queremos destacar, por su gran repercusión social, el riesgo que supone lanzar a adolescentes y jóvenes poco preparados al mercado laboral. La pregunta que nos surge es ¿quién abandona a quién?
Desde Fundación Pioneros quere­mos seguir apostando por itinerarios de reconstrucción largos con recur­sos donde se integran distintas inter­venciones, con una visión multidisci­plinar y de actuación simultáneas en el tiempo. El abordaje de estas reali­dades no puede hacerse solamente desde una perspectiva formativa, no podemos parcelar a la persona.
Insistiendo en el camino de las opor­tunidades, los Programas de Cualifi­cación Profesional Inicial, nos pare­cen una herramienta muy válida de intervención directa en el fracaso o abandono escolar. A nosotros siem­pre nos han permitido seguir con el alumno, acompañarle en este pro­ceso tan complicado que es vivir la adolescencia y por supuesto poder ofrecerle una meta como es la titula­ción en ESO.
Los educadores tenemos el privi­legio de poder sentir cada día una nueva oportunidad para acompa­ñar a la persona y experimentar crecimiento, libertad, igualdad, integración, sentimientos, comu­nidad…, tenemos ocasión de vivir junto a los chavales y chavalas un momento vital importante acep­tando todo lo que esto conlleva, teniendo que revisarnos nosotros mismos en nuestras actitudes que pueden estar dificultando su ca­mino y, a la vez, favoreciendo un modelo educativo donde todas las personas puedan tener opor­tunidad de conseguir los máximos para desarrollarse en todos los as­pectos de su vida. Quizás con una lectura de la realidad distinta a la que se ha estado haciendo hasta el momento, sea posible que esa me­dición de rendimiento que tanto nos preocupa hoy, pase a ser una anécdota comparada con todo lo aprendido en este camino que es la educación.


viernes, 7 de diciembre de 2012

Vivir la adolescencia como algo positivo



José Román Vázquez. Monitor del Grupo Calasanz de Logroño.

¿Qué le pasa por la cabeza a un ado­lescente? ¿Realmente resulta tan complicado que un adolescente se entienda con los adultos que le rodean? ¿Es posible pasar por esta etapa sin hacer sufrir a los padres?
Lejos de dar explicaciones teóri­cas, creo que, tras algo más de 15 años de reuniones semanales con pequeños grupos de adolescentes, de convivencias y campamentos de varios días, puedo compartir mi ex­periencia al respecto en estas pocas líneas.
El adolescente vive en una fase vital especialmente confusa de madura­ción personal, emocional y sexual, que conlleva evidentes cambios corporales; quiere que le traten como a un adulto, cuando aún no se ha desarrollado plenamente, y a su vez quiere seguir siendo un niño cuando las responsabilidades o las circunstancias le abruman. En su día a día conviven el egoísmo infantil y la necesidad de socializar con ami­gos, compañeros, pareja,…
El adolescente busca su identi­dad, quiere ser independiente y le molesta mucho que invadan su intimidad, que controlen su pe­queño mundo, que le pregunten continuamente qué hace, adónde va, con quién sale,… Es lógico que a los padres les resulte difícil dejar de verles como niños totalmente dependientes, pero es fundamen­tal para su desarrollo darles libertad para desenvolverse en el mundo de los adultos. Somos los adultos los que debemos vencer el miedo a que les pase algo, a que se equi­voquen; solo tenemos que recordar que hemos pasado por todo esto y que equivocarnos, aunque a veces nos hiciese daño, nos ayudó a ma­durar.
El adolescente busca también nue­vos grupos con los que identificar­se, ajenos al núcleo familiar que ha sido su referencia en sus años de infancia. Además del grupo de amigos hay que tener en cuenta los grupos derivados de activida­des que desarrollan y les motivan: deportivas, educativas, artísticas, de ocio y tiempo libre,… Un grupo puede servir para afianzar la perso­nalidad del adolescente, pero debe permitirle expresarse tal y como se siente, sin necesidad de fingir. No debe anularle, ni dirigir su com­portamiento; deben ser grupos en los que se le respete tal y como es. Muchas veces no es tarea fácil en­contrar un grupo y el adolescente, en esa búsqueda de su lugar en el mundo, puede llegar a sentirse ais­lado o ser influido negativamente.
La adolescencia es un tránsito hacia la vida adulta, un camino con cier­tos obstáculos, que no tiene por qué hacerse imposible para el joven ni para los que están a su alrededor. Los padres y otros adultos que les acompañamos en este camino te­nemos que ejercer de educadores, de guías, no de controladores o guardias. Por ejemplo, debemos escucharles cuando quieren expre­sarse y hablar de sus cosas, pero no forzarles a ello; aconsejarles cuan­do tienen un problema, pero no imponer las soluciones. Eso sí, hay que dejarles las cosas claras cuan­do quieren poner a prueba nues­tra firmeza saltándose los límites, hacerles ver que son plenamente responsables de sus actos y que sus decisiones pueden tener con­secuencias que no les gusten.
Generar un entorno con un clima de confianza, conseguir un equili­brio satisfactorio entre “es un niño” y “es un adulto”, colaborar en la bús­queda de grupos de influencia po­sitiva, son pasos que nos ayudarán a los padres y educadores a convivir con los adolescentes de una forma en la que todos los involucrados nos veremos recompensados y aprenderemos de la experiencia.