José Román Vázquez. Monitor del Grupo Calasanz de Logroño.
¿Qué le pasa por la cabeza a un adolescente?
¿Realmente resulta tan complicado que un adolescente se entienda con los
adultos que le rodean? ¿Es posible pasar por esta etapa sin hacer sufrir a los
padres?
Lejos de dar explicaciones teóricas, creo que, tras
algo más de 15 años de reuniones semanales con pequeños grupos de adolescentes,
de convivencias y campamentos de varios días, puedo compartir mi experiencia
al respecto en estas pocas líneas.
El adolescente vive en una fase vital especialmente
confusa de maduración personal, emocional y sexual, que conlleva evidentes
cambios corporales; quiere que le traten como a un adulto, cuando aún no se ha desarrollado
plenamente, y a su vez quiere seguir siendo un niño cuando las
responsabilidades o las circunstancias le abruman. En su día a día conviven el
egoísmo infantil y la necesidad de socializar con amigos, compañeros, pareja,…
El adolescente busca su identidad, quiere ser
independiente y le molesta mucho que invadan su intimidad, que controlen su pequeño
mundo, que le pregunten continuamente qué hace, adónde va, con quién sale,… Es
lógico que a los padres les resulte difícil dejar de verles como niños
totalmente dependientes, pero es fundamental para su desarrollo darles
libertad para desenvolverse en el mundo de los adultos. Somos los adultos los
que debemos vencer el miedo a que les pase algo, a que se equivoquen; solo
tenemos que recordar que hemos pasado por todo esto y que equivocarnos, aunque
a veces nos hiciese daño, nos ayudó a madurar.
El adolescente busca también nuevos grupos con los que
identificarse, ajenos al núcleo familiar que ha sido su referencia en sus años
de infancia. Además del grupo de amigos hay que tener en cuenta los grupos
derivados de actividades que desarrollan y les motivan: deportivas,
educativas, artísticas, de ocio y tiempo libre,… Un grupo puede servir para
afianzar la personalidad del adolescente, pero debe permitirle expresarse tal
y como se siente, sin necesidad de fingir. No debe anularle, ni dirigir su comportamiento;
deben ser grupos en los que se le respete tal y como es. Muchas veces no es
tarea fácil encontrar un grupo y el adolescente, en esa búsqueda de su lugar
en el mundo, puede llegar a sentirse aislado o ser influido negativamente.
La adolescencia es un tránsito hacia la vida adulta, un
camino con ciertos obstáculos, que no tiene por qué hacerse imposible para el
joven ni para los que están a su alrededor. Los padres y otros adultos que les
acompañamos en este camino tenemos que ejercer de educadores, de guías, no de
controladores o guardias. Por ejemplo, debemos escucharles cuando quieren expresarse
y hablar de sus cosas, pero no forzarles a ello; aconsejarles cuando tienen un
problema, pero no imponer las soluciones. Eso sí, hay que dejarles las cosas
claras cuando quieren poner a prueba nuestra firmeza saltándose los límites,
hacerles ver que son plenamente responsables de sus actos y que sus decisiones
pueden tener consecuencias que no les gusten.
Generar
un entorno con un clima de confianza, conseguir un equilibrio satisfactorio
entre “es un niño” y “es un adulto”, colaborar en la búsqueda de grupos de
influencia positiva, son pasos que nos ayudarán a los padres y educadores a
convivir con los adolescentes de una forma en la que todos los involucrados nos
veremos recompensados y aprenderemos de la experiencia.
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