Jesús Vélez Valle. Educador de Fundación Pioneros.
En los medios de comunicación nos hemos encontrado otra vez
con el informe PISA del que se extrae la conclusión de que nuestros alumnos no
solo están a la cola en conocimientos, en expresión y en comprensión, sino que
también lo están en su comportamiento y capacidad para enfrentarse a la vida.
Los datos reflejan que nos encontramos por debajo de la
media en unas pruebas que miden la capacidad para desenvolverse en la vida
como, por ejemplo, programar el aire acondicionado o sacar un billete de
transporte combinado. Los alumnos españoles de 15 años están 30 puntos por
debajo de Francia, Italia y Alemania.
Las causas y los remedios para paliar esta situación parecen
ser muchos y muy variados. Todos estamos implicados en la educación de la
juventud, ya que la escuela no tiene el monopolio y hay una corresponsabilidad
de las familias.
En este sentido es necesario observar lo que aparece como
tendencia en la familia de los últimos años, una familia cada vez mas pequeña,
cerrada y protectora, en la cual los adultos tienden hacer la vida de los
jóvenes más fácil, procurando eliminar todas sus dificultades e incluso
interviniendo directamente, haciendo las cosas en su lugar.
Un objetivo fundamental en la educación es facilitar la
autonomía de los jóvenes, pero en esta cultura, en la que se controla y protege
tanto a los hijos, en la que muchas veces no les dejamos resolver las cosas por
sí mismos, no se facilita precisamente este objetivo. No es cuestión de juzgar
la motivación de los padres para procurar el bienestar de sus hijos, desde
luego con la mejor intención, pero sí que es necesario atender los efectos que
esta abundancia de cuidados puede tener en el proceso de aprendizaje e
individuación de los jóvenes. Sin autonomía en la toma de decisiones es muy
difícil decidir por uno mismo, organizarse, planificar.
El control excesivo por parte del adulto, quizás
influenciado por una percepción del contexto social cada vez más peligroso y
complejo, facilita su intervención en todos los ámbitos de la vida de los
menores. A los hijos se les híper protege y por lo tanto se les hace débiles
ante la vida. La familia se convierte en una entidad que quiere controlar todo,
tendiendo a invadir cualquier espacio en la vida de los adolescentes.
La sobreabundancia de cuidados, la asistencia rápida, no dar
el tiempo necesario para que los jóvenes aprendan a través de sus propios
errores les impide gestionar sus propias dificultades que muchas veces conducen
a la dependencia de un control externo. En definitiva, se les impide
equivocarse y crecer.
Volviendo al informe PISA, este sugiere que hay que dotar a
los alumnos de las habilidades necesarias para aplicar los conocimientos que
adquieren, no tanto cuánto se sabe, sino más bien qué hacer con lo que se sabe.
Todos los que estamos implicados en la educación de nuestra juventud debemos
procurar darles la oportunidad de ejercer su creatividad y en más de una ocasión
esto pasa por dejarles resolver las cosas por sí mismos y por qué no, dejarles
equivocarse.
Una crítica frecuente que solemos hacer a los jóvenes es que
se frustran muy rápido cuando algo les sale mal. Sin embargo, no deja de ser
curiosa la capacidad de superación que demuestran cuando en un videojuego “les
matan” y vuelven una y otra vez al mismo punto hasta que son capaces de superar
el nivel.
Desenvolverse en un entorno complejo y cambiante exige la
práctica y la experiencia, a veces desagradable, del error.