viernes, 15 de marzo de 2013

Cuéntame un cuento…



Eva Lacarra Córdova. Educadora social y pedagoga.

Los cuentos y los relatos infantiles constituyen una importante vía de transmisión cultural, y en lo que a desigualdad de género se refiere, son unos perfectos transmisores de los roles tradicionales asignados a niñas o a niños, por lo que juegan un papel fundamental en la forma­ción de nuestra identidad como hombres y mujeres. Los modelos masculino y femenino son repro­ducidos y reforzados de manera contundente en los cuentos clási­cos, donde nos encontramos con el valeroso e intrépido príncipe salva­dor, así como con bellas y pasivas princesas cuyo único fin en la vida es casarse y esperar la llegada de su “príncipe azul”.
A la luz de varios análisis con pers­pectiva de género llevados a cabo en estos cuentos, se observa que en diversos relatos como Caperu­cita, la Bella Durmiente, Cenicienta o Blancanieves, las características y cualidades que se asignan a sus protagonistas son bondad, dulzura, inocencia o ternura, en contraste con personajes masculinos de otros cuentos como Pulgarcito, Peter Pan o El Sastrecillo valiente, a quienes les caracterizan la inteligencia, la inicia­tiva o el espíritu de aventura. Eviden­temente, los destinos y los proyectos vitales de estos personajes también están delimitados de forma diferen­ciada; ellas deben esperar a que un príncipe las salve o las rescate su­bordinando su vida a la decisión de otra persona, mientras que para los protagonistas masculinos sí es posi­ble decidir sobre su propio destino. Igualmente los espacios donde se mueven también varían, ya que los varones se desenvuelven en el espa­cio público y abierto, mientras que las mujeres desarrollan su día a día en el espacio privado y doméstico en el que cuidan de quienes les rodean, reproduciendo así la tradicional divi­sión sexual del trabajo.
En la televisión, observamos a su vez cómo la mayoría de los dibujos ani­mados reflejan un mundo masculi­no caracterizado por el liderazgo, la fuerza, la agresividad o la violencia como forma de solucionar los con­flictos, mientras las mujeres poseen un papel secundario. Mención espe­cial merece el papel que se asigna a las brujas de los cuentos, personajes femeninos dotados de muchas de las cualidades negativas y mal valoradas en nuestra sociedad, véase manipu­ladoras, feas o despiadadas.
Con todos estos elementos, no es extraño que la formación de las identidades de las niñas y los niños sea desigual y claramente desfavo­rable para el fomento de la iniciativa y la autonomía de las mujeres. Este hecho puede conllevar consecuen­cias negativas a largo plazo, como son graves dificultades a la hora de afrontar situaciones de violencia en las relaciones de pareja. De la misma manera, en los niños no se fomentan los valores positivos tradicionalmen­te femeninos, como son la sensibili­dad, el cuidado de las otras personas, o la expresión de las emociones.
Afortunadamente vivimos en un mundo que avanza y camina, y cada vez somos más quienes apostamos por otra forma de educar y de ser niño-hombre y niña-mujer. La coedu­cación es el modelo educativo sobre el que nos apoyamos, el cual se de­fine como “un proceso intencionado de intervención a través del cual se potencia el desarrollo de niños y ni­ñas partiendo de la realidad de dos sexos diferentes, hacia un desarrollo personal y una construcción social comunes y no enfrentados”. Una fi­losofía educativa que permita a ni­ñas y a niños crecer en libertad, sin condicionamientos externos que les impidan desarrollarse de forma inte­gral al margen de su sexo.
De la mano del método coeduca­tivo, se intenta que cada vez haya más alternativas literarias no sexistas presentes en los centros escolares y en los hogares, ya que son estos los lugares centrales donde se forja nuestra identidad. Debemos educar-nos en igualdad, construyendo así un mundo diferente más justo, equitati­vo e inclusivo. Educar no es conven­cer, pero hay que estar convencidas y convencidos para educar.