lunes, 29 de agosto de 2011

Cien figuras españolas


Javier Navarro Algás. Gerente de Fundación Pioneros.
Últimamente los medios de comunicación han reflejado la polémica generada a propósito de la publicación del Diccionario biográfico español de la Real Academia de la Historia.
Esta noticia me ha traído a la memoria un pequeño libro titulado “Cien figuras españolas” que mi padre guardaba de sus tiempos como escolar.
Debía contar yo con nueve o diez años cuando lo descubrí y comencé a mirar las fotografías que encabezaban cada página y a leer las que me parecían más atractivas. A mi mente acuden las imágenes de Séneca, Trajano, Gonzalo Fernández de Córdoba, Legazpi, Cabeza de Vaca, María Pita, Miguel Servet, Goya, Isaac Peral… También aparecía un santo dedicado a la enseñanza, San José de Calasanz.
Al “santo viejo”, que es como sus compañeros escolapios y quizá los vecinos de la Roma de 1600 llamaban cariñosamente a aquel anciano que había sido amigo de Galileo, innovador y pionero de la escuela popular y  gratuita y que seguía activo a pesar de su muy avanzada edad –falleció a los 92 años-, pienso yo que debo gran parte de mi vocación profesional.
Todo lo anterior aplicado a la educación tiene que ver con la importancia de buscar en la historia aquellos personajes que recorrieron antes que nosotros parecidos caminos y que dejaron su sabiduría a nuestra disposición.
Figuras de la historia contemporánea, no tan alejados de nuestras preocupaciones y modo de ver la vida, como Johann Pestalozzi, Lorenzo Milani, María Montessori, Ben Lindsey, Robert Baden-Powell, Anton Makarenko, Francisco Giner de los Ríos, Henry Joubrel, Alexander Neill, Fernand Deligny, Paulo Freire… entre otros están esperándonos.
Podemos acercarnos a ellos de primera mano, a través de sus obras escritas, o por atajos como Wikipekia si uno dispone de poco tiempo.
Haciendo un estudio comparativo encontraremos muchas similitudes metodológicas; también diferencias que se explican por el contexto histórico, ideológico y personal de cada uno. Pero en todos ellos el mismo interés por extraer de cada niño, adolescente, joven, lo mejor, por procurar su felicidad y por proyectarlos hacia la sociedad.
Recientemente asistí a una conferencia impartida por el profesor y catedrático Ramón Flecha, sobre Comunidades de Aprendizaje. Percibí pasión en las “historias de vida de chicos y chicas” con las que ilustraba su exposición.
Y aunque nuestros tiempos son más bien de trabajo en equipo, de redes, de alianzas que de figuras históricas, esa pasión es para mí la mejor prueba de que la educación sigue siendo un campo atractivo, necesario y donde todos podemos contribuir.

martes, 23 de agosto de 2011

LA COEDUCACIÓN EN NUESTRO CONTEXTO EDUCATIVO


Eva María Lacarra Córdova. Educadora Social y Pedagoga.
Cuando escuchamos la palabra coeducación suelen surgir diversas reacciones pues nos estamos refiriendo a un tema controvertido y muy importante en la formación de nuestros hijos e hijas. Los hay que se extrañan porque no saben qué significa exactamente; hay quien piensa que en nuestros tiempos no hace falta reivindicar la educación en igualdad porque las escuelas ya son mixtas y niñas y niños se educan conjuntamente; y finalmente, hay quienes pensamos que aún nos queda mucho trecho por recorrer hasta conseguir una educación igualitaria que no genere discriminación y no reproduzca los estereotipos de género existentes.
Para entender bien el significado de la coeducación como modelo pedagógico, es importante diferenciar primero entre dos conceptos, el de sexo y el de género. Al hablar de sexo, nos referimos a las diferencias biológicas (anatómicas y fisiológicas) entre hombres y mujeres que hacen posible la reproducción. Son universales y coinciden en todo tiempo y cultura. El género es la construcción cultural que hace una sociedad a partir de las diferencias biológicas. Mediante esta construcción se adscriben cultural y socialmente aptitudes, roles sociales y actitudes diferenciadas para hombres y mujeres, atribuidas en función de su sexo biológico. Estos roles asignados suelen visualizarse como naturales cuando en realidad son producto de nuestra cultura, y será durante nuestro proceso de socialización cuando los adquiramos.
La escuela es uno de los agentes de socialización que contribuyen a construir la identidad de niños y niñas de forma que el entorno educativo formal es uno de los lugares, junto a la familia y la comunidad, donde se podrán de-construir todos aquellos comportamientos y pensamientos sexistas que aún existen en nuestra sociedad. Para conseguirlo, se debería poner en práctica el modelo coeducativo, que supone un proceso intencionado de intervención a través del cual se fomenta el desarrollo de niñas y niños partiendo de la realidad de la diferencia sexual y dirigido hacia un desarrollo personal y una construcción social común y no enfrentada. Supone la coexistencia de actitudes y valores tradicionalmente asignados a hombres y a mujeres de forma que puedan ser aceptados y asumidos por las personas independientemente de su sexo. Se trata de construir una escuela que respete la diversidad entre los sexos, culturas, ritmos de aprendizaje, etc., y la herramienta que nos va a permitir educar en igualdad es la pedagogía coeducativa.
En nuestro contexto de educación formal, esta herramienta pedagógica suele estar limitada al desarrollo de actividades puntuales con el alumnado, muchas veces ligadas a días concretos: actividades como talleres, teatro, dinámicas, o
actividades lúdicas con un componente de reflexión crítica sobre la discriminación de género. Sin embargo, la coeducación como estrategia preventiva de discriminación debería  impregnar y atravesar transversalmente todo el sistema educativo desde infantil hasta la etapa adulta, siendo un proceso continuo y  sistemático en el que se debe implicar toda la comunidad
escolar (familias, personal docente y no docente, alumnado, entorno comunitario, etc.). De esta forma estaremos apostando por una enseñanza coeducativa como única alternativa válida para la educación en igualdad y la prevención de cualquier tipo de violencia, construyendo una sociedad justa e igualitaria que no etiquete
a ninguna persona en función de su sexo, raza o cultura.

miércoles, 17 de agosto de 2011

LAS COMPETENCIAS BÁSICAS COMO SABER ACTUAR (y II)


Cruz Pérez Merino. Profesor asociado de la Universidad de La Rioja y profesor tutor de la UNED.

Terminábamos el anterior artículo sobre competencias básicas preguntándonos por las razones de introducir estos aprendizajes en los currículos escolares. Respondíamos que la justificación de su presencia en los currículos tiene que ver con las nuevas demandas que nuestra sociedad, llamada del conocimiento, exige a las escuelas. Estas demandas pasan necesariamente por producir aprendizajes que capaciten a los estudiantes para desempeñar con éxito las diferentes tareas y exigencias que los diferentes ámbitos vitales les deparen, tanto personales, profesionales como sociales y de ciudadanía; y es que conocer ya no consiste en saber, este es necesario pero no suficiente.
El conocimiento o los aprendizajes que debemos producir en las aulas deben superar el mero saber para ser un instrumento de acción en los diferentes contextos reales por donde transite la vida del estudiante. ¿De qué le sirve a un alumno saber las diferentes clasificaciones sobre los alimentos y sus virtudes si es incapaz de llevar una dieta mínimamente adecuada?
El propósito de este texto es avanzar en el conocimiento de las competencias básicas y tratar de averiguar, aunque de manera escueta y simple, a qué tipo de aprendizaje se refieren.
Para ello intentaremos dar respuesta a tres características principales de las competencias básicas. La primera característica es que son aprendizajes complejos, que implican la enseñanza de diversas categorías de capacidades que deben enseñarse de manera específica e integrada al mismo tiempo. Por lo pronto, una competencia se compone de conocimientos, de habilidades, destrezas o procedimientos, y de actitudes y valores. Es decir las competencias son el conjunto de conocimientos, de procedimientos y de actitudes que nos permiten solucionar adecuadamente las tareas cotidianas. Y no habrá aprendizaje competencial si no se enseña cada uno de estos componentes de manera adecuada. Y de manera adecuada quiere decir que cada uno de estos tres elementos debe enseñarse de manera específica y al mismo tiempo de manera coherente e integrada con los otros dos elementos. La gesta de Cristóbal Colón no se explica desde supuestos exclusivamente científicos o de conocimientos del navegante, tampoco desde explicaciones puramente prácticas o de habilidades y destrezas en el manejo y construcción de embarcaciones o el conocimiento de las mareas, sino que además de todo ello fue necesaria una actitud positiva y abierta al descubrimiento, a la aventura, al riesgo, a la pasión por conocer que lo lanzara a lo desconocido. Quiere decirse que, si en nuestros centros educativos no enseñamos a nuestros estudiantes a tener unas actitudes positivas frente a sí mismos, a los demás y al mundo que les rodea, por muchos conocimientos tanto teóricos como prácticos que les enseñemos no conseguiremos personas resolutivas, decididas, capaces de hacer frente a los retos que el vivir les imponga.
La segunda característica de las competencias básicas es que son aprendizajes integrados, holísticos. Su aprendizaje no puede hacerse al margen de otros tipos de aprendizajes como son los no formales e informales. Para enseñar competencias la escuela no puede desligarse de otros tipos de aprendizajes que los estudiantes realizan de forma más informal, asistemática en contextos familiares, sociales, lúdicos, etc.
La tercera característica es que las competencias básicas son aprendizajes imprescindibles para la consecución de tres finalidades: el desarrollo personal, el ejercicio activo de la ciudadanía y el aprendizaje a lo largo de toda la vida.

LAS COMPETENCIAS BÁSICAS AL SERVICIO DEL COMPROMISO DE LA ESCUELA CON LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO (I)


Cruz Pérez Merino. Profesor asociado de la Universidad de La Rioja y profesor tutor de la UNED.

El currículo escolar es al docente lo que el GPS al conductor: ambos guían la conducción hacia la meta prefijada. El GPS señalándonos la ruta a seguir para llegar al destino y el currículo escolar indicándonos los aprendizajes que deben ser adquiridos por los estudiantes al término de la etapa educativa correspondiente en consonancia con las demandas y necesidades de la sociedad del momento; y así como el GPS debe estar actualizando continuamente los datos sobre la red viaria, el currículo, por su parte, debe ofertar aquellos aprendizajes que resulten  imprescindibles  para el desarrollo y la transformación de nuestras sociedades.
Es evidente que nuestros escolares de hoy necesitan aprender conocimientos, procedimientos y valores muy distintos a los de los estudiantes de los años setenta, por poner solo un ejemplo. Nuestra sociedad actual impone nuevas capacidades, destrezas y valores a los ciudadanos, ya que ha evolucionado hacia sistemas más complejos: globalización, migraciones de carácter económico y desplazados, desregulación económica, pérdida del estado del bienestar, primacía de la cultura tecnológica, cambio climático o por lo menos deterioro -¿irreversible?- del medio ambiente, propuestas de políticas comunitarias e internacionales, nuevos problemas de carácter global que requieren estrategias de solución diferentes a las implementadas hasta el momento.
El currículo escolar de la sociedad del conocimiento, en su intento por hacer frente a los nuevos retos y compromisos que la actual sociedad le demanda, propone una serie de aprendizajes que resulten adecuados para conseguir ciudadanos capaces de contribuir al desarrollo de esta sociedad tecnológica mediante una formación que integre los aspectos educativos con los tecnológicos y científicos, y de implicar a la ciudadanía en la participación para la transformación social desde valores  tales como el sentido comunitario, la empatía, las actitudes democráticas, el humanitarismo, la identidad cosmopolita, la sostenibilidad y la ecología, entre otros; y ello mediante la incorporación al currículo escolar de un nuevo elemento llamado “competencias básicas”.
¿Qué es una competencia? Es la capacidad de una persona para  poner en relación y movilizar todos sus recursos: conocimientos, destrezas, actitudes y valores con la finalidad de  solucionar de manera pertinente las diversas tareas que su contexto vital le impone. ¿Y una competencia básica? El adjetivo de básica implica que es una competencia que tiene que ser adquirida por todos los estudiantes al término de sus estudios obligatorios, ya que es necesaria para el desarrollo personal, para el ejercicio de la ciudadanía y para su capacidad de aprendizaje a lo largo de su vida.  Ser competente consistirá en actuar adecuadamente en todos los ámbitos de la vida, y no solo en el ámbito escolar, solucionando las diferentes demandas que el hecho de vivir impone a cada persona.
¿Qué se pretende con la introducción de las competencias básicas en el currículo escolar? Sobre todo orientar la enseñanza hacia la aplicabilidad de los aprendizajes adquiridos. El saber se convierte en un instrumento para la vida, la acción y la intervención en el medio. La educación se entiende como compromiso con los grandes problemas del momento actual. Se pasa de una enseñanza para “saber” al “saber para actuar”.