Pío
García Tricio. Periodista
Dicen
los expertos que los primeros cimientos de internet se colocaron en 1969,
cuando unos ingenieros lograron conectar las computadoras de tres universidades
de California (Estados Unidos). Lo que quizá no sepan los expertos es que 25
años antes un escritor argentino iba a lanzar una profecía que, leída hoy,
parece advertirnos sobre los peligros de este mundo hiperconectado. Jorge Luis
Borges publicó en 1944 el cuento 'Funes el memorioso'. Con su verbo de
cirujano, frío y agudo, Borges relató la extraña vida de Ireneo Funes, un
hombre que era capaz de recordarlo todo. “Mi memoria -llega a decir- es como
vaciadero de basuras”.
No
hay que ser demasiado avispado para encontrar en la enfermedad de Ireneo Funes una extraña analogía con lo que
hemos decidido llamar “sociedad de la información” o incluso, en una hipérbole
todavía más osada, “sociedad del conocimiento”. Por las venas de internet corre
una riada tumultuosa de datos, de historias, de relatos. Hay en la red kilos de
información valiosa enterrados bajo toneladas de mugre y hojarasca. En su
cuento, Borges se apiadaba de Ireneo Funes, un hombre ahogado por su memoria: “Pensar
es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de
Funes no había sino detalles, casi inmediatos”. En la frontera del nuevo siglo,
un politólogo italiano, Giovanni Sartori, publicaba un ensayo, 'Homo videns',
en el que advertía, con un tono quizá demasiado apocalíptico, del daño que para
la mente humana podía comportar una civilización de la imagen, del fogonazo, de
estímulos poderosos, inapelables y continuos. Una civilización, en fin, en la
que cada vez resulta más difícil pararse, aislarse, leer textos largos,
concentrarse, abstraerse, pensar.
No se trata de detener el progreso, ni siquiera de ofrecerle
resistencia, pero creo que nuestros jóvenes necesitan nuevas y poderosas
herramientas intelectuales para gestionar el alud cotidiano de informaciones,
de basura, de datos, de conocimientos, de opiniones, de miserias, de insultos,
de bromas, de sexo, de cháchara virtual... Mientras tanto, las autoridades
educativas se conforman con llenar las aulas de tablets y de pizarras
virtuales, como si los aparatitos fuesen más importantes que, por ejemplo, la
filosofía, última damnificada de los planes de estudio. Aunque los padres se
vuelvan (nos volvamos) locos por que los chavales aprendan robótica,
programación y otras ciencias del futuro, intuyo que los alumnos de hoy
necesitan más reflexión que técnica, más filosofía que ingeniería.
Por razón de mi oficio, me preocupa especialmente la
relación de los alumnos con la información. La extensión de las redes sociales
y la impetuosa floración de blogs y páginas web ha dislocado el habitual flujo
informativo, que hasta hace poco discurría de arriba abajo: los medios recogían
noticias, las jerarquizaban y las divulgaban. Este sistema centenario ha
saltado por los aires y la información está ahora al alcance de cualquiera,
gratis, a golpe de ratón. Me preocupa que muchas personas sean incapaces de
distinguir información y publicidad, noticias veraces y chismes maledicentes,
farfolla interesada y hechos contrastados. Creo que debemos ofrecer a los
estudiantes, tal vez en la Educación Secundaria, unas guías para moverse en el
mundo de la información 2.0. No se trata, como a veces se piensa, de animarles
a crear blogs o a convertirse en animosos periodistas; antes debemos enseñarles
a tener sentido crítico, a leer opiniones de diversos sesgos (especialmente
aquellas que desafíen sus prejuicios), a consultar fuentes fiables, a
contrastar noticias antes de divulgarlas vía wassap o facebook. A que sepan, en
fin, encontrar información veraz escarbando entre la basura cibernética.
Ireneo Funes murió a los 21 años, de una congestión
pulmonar. No nos olvidemos de él.
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