Javier Navarro Algás. Gerente de Fundación Pioneros.
Pienso que en círculos profesionales se considera que la
actual Ley es útil en la gran mayoría de los casos al destacar como uno de sus
principios rectores el interés superior del menor y combinar la respuesta
penal con la educativa. Por supuesto, también es mejorable en otros aspectos
como, por ejemplo, la inmediatez en la aplicación de las medidas judiciales o
un mayor uso de la mediación extrajudicial.
Me gustaría insistir en que abordar la cuestión desde un
enfoque educativo no quiere decir restar importancia al delito o ignorar el
sufrimiento provocado. Bien al contrario, creo que es necesario que los menores
sean conscientes del daño que han causado a sus víctimas y que lo afronten con
responsabilidad.
Ahora bien, tan solo un porcentaje muy pequeño de los casos
precisan de un internamiento en centro cerrado y solo en contadas excepciones
la gravedad y crueldad del delito son tales que trascienden a los medios de
comunicación. Es por ello por lo que al plantearse una reforma de la Ley ha de
reflexionarse desde una perspectiva de conjunto y con el apoyo de datos
contrastados.
Creo que está aceptado que la cárcel, pese a las ingentes
cantidades económicas invertidas en ella y al esfuerzo de muchos funcionarios
de prisiones y otros profesionales y voluntarios que intervienen en ella es,
como respuesta reeducativa, un fracaso. Por ello debiéramos poner mucho cuidado
en que un modelo que no funciona en adultos inspire la manera de hacer las
cosas con los menores.
Así, medios de comunicación escritos y audiovisuales han
puesto de manifiesto actuaciones con menores que deben ser cuestionadas porque
están lejos de ser educativas. Ente ellos, el programa “Documentos TV:
Menores y guardianes”, producido por Televisión Española, el corto “La Tama”,
galardonado por Telemadrid o el informe del Defensor del Pueblo.
El hecho de que muchos menores con medida judicial provengan
del fracaso escolar y un buen número hayan pasado por instituciones de
protección debe conducirnos a formular nuevas propuestas de actuación si
queremos mejorar. Y a plantearnos qué modelo de sociedad estamos construyendo
ya que cada vez hay más jóvenes que no encuentran su espacio en ella.
Muy a menudo exigimos integración y responsabilidad a
menores que tienen que hacer frente en soledad e ignorancia a todo un universo
de desprotección emocional, económica y de medios de promoción social, a veces
en entornos de negligencia, permisividad e incluso maltrato. También exigimos
a las familias compromiso cuando no han recibido ni la educación ni las
herramientas para poder llevarlo a cabo. Y no solemos preguntarnos qué experimentaríamos
como padres si nuestra hija o hijo cometiese un delito.
Finalizo insistiendo en la misma idea que cerraba la primera
parte: El reto consiste en buscar consensos a partir de experiencias y
modelos educativos exitosos asumiendo nuestra parte de responsabilidad en el
problema. Y la meta, proponer respuestas eficaces y justas que respeten
nuestra dignidad como sociedad.
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