Miguel Loza Aguirre. Pedagogo y asesor de Educación
de Personas Adultas en el Berritzegune de Vitoria.
Así reza el estribillo de una bonita canción de Víctor
Manuel. Y siempre que la oigo me hago, junto al cantor, la misma pregunta, y
pienso que no estaría de más que todos nos la hiciéramos porque este mundo no
está como para guardarnos besos y esconder abrazos.
Por eso me acuerdo de aquella vez que estaba enfadado. Esos
enfados tontos que aunque te lo propongas no eres capaz de recordar ni el porqué,
ni el cómo, ni el cuándo. Lo que sí quedó grabado en mi mente fue que te
acercaste, como casi siempre que me veías así de estúpido, con un tierno reproche
en tu mirada mientras dibujabas un beso en tus labios esperando que mi
boca completara el dibujo iniciado en tu sonrisa; y que giré mi cara con una
dignidad indigna. ¿A dónde fue ese beso?
Otra vez fui yo el que se acercó pintando en el aire un abrazo
de dos brazos que acogen esperando ser acogidos, y esta vez fuiste tú la
que te separaste, y mi gesto de afecto cayó al vacío. ¿A dónde fue ese abrazo?
¿Adónde irán los
besos que guardamos, que no damos, adónde va ese abrazo si no llegas nunca a
darlo?
A veces pienso que tiene que existir un lugar en el cielo
al que vayan los besos que no fueron dados, los abrazos que no encontraron a nadie,
las caricias que nunca fueron acogidas, las sonrisas que no alegraron,
o las lágrimas que no hallaron un regazo donde ser depositadas. Sí, un
lugar desde donde atentamente nos observan para poder descender cuando alguien
las reclama. Porque... ¡qué es un beso sin nadie para recibirlo, un abrazo en
la nada, una caricia sin piel, una sonrisa muda o una lágrima sin consuelo!
Por eso, si te fijas bien, verás, sobre todo cuando el sol se ha ocultado, que
la noche es transitada por besos, abrazos, caricias, lágrimas y sonrisas en
busca de personas que las necesitan. Y es por esto por lo que se dice que el
sueño tiene un efecto reparador, porque es mientras dormimos cuando esas
criaturas extrañas de la oscuridad besan al que durante el día no fue querido,
abrazan al que no tuvo abrazos, acarician al que tuvo el frío del desamparo,
sonríen al que solo vio tristeza y empapan las lágrimas de quien no tuvo
pañuelo humano que las enjugara.
Fue también una noche, después de ver el ajetreo que tenía
lugar en el cielo estrellado cuando me pregunté: ¿por qué esperar a mañana,
por qué no empezar ahora mismo? Y recuerdo que me dirigí hacia ti buscando el beso
que había perdido y que tú, sin decir nada, como si hubieses visto lo mismo
que yo, me recibiste en los tuyos con una sonrisa mientras me estrechabas entre
tus brazos y nos acariciábamos entre sonrisas. Recuerdo que lloré de
felicidad y de rabia por haber tardado tanto en recuperar aquellos objetos
perdidos, y de cómo mis lágrimas encontraron un regazo humano, el tuyo,
donde poder enjuagarlas.
Desde entonces no se me ocurre ahorrar ningún beso, ni
rechazar un abrazo, ni escatimar una caricia, ni dejar de sonreír mientras
acojo tus lagrimas en ese pañuelo que desde aquel día llevo en mi corazón.
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