Miguel
Loza Aguirre. Pedagogo
y asesor de Educación de Personas Adultas en el Berritzegune de Vitoria.
La India
es una sociedad establecida en Castas. La más baja o, si se prefiere, el grupo
humano que está fuera de ellas son los intocables, también llamados parias.
Los hindúes consideran que los intocables son tan bajos como el excremento. Los
parias, por su descendencia, no pueden ni siquiera tomar agua del mismo chorro
que las otras castas, están excluidos de los servicios básicos, como salud,
educación y empleos, y eso que son unos 130 millones.
En
nuestra sociedad no existe esta jerarquía instituida por nacimiento. Sin
embargo creo que tenemos algo similar; un grupo humano al que denomino: los
invisibles. ¿De verdad que no te habías dado cuenta? Claro, me dirás, como son
invisibles. Bueno, tienes razón. Las personas no somos invisibles, lo que
ocurre es que de tanto volver la cabeza a su paso hacemos como si lo fueran. En
algunas tribus primitivas el mayor castigo para una persona era el que el
resto hicieran como si no existiera, como si no lo vieran. Hablaba pero no le
contestaban y nadie le dirigía la palabra. Esta persona lo pasaba tan mal que
acababa por abandonar la tribu e irse al bosque, a pesar de que sabía que las
posibilidades de sobrevivir eran nulas.
En
nuestra sociedad las personas invisibles son todas aquellas a las que, por la
razón que sea, no queremos ver. Te pondré unos ejemplos: muchas personas mayores
son invisibles porque hay que cuidarlas, estar pendientes de ellas, en
ocasiones se les va la cabeza, se repiten, originan muchos gastos o, en
definitiva, porque nos recuerdan que tarde o temprano seremos como ellas. Otras
personas, por razones muy parecidas a las anteriores, que pueden llegar a ser
invisibles son las enfermas o las discapacitadas. Te recuerdo que no hace
muchos años, muchas familias no se atrevían a sacar a sus hijos o hijas
discapacitadas psíquicas a la calle porque de una forma totalmente injusta la
sociedad las había invisibilizado. Y qué te voy a contar de las personas que
están en la cárcel o que incluso, después de haber cumplido su pena, salen a la
calle; o de los inmigrantes que últimamente han venido a vivir con nosotros. En
general, solemos hacer invisibles a las personas desfavorecidas, a las que
están marginadas y a aquellas que son diferentes a nosotros o al grupo en el
que vivimos.
Y tú, da
igual la edad que tengas, que seas padre o madre, profesor o alumno ¿a quién
haces invisible? ¿O, tal vez, y según con quién y en qué sitios, seas tú el que
te sientas invisible? Te lo digo para que lo medites un poco. Estoy seguro de
que alguna vez, como a mí me ha pasado, te han hecho o te hacen sentirte
invisible; y estoy convencido de que te habrás sentido tan mal como yo, o como
el de la tribu al que le imponían ese terrible castigo. Entonces, si sabes lo
mal que se pasa, ¿por qué lo haces? ¿por qué lo hacemos? Insultar, agredir,
despreciar, negar el saludo, infravalorar, repudiar, rebajar, humillar,
despreciar, arrinconar, rechazar, marginar, acorralar, reírse de una persona,
etc. son maneras de hacerla invisible, formas de hacerla sufrir.
Así pues,
dejemos de hacerlo para ser más felices, porque detrás de todo esto solo se
encuentran el miedo, la cobardía y la envidia, y estas tres cosas son las que
hacen invisible la felicidad o, si quieres, las que hacen visible la
infelicidad.
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