Matías Salazar Terreros. Psicólogo.
Me piden que escriba un artículo
sobre educación. Acepto la petición pensando en ofrecer alguna ayuda.
Escribo principalmente para
padres y para chicos y chicas que están surcando su infancia adulta y adolescencia,
entre 10-17 años.
1.- La primera experiencia va
unida a un hecho ocurrido en un campamento de verano montado en Ojacastro (La
Rioja). Participaban en él muchachos de la zona de Haro, entre 10 y 16 años.
Una de las actividades que estaban programadas fue una marcha para ascender al
monte San Lorenzo. Salimos a las 6 de la mañana un grupo de unos 25. Cruzamos
Ezcaray. Cogimos la carretera que sube a Urdanta. Allí paramos a almorzar y
reponer fuerzas. Sacamos los bocadillos que desaparecieron en un abrir y cerrar
de ojos. Acabado el almuerzo emprendimos otra vez la marcha y por una senda
bastante empinada llegamos hasta la estación de esquí de Valdezcaray. Serían
como las 12,30. Ninguno éramos buenos andarines acostumbrados a la marcha y
menos en montaña. Así que dejamos las mochilas en la orilla de la carretera y
nos paramos a descansar. Pero ocurrió lo inesperado: la mayoría, tumbados en
mitad de la carretera de la estación de esquí, se durmió por más de 2 horas.
Este hecho puso en crisis a todo
el grupo y nos preguntamos: ¿qué hacemos? ¿Subimos a la cumbre del San Lorenzo
o nos volvemos? La decisión fue casi unánime: subimos. Nos lo hemos propuesto y
tenemos que cumplir los compromisos.
Emprendimos la marcha hacia la
cumbre. Y con otra parada para comer algo fuimos poco a poco escalando los
2.260 metros de altura. Jadeando y con la lengua afuera hollamos su testuz
altiva a las 7 de la tarde de aquel 29 de julio de 1981. Arriba soplaba un
viento limpio, suave y frío: nos sentamos en la cavidad de la cumbre y allí
cantando y gritando expresamos el gozo de haber logrado, con gran esfuerzo y
algo de sufrimiento, lo que nos habíamos propuesto. Estábamos fatigados pero
inmensamente alegres.
2.- El otro hecho me ocurrió cuando
estudiaba el equivalente al Bachillerato Superior. Era una hermosa, serena,
esplendente tarde del mes de abril. Un domingo. Al día siguiente tenía examen
de Ciencias Naturales: así se llamaba entonces la asignatura. Era un libro
encuadernado en cartoné. Tenía unas 300 páginas; un señor libro de una
asignatura importante para la comprensión de la ciencia y de la naturaleza. Me
puse a hacer el último repaso. Empecé por el principio y el principio trataba
de la mineralogía y cristalografía. Vi que lo entendía todo y que me lo sabía.
A continuación fui repasando cada uno de los otros temas. Comprobé que el
estudio de cada día me había resultado de gran provecho para el aprendizaje de
la asignatura.
A las 8 y media de la tarde me levantaba
del asiento. Hoy, a muchos años de distancia, aún recuerdo la alegría de
aquella tarde hermosa de primavera, alegría que brotaba del hecho de caer en la
cuenta de que aquella asignatura estaba bien preparada. Y aún hoy me siento
contento por ello. El examen salió bien.
3.- Estas son dos de mis experiencias.
Si has llegado leyendo hasta aquí, lo que te pido es que te preguntes:
¿Quién o cómo quieres ser?
¿Qué deseas que digan de ti los
que te conocen y te quieren bien?
¿Qué precio estas dispuesto a
pagar en tiempo y trabajo para ser como quieres ser?
Respóndete con sinceridad y si lo
necesitas pide ayuda a alguien de quien te fíes.
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