Durante el periodo 1994-1997 formé parte del Comité Ejecutivo de la Asociación
Internacional de Educadores Sociales. En una de sus reuniones compartí habitación
con Jacques Leblanc, fundador en 1964 de “Le logis” un establecimiento que
acoge a niños y adolescentes en situación de desprotección en Bélgica.
Leblanc era un belga muy simpático. Deportista en su
juventud, dormía con la radio puesta porque –explicaba- cuando convives las 24
horas con niños se echa de menos el bullicio en el silencio de la noche.
También recuerdo que, junto a su alianza de casado, lucía un
sello con una flor de lis, símbolo del Movimiento Scout Mundial. Fueron
juristas, psicólogos, profesores vinculados a este movimiento quienes influyeron
decisivamente en la creación y reconocimiento de la profesión del educador
social a partir de sus experiencias con menores en la Europa devastada tras la
II Guerra Mundial.
Yo hice mi primer juego de pistas a los catorce años y,
tiempo después, colaboré durante tres cursos como voluntario en el grupo scout
Guy de Larigaudie.
Durante ese tiempo aprendí la importancia de dar
responsabilidades a los chicos, de educar en la toma democrática de
decisiones, de personalizar la educación estableciendo objetivos y una progresión
personal por áreas, de la planificación de las acciones y de la celebración del
trabajo llevado a cabo. Se trataba, en definitiva, de mejorar el carácter y
salud de los chicos y chicas a través del juego y de la planificación de aventuras
y empresas, con el trasfondo de valores humanistas y en contacto con la
naturaleza.
Aún hoy llevo conmigo la Promesa y la Ley Scout, símbolos de
la importancia de una educación integral que concede gran importancia a los
valores morales.
Por todo ello me parece una buena idea que los padres completemos
el proceso formativo de nuestros hijos animándoles a participar en actividades,
grupos, organizaciones de diversa índole en las que potencien otras facetas de
su personalidad además de la escolar, a integrarse en grupos humanos con
diferentes intereses: deportivos, musicales, artísticos, de educación
espiritual y religiosa, de contacto con la naturaleza, de preservación del
medioambiente, de derechos cívicos, etc. y puedan más adelante comprometerse
con su comunidad.
Actividades en las que los niños tengan ocasión de
establecer vínculos estables con los adultos responsables y con el grupo de
iguales. Y creo esencial que los padres participemos en todo ello, acompañando,
motivando con nuestro ejemplo y, sobre todo, disfrutando del crecimiento de
nuestros hijos.
Recientemente he sabido del fallecimiento de Francine
Gousenbourger, esposa de Jacques Leblanc, cofundadora a sus veintidós años de
“Le Logis” y directora honoraria del mismo. Emociona constatar la fuerza
inspiradora que tiene una vida dedicada a dar afecto, a restañar heridas, a
educar y, en general, la de las personas con vocación. Estoy convencido de que
padres y maestros podemos hacer mucho para suscitar en los niños y jóvenes la
inquietud por aprender, realizarse y vivir con plenitud.
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