viernes, 10 de febrero de 2012

La escuela rural I


Por Jesús Jiménez Martínez. Director del CP San Prudencio.
Hablar hoy en día de la escuela rural es simplemente algo que no está de moda. Actualmente estamos de vuelta. El envejecimiento de la po­blación en nuestros pueblos, la baja natalidad y las posibilidades, reales o ficticias, que ofrece el medio urbano, han terminado por deteriorar la zona rural y con ella todos los servicios, en­tre ellos la escuela. La llegada de las nuevas leyes educativas no ha traído el aire fresco que nuestra escuela de pueblo necesita. Se crearon los Cole­gios Rurales Agrupados (CRA) y con ello está todo dicho y hecho.
El desarrollo de la escuela rural pasa inexorablemente por ser considera­da como un subsistema específico diferenciado: ratios, contenidos, me­todologías, formación del profeso­rado, planificación educativa, mapa escolar. Es inevitable hablar de dis­criminación positiva al realizar cual­quier planteamiento de actuación en el medio rural, pero es totalmen­te necesario al hablar de sus escue­las. Uno de los mayores problemas con los que se encuentra radica en el tratamiento igualitario que se da desde la administración con la es­cuela urbana. Son dos realidades muy distintas, muy diferentes. Cada una de las escuelas rurales es dife­rente a las demás. Y todas ellas son totalmente distintas a cualquier es­cuela urbana.
La educación de las generaciones futuras es tarea, tanto en la zona rural como urbana, de los padres y madres en primer lugar. Además, se ha de completar esa educación con la ayuda y apoyo de la escuela cuan­do se encuentran en edad escolar. En este sentido, la escuela rural tie­ne ciertamente ventajas que ha de explotar. La mayor facilidad de co­municación entre escuela y familias es evidente. El control que se tiene, tanto unos como otros, del estudio y comportamiento del alumnado es claro. El apoyo y asesoramiento a las familias que desde las escue­las se pueden dar en relación con los estudios de los hijos, está claro que es más fácil de llevarlo a la prác­tica en el medio rural. El hecho de contar con un número pequeño de alumnos favorece unas relaciones interpersonales adecuadas con ellos y permite plantear un ambiente de aula en el que la disciplina, una tarea de todos, es más fácil de gestionar, en el que la cooperación, el respeto, la participación, la tolerancia, la soli­daridad y el trabajo en equipo son la base del aprendizaje.
En el ámbito de los aprendizajes propiamente dichos, la escuela rural permite una mejor adaptación e in­dividualización de la enseñanza. Se puede prestar, por ello, una mejor atención a aquellos alumnos que tienen dificultades. La relación de los contenidos con el medio más cercano y con el entorno es más fácil de establecer. Al contar con diferentes niveles en el aula, los alumnos adquieren una mayor autonomía en su trabajo. Por eso mismo, los aprendizajes son más funcionales ya que es imprescindible seleccionar aque­llos contenidos que consideramos básicos. Esta situación permite poner en marcha “Proyectos Globales de Aprendizaje” de los que tanto oímos hablar a los teóricos de la educación. En cierta manera, las ca­racterísticas de la escuela rural, nos permite trabajar sobre todo proce­dimientos y actitudes y, a través de ellos, llegar a los conceptos, hechos y principios. La evaluación es, como no puede ser de otra manera, con­tinua. Se basa en la observación diaria de todas las actividades y actuaciones de los alumnos y no solo en los exámenes o controles. Esta evaluación nos permite en la escuela rural reconocer con rapidez y exactitud la situación de todos y cada uno de los que formamos la comunidad educativa. Además, nos lleva a replantearnos el hecho edu­cativo cada día. Convivir alumnos de diferentes niveles y edades es muy enriquecedor tanto a nivel de relaciones interpersonales como de aprendizajes. 

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