Por Jesús Jiménez
Martínez. Director del CP San Prudencio.
Hablar
hoy en día de la escuela rural es simplemente algo que no está de moda.
Actualmente estamos de vuelta. El envejecimiento de la población en nuestros
pueblos, la baja natalidad y las posibilidades, reales o ficticias, que ofrece
el medio urbano, han terminado por deteriorar la zona rural y con ella todos
los servicios, entre ellos la escuela. La llegada de las nuevas leyes
educativas no ha traído el aire fresco que nuestra escuela de pueblo necesita.
Se crearon los Colegios Rurales Agrupados (CRA) y con ello está todo dicho y
hecho.
El
desarrollo de la escuela rural pasa inexorablemente por ser considerada como
un subsistema específico diferenciado: ratios, contenidos, metodologías,
formación del profesorado, planificación educativa, mapa escolar. Es
inevitable hablar de discriminación positiva al realizar cualquier
planteamiento de actuación en el medio rural, pero es totalmente necesario al hablar
de sus escuelas. Uno de los mayores problemas con los que se encuentra radica
en el tratamiento igualitario que se da desde la administración con la escuela
urbana. Son dos realidades muy distintas, muy diferentes. Cada una de las
escuelas rurales es diferente a las demás. Y todas ellas son totalmente
distintas a cualquier escuela urbana.
La
educación de las generaciones futuras es tarea, tanto en la zona rural como
urbana, de los padres y madres en primer lugar. Además, se ha de completar esa
educación con la ayuda y apoyo de la escuela cuando se encuentran en edad
escolar. En este sentido, la escuela rural tiene ciertamente ventajas que ha
de explotar. La mayor facilidad de comunicación entre escuela y familias es
evidente. El control que se tiene, tanto unos como otros, del estudio y
comportamiento del alumnado es claro. El apoyo y asesoramiento a las familias
que desde las escuelas se pueden dar en relación con los estudios de los
hijos, está claro que es más fácil de llevarlo a la práctica en el medio
rural. El hecho de contar con un número pequeño de alumnos favorece unas
relaciones interpersonales adecuadas con ellos y permite plantear un ambiente
de aula en el que la disciplina, una tarea de todos, es más fácil de gestionar,
en el que la cooperación, el respeto, la participación, la tolerancia, la solidaridad
y el trabajo en equipo son la base del aprendizaje.
En
el ámbito de los aprendizajes propiamente dichos, la escuela rural permite una
mejor adaptación e individualización de la enseñanza. Se puede prestar, por
ello, una mejor atención a aquellos alumnos que tienen dificultades. La
relación de los contenidos con el medio más cercano y con el entorno es más
fácil de establecer. Al contar con diferentes niveles en el aula, los alumnos
adquieren una mayor autonomía en su trabajo. Por eso mismo, los aprendizajes son más funcionales ya que es imprescindible seleccionar aquellos contenidos
que consideramos básicos. Esta situación permite poner en marcha “Proyectos
Globales de Aprendizaje” de los que tanto oímos hablar a los teóricos de la
educación. En cierta manera, las características de la escuela rural, nos
permite trabajar sobre todo procedimientos y actitudes y, a través de ellos,
llegar a los conceptos, hechos y principios. La evaluación es, como no puede
ser de otra manera, continua. Se basa en la observación diaria de todas las
actividades y actuaciones de los alumnos y no solo en los exámenes o controles.
Esta evaluación nos permite en la escuela rural reconocer con rapidez y
exactitud la situación de todos y cada uno de los que formamos la comunidad
educativa. Además, nos lleva a replantearnos el hecho educativo cada día.
Convivir alumnos de diferentes niveles y edades es muy enriquecedor tanto a
nivel de relaciones interpersonales como de aprendizajes.
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