Inma Corral
Rodríguez. Profesora de inglés en el IES Foramontanos. Cabezón de la Sal
- Cantabria.
La educación de niños y adolescentes: esa tarea retadora,
entusiasta, agotadora, fundamental, prioritaria y tan necesaria para avanzar
hacia sociedades equilibradas, solidarias, cultas y felices recae en manos de
profesionales, que con distintas experiencias vitales y con más o menos
voluntad e implicación, dan forma a la experiencia escolar de los futuros
ciudadanos, sobre los que recaerá el diseño de leyes, normas y acuerdos para
convivir a nivel personal y colectivo.
Siendo tan relevante este aspecto para cualquier sociedad,
dedicar tiempo, energía, palabras y sentimientos a formar a los futuros formadores
es más que obvio.
Hace más de 20 años me enfrenté a mi primera clase: 40
miradas adolescentes que analizaban a su nueva tutora, su forma de vestir, su
voz, sus gestos y sus palabras. Tal fue el impacto en mí, que fui incapaz de
leer la lista completa de nombres sin que me temblaran las manos, y tuve que
dejar la lista de mis nuevos alumnos encima de la mesa y continuar desde allí.
A partir de ahí han seguido años de encuentros y
desencuentros con esas mismas miradas, de aciertos y de montones de errores, de
observar y de mirar a su vez, de aprender siempre, a pelo, sin haber recibido
una formación previa a ese maremágnum de vida que me envolvía y me envuelve.
Según pasan los años cambian los programas educativos, sus
contenidos, las metodologías, se aplican nuevos criterios de evaluación, se
retoman aspectos descartados, se abandona otros ya probados, todo funciona y
todo vale o no, y lo opuesto también. ¿Qué necesitamos pues?
Cuando se plantea un Máster en Educación hay aspectos que
siento como fundamentales para llevar a cabo la tarea de educar.
En primer lugar, necesitamos conocer muy bien con lo que
trabajamos, personitas y personas en pleno cambio y evolución, con todo lo
que implica, personas con personalidades, físicos, familias, amigos y entornos
diversos, con experiencias distintas , con opiniones y gustos y con reacciones
propias de su momento vital. Este conocimiento nos va a ayudar a entender, a
no juzgar, a recordar nuestra propia adolescencia y la de nuestros amigos y a
acercarnos a ella como adulto, con comprensión y perspectiva.
La formación en el control de las emociones, del manejo de
las relaciones como grupo e individuales, las dinámicas de grupo, el manejo
del liderazgo… ayuda a un mayor entendimiento a la hora de transmitir luego
conocimientos, de enseñar procedimientos y de desarrollar actitudes. Las
emociones y los sentimientos que se generan a la hora de relacionarse con un
grupo de adolescentes a los que hay que formar y enseñar son más importantes
que lo que se va a enseñar en sí, ya que determina que algo se quiera aprender
o que se rechace.
Es mucha presión y responsabilidad la que recae pues sobre
los profesionales docentes, es por eso por lo que que necesitan apoyo y
formación para dar valor a estos aspectos y aprendan a manejarlos con éxito.
Si los docentes no quieren colaborar no hay nada que hacer, de ahí que sea tan
importante el trabajo con sus emociones y necesidades y que se sientan reforzados
y apoyados: hay que cuidar al cuidador y hay que educar al educador.
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