Roxana Morduchowicz. Doctora en Comunicación de la Universidad de Paris. Asesora senior en Unesco en Ciudadanía Digital. Autora del libro “Ruidos en la web. Cómo se informan los adolescentes en la era digital”
“El Holocausto nunca sucedió. Al menos eso es lo que parece en el universo de Google.”
Así comenzaba su
artículo, la periodista Carole Cadwalladr del diario británico The Guardian. Ella escribió en el
buscador “¿Sucedió el Holocausto?”. Google la remitió rápidamente a una lista
de páginas on line. El primer link
que apareció–explicaba ella- fue el sitio de “Stormfront” – un movimiento
neonazi integrado por “blancos nacionalistas”- que exhibía un artículo
titulado “Las 10 razones por las que el
Holocausto nunca sucedió”.
Esta historia preocupa
a la educación. Las investigaciones en todo el mundo dicen que, cuando buscan información
en Internet, los estudiantes secundarios utilizan el primer link que encuentran. Imaginemos que alumnos –no importa
en qué país- hubieran recibido como consigna, escribir sobre el Holocausto.
Seguramente hubieran recurrido al buscador. Pero, en lugar de analizar diferentes
sitios y compararlos, los estudiantes se hubieran quedado con el primer link –de
la organización neonazi- “copiado y pegado” sus resultados y respondido la pregunta
con este contenido.
Utilizar la primera
página que ofrece el buscador –creyendo que es la más autorizada, cuando
posiblemente haya pagado para figurar primera- limita la comprensión de los
hechos sociales.
Cuando buscan información en Internet, los estudiantes –coinciden las investigaciones- recurren a una sola página web, no analizan al autor de la información y la comparten en las redes sociales solo porque la recibieron de alguien conocido. La confiabilidad se basa en el amigo que envió la noticia y no en el autor que la generó. Si la recibieron alguien en quien confían–afirman los adolescentes- la información es creíble.
Este es precisamente, uno de los mayores riesgos para la difusión de noticias falsas en las redes sociales. Al confiar en sus contactos, los adolescentes no se preocupan por identificar la fuente y viralizan la información sin chequear su procedencia.
La limitación de los estudiantes para pensar críticamente la información no es nueva. Pero en el siglo XXI, la situación se agrava. El caudal informativo aumentó, y la información aparece fragmentada, desordenada y descontextualizada. La sobreabundancia de información hace más difícil distinguir la veracidad de los contenidos.
El desafío hoy es aprender a identificar
la relevancia y la confiabilidad de la información que
circula en la web. Solo ello permitirá que los estudiantes puedan
utilizarla reflexivamente. Es
fundamental que se interroguen por qué un determinado sitio web encabeza la
lista de links en el buscador, y que aprendan a no limitar su búsqueda a una
sola página. Así, podrán comprender que los buscadores seleccionan y jerarquizan
la información en función de intereses e intencionalidades.
El siglo XXI necesita de una “alfabetización informacional” que enseñe a los alumnos a identificar al autor del contenido, analizar su trayectoria, juzgar la credibilidad de las fuentes, evaluar argumentos y contradicciones… En síntesis los estudiantes deben comprender que la información por la información misma no alcanza. El desafío es saber buscarla, seleccionarla, procesarla, analizarla, evaluarla, tomar decisiones, crear nuevos contenidos y comunicarlos.
Estas competencias no son menores. Se vinculan a la vida democrática de una sociedad. Un ciudadano democrático no es solo quien cuenta con un caudal de información, sino quien sabe leerla –en el sentido más amplio de lectura- evaluarla, construir su propia opinión y participar.
El acceso a una
información libre es el punto de partida. Pero, si este acceso no va unido a reflexión,
actitud crítica y participación, las
decisiones que se tomen no serán fundamentadas. Y la democracia nunca será
plena.
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