Virginia Pañeda Sanz. Especialista en Educación
Transpersonal y formadora de programas de Mindfulness en entornos educativos.
Todo lo relacionado con el mindfulness o atención plena nace
de una firme apertura hacia la sencillez, empezando por la definición que nos
propone uno de sus pioneros, Jon Kabat-Zinn (1994): “mindfulness significa
prestar atención de una manera especial: intencionadamente, en el momento
presente y sin juzgar”. Pero conciliar la invitación de detenernos a
“sencillamente” deleitar el instante presente con nuestros ritmos diarios nos
resulta tremendamente complejo. Parece que vivimos en una sociedad en la que no
podemos permitirnos parar (de producir, de consumir, de hacer), ni encontramos
una forma sana de reducir algunos de “los crónicos” de nuestro tiempo como el
estrés, la ansiedad o la insatisfacción permanentes. Este diagnóstico también
afecta profundamente a los espacios educativos, por lo que como profesionales
que acompañamos procesos de aprendizaje quizá la pregunta que debemos hacernos
es ¿cómo crear espacios donde podamos parar, conectar y ser, más allá de la
vorágine de inmediatez y la fragmentación deshumanizante en la que estamos
sumergidos?
Si miramos con detalle nuestros entornos de aprendizaje,
como explica Deborah Schoeberlin, uno de los grandes desafíos es sin duda que
nuestro alumnado desarrolle la capacidad de enfocar la atención y la conciencia
de lo que está pasando en cada momento a nivel corporal, emocional y mental.
Sin duda la falta de atención está conectada a la falta de presencia y de ahí
se deriva una tremenda desconexión con nuestro interior y con nuestro
alrededor. Por eso la propuesta fundamental del mindfulness es precisamente
recuperar el estado natural de conexión, recorriendo un camino de vuelta a
nuestra esencia, y abriendo la puerta de nuevo al aprendizaje que nos
atraviesa, aquel que tiene lugar cuando estamos presentes con todo lo que
somos.
La práctica de la atención plena está basada en el cultivo
de algunas habilidades que nos permiten tejer relaciones más auténticas “con lo
de dentro y lo de fuera”. La habilidad por excelencia es la atención, que va de
la mano de la concentración, y entre ambas ayudan a revitalizar la inquietud
innata por aprender. Además, entrenar nuestro enfoque de atención nos ayuda a
reconocer las sensaciones, pensamientos y emociones que surgen en cada momento.
Esto nos lleva a otra de las habilidades más importantes, la observación: el
mindfulness fomenta el desarrollo de una presencia testigo, cuyo principal foco
es observar. De esta manera, el autoconocimiento pasa a ser una prioridad en
nuestro crecimiento como personas. A través de la observación también podemos
aprender a tomar distancia (de los estímulos internos y externos), y es gracias
a esta distancia que podemos responder de forma consciente en lugar de
reaccionar a los estímulos. Y por último la compasión es otra de las cualidades
clave del mindfulness, Vicente Simón se refiere a ella desde dos elementos “el
emocionarse por el sufrimiento” y “el deseo de aliviarlo”. Gracias a la
compasión, se nos ofrece la posibilidad de abrirnos a la presencia tan
necesaria en entornos educativos de otras virtudes humanas tales como la
solidaridad y la empatía.
La educación es uno de los entornos en los que el
mindfulness ha sido introducido desde hace más de una década, en concreto en
España existen numerosos centros educativos que lo están practicando. Las
experiencias realizadas destacan el aumento de los niveles de regulación
emocional de los estudiantes, la reducción de conflictos y la mejora las
relaciones entre profesorado, alumnado y familias, aportando numerosos
beneficios para toda la comunidad educativa. De manera práctica introducir el
mindfulness en nuestros espacios educativos puede ser tan sencillo como dedicar
un tiempo diario a la meditación en grupo, dar un paseo consciente o
embaucarnos en una tarea creativa sin la urgencia ni la limitación de llegar a
ningún resultado.
En la raíz de la atención plena está el propósito de crear
procesos para conectar con el discernimiento, la intuición y nuestra expresión
más humana, un fin que compartimos muchas personas que trabajamos en entornos
educativos. Tenemos en nuestras manos la oportunidad y el privilegio de
comenzar a practicar el parar, conectar y ser, con un gesto de apertura ante lo
que supone aprender y educar desde el estado íntimo de presencia y corazón.
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