Chaima Boucharrafa. Participante de la Escuela de Liderazgo Juvenil de Fundación Pioneros.
Lamentablemente existe una visión muy
simplista sobre el Islam y las personas musulmanas en general. Es obvio que
hay un miedo imperante hacia ellas, un recelo que se pretende justificar al
relacionar Islam con los últimos acontecimientos, cuando en realidad no existe
ningún vínculo.
Esta visión tan estereotipada se hace más
patente cuando se trata de una mujer con velo o un hombre de barba prominente,
pues son visiblemente “más musulmanes”, lo que genera un reparo que es fruto,
sin duda, del desconocimiento.
El debate sobre el velo es definitivamente
uno de los ejemplos más claros. En primer lugar, debemos entender que el velo
no es exclusivo del Islam sino que es una práctica preislámica, de herencia
judeocristiana. Asimismo, debemos diferenciar entre los tipos de velo que
varían según las costumbres de la comunidad o el país, y no siempre tiene un
significado únicamente religioso. Si bien el hijab se menciona hasta siete
veces en el Corán, en ningún caso hace referencia explícitamente a la vestimenta
de la mujer. El término “hijab” procede de la raíz aŷaba, que significa
“esconder”, “ocultar a la vista” o incluso “separar”: da lugar también a
palabras como cortina, por lo tanto, el campo semántico es extenso y no solo se
reduce a velo. Su obligatoriedad depende de la interpretación, pero lo que es
indiscutible es que no debe ni puede ser una imposición. Dice el Libro Sagrado
en la Sura 2, versículo 256: “No hay coacción en la religión”.
El uso del velo islámico además de ser
una forma de manifestación religiosa, es un signo de afirmación y un símbolo
de rebeldía frente a las sociedades occidentales que muchas veces muestran
rechazo hacia lo que tenga que ver con el Islam. Basta con fijarnos en las
estilosas fashionistas que han revolucionado Internet dejando claro que se
puede ser moderna y portar al mismo tiempo el velo. Quizá pueda resultar
irónico, pero el uso del velo ha aumentado entre las más jóvenes residentes en
países no musulmanes, siendo el velo un signo de identidad.
Su prohibición en lugares públicos, como
centros educativos o lugares de trabajo no solo es anticonstitucional por
vulnerar el derecho a la libertad religiosa y sus manifestaciones, sino que
además es absurdo y contradictorio. El discurso compasivo que representa a la
mujer musulmana como un sujeto pasivo y sumiso, poco dista de la situación en
la que se le encierra al negarle el derecho a usar el velo, reduciendo así su
espacio en el campo laboral e intelectual.
La mujer musulmana sufre una doble
discriminación, por un lado, tiene que hacer frente a los tantos prejuicios que
la rodean, pues se la describe como marginada y subordinada al hombre. Y por
otro lado tiene que lidiar con las desigualdades dentro de su propia comunidad
musulmana, las cuales no tienen cabida en la religión.
El velo no es signo de atraso ni sumisión,
concebirlo de esta manera es un error. En estos últimos años, son ahora las
mujeres con este perfil, con hijab, las que irrumpen en cualquier espacio
demostrando que el velo no supone ningún obstáculo ni las hace menos libres.
La libertad de una persona no reside en
su vestimenta. Como mujer musulmana que ha decidido llevar libremente el velo,
prohibirme su uso es anularme como persona y arrebatarme mi libertad. Pero mi
persona no solo se reduce a un velo, como joven de identidades múltiples mi
mayor desafío es la construcción de una sociedad donde la diversidad sea un
valor y no un defecto, una sociedad libre de etiquetas e injusticias, donde
nadie decida por nosotras qué nos hace libres. Espacios como la Escuela de
Liderazgo Juvenil de Fundación Pioneros de los cuales soy partícipe, son claro
ejemplo de convivencia e interculturalidad, pues aquí se derriban absurdas
barreras para estrechar lazos de unión.
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