Cruz Pérez Merino. Profesor asociado de la Universidad de La Rioja y profesor tutor de la UNED.
El currículo escolar es al docente lo que el GPS al conductor: ambos guían la conducción hacia la meta prefijada. El GPS señalándonos la ruta a seguir para llegar al destino y el currículo escolar indicándonos los aprendizajes que deben ser adquiridos por los estudiantes al término de la etapa educativa correspondiente en consonancia con las demandas y necesidades de la sociedad del momento; y así como el GPS debe estar actualizando continuamente los datos sobre la red viaria, el currículo, por su parte, debe ofertar aquellos aprendizajes que resulten imprescindibles para el desarrollo y la transformación de nuestras sociedades.
Es evidente que nuestros escolares de hoy necesitan aprender conocimientos, procedimientos y valores muy distintos a los de los estudiantes de los años setenta, por poner solo un ejemplo. Nuestra sociedad actual impone nuevas capacidades, destrezas y valores a los ciudadanos, ya que ha evolucionado hacia sistemas más complejos: globalización, migraciones de carácter económico y desplazados, desregulación económica, pérdida del estado del bienestar, primacía de la cultura tecnológica, cambio climático o por lo menos deterioro -¿irreversible?- del medio ambiente, propuestas de políticas comunitarias e internacionales, nuevos problemas de carácter global que requieren estrategias de solución diferentes a las implementadas hasta el momento.
El currículo escolar de la sociedad del conocimiento, en su intento por hacer frente a los nuevos retos y compromisos que la actual sociedad le demanda, propone una serie de aprendizajes que resulten adecuados para conseguir ciudadanos capaces de contribuir al desarrollo de esta sociedad tecnológica mediante una formación que integre los aspectos educativos con los tecnológicos y científicos, y de implicar a la ciudadanía en la participación para la transformación social desde valores tales como el sentido comunitario, la empatía, las actitudes democráticas, el humanitarismo, la identidad cosmopolita, la sostenibilidad y la ecología, entre otros; y ello mediante la incorporación al currículo escolar de un nuevo elemento llamado “competencias básicas”.
¿Qué es una competencia? Es la capacidad de una persona para poner en relación y movilizar todos sus recursos: conocimientos, destrezas, actitudes y valores con la finalidad de solucionar de manera pertinente las diversas tareas que su contexto vital le impone. ¿Y una competencia básica? El adjetivo de básica implica que es una competencia que tiene que ser adquirida por todos los estudiantes al término de sus estudios obligatorios, ya que es necesaria para el desarrollo personal, para el ejercicio de la ciudadanía y para su capacidad de aprendizaje a lo largo de su vida. Ser competente consistirá en actuar adecuadamente en todos los ámbitos de la vida, y no solo en el ámbito escolar, solucionando las diferentes demandas que el hecho de vivir impone a cada persona.
¿Qué se pretende con la introducción de las competencias básicas en el currículo escolar? Sobre todo orientar la enseñanza hacia la aplicabilidad de los aprendizajes adquiridos. El saber se convierte en un instrumento para la vida, la acción y la intervención en el medio. La educación se entiende como compromiso con los grandes problemas del momento actual. Se pasa de una enseñanza para “saber” al “saber para actuar”.
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