Chema Burgaleta. Educador social
especialista en adolescencia y juventud.
Mucho antes de que supiéramos qué es un
dron, en casa ya recibíamos ataques aéreos selectivos cuando nos
encontrábamos realizando fechorías. O al menos fechorías desde el punto de
vista del establishment, que no siempre coincidía con nuestro criterio sobre la
dicotomía bueno-malo.
Ese ingenio de ataques por sorpresa,
solía adoptar la forma de chancla en su prototipo más eficaz. Reunía todas las
características deseables para un arma precisa. Ligereza, flexibilidad, y
aerodinamismo. Tan apta era, que mucho antes de que Roger Federer se
consagrara como el maestro de la bola liftada, mi madre era capaz de conseguir
que la chancla doblara las esquinas del pasillo o esquivara muebles para
alcanzar el objetivo que huía escurridizo y que ingenuamente se daba por
protegido al no tener contacto visual con la responsable del disparo.
Somos Hijos de La Chancla. No solo mis
hermanos y yo. Hablo de mi generación, que se ha hecho viejuna y ahora se
embute en el traje de luces para torear en sus propias plazas y enfrentarse a
sus propios retos educativos.
Somos Hijos de La Chancla, no porque
nuestros progenitores estuviesen posicionados en el paradigma del
Condicionamiento Operante de Skinner de forma premeditada. De hecho, dudo que
en el caso de mis padres supiesen quién era este señor y de qué iba su movida.
Somos herederos de un método de crianza ancestral. Puede que incluso atenuado
por traumas cultivados en el corazón de nuestros padres cuando ellos eran
infantes y fueron adiestrados en los tiempos del Paquito Pantanos, donde la
vara de rosal o el borrador volador de fieltro y taco de madera, eran el pan
nuestro de cada día.
Aquí estamos. Los Hijos e Hijas de La
Chancla. La cosa no ha salido del todo mal. Al menos eso dice mi madre que -a
toro pasado- cree que los frutos del método son de una calidad aceptable, a
tenor de los resultados. No obstante está dispuesta a afrontar los gastos de
un psicólogo si lo dictamina un juez. Yo no seré quien la contradiga. Jamás se
contradice a mi madre (es uno de los aprendizajes del método).
Pasaron los años y la rueda de la fortuna
que es vivir, me ha hecho educador. Con ese destino he podido conocer a
Skinner. Su método y sus técnicas asociadas. Ponerlas en práctica y conocer sus
potencialidades y sus limitaciones.
Conocer esa mecánica me ha dado la
posibilidad de cuestionar lo que viví, comprender el “cómo” y el “por qué” de
sus efectos sobre mí, y replantear mi propio método. Tomar conciencia de lo
incrustado que está en mi ADN pedagógico esa forma de hacer, junto con otros
tantos a los que fui expuesto. Tomar conciencia es esencial para deconstruir
aquello que fue construido, y remozarlo con nuevas aportaciones de otros mundos
educativos que ahora se abren ante mí.
El “chanclazo” es una técnica poco
adecuada que podríamos enclavar en el grupo de Castigo. Este grupo de técnicas
pretende provocar consecuencias desagradables (o retirar algunas agradables)
cuando aparecen conductas no deseadas en los chavales. Básicamente, lo que la
teoría dice es que si provocamos estas consecuencias poco gratas, en el futuro,
durante situaciones similares los chavales no volverán a comportarse de la
misma manera, para evitar tener que enfrentarse a las consecuencias. Por
desgracia, aquí hablamos de tantas y tantas cosas que puede que hayamos vivido
en nuestra educación y que quizás estemos repitiendo ahora como educadores.
Broncas, cates, amenazas, gritos, desprecios, desafecto, humillaciones, tareas
tediosas, arrestos domiciliarios…
Es muy probable que la mayoría de padres
y madres no puedan evitar castigar, porque el castigo es una de las
herramientas que, de manera más o menos consciente, articulamos en la
práctica educadora. Pero como todo en la vida, el castigo puede funcionar bien
o mal, o provocar más daños que beneficios en función del nivel de conocimiento
de los entresijos de la técnica y nuestra habilidad para hacer las cosas de la
mejor manera posible en cada momento.
En cualquier caso, el primer paso para
mejorar como educadores pasa por tomar conciencia de nuestra práctica. Educar
de forma consciente como antesala del cambio. Un cambio a mejor, en el que podamos
desterrar poco a poco aquellas formas de hacer con las que no queremos seguir
relacionándonos, o mantenerlas pero optimizando su eficacia y proporcionando su
uso en relación a otros modos de educar. Porque aunque a los Hijos e Hijas de
la Chancla nos parezca increíble, haberlos los hay.
Web Recomendada
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Lectura recomendada
PADRES CONSCIENTES: EDUCAR PARA CRECER
Shefali Tsabary
Cambiando por completo la idea tradicional de crianza, Shefali Tsabary, aleja el epicentro de la clásica relación padres-hijos basada en que los primeros «lo saben todo» y lo lleva a una relación mutua en la que padres y madres también aprenden de sus hijas e hijos.
Este innovador estilo parental reconoce la capacidad de los hijos para provocar una profunda búsqueda interior, lo que origina una transformación en los padres: en vez de ser simples receptores del legado psicológico y espiritual de sus progenitores, los hijos obran como «facilitadores» de su desarrollo.
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