Miguel Loza Aguirre. Pedagogo y asesor de
Educación de Personas Adultas en el Berritzegune de Vitoria.
Tuve la suerte de participar en las X
Jornadas Sim Romi que, bajo el lema “Feminismo e Interculturalidad”, se
celebraron en Bilbao organizadas por la Asociación de Mujeres Gitanas del mismo
nombre.
Me decidí a ir porque ya hacía algún
tiempo que participaba en la Tertulia Literaria Dialógica que había organizado
dicha asociación. Allí, además de leer a García Lorca y a Shakespeare, entre
otros autores y autoras, había conocido a diferentes mujeres gitanas que, desde
un principio, acabaron con los estereotipos que yo tenía acerca de ellas. Es
decir, con esa imagen deformada que nos ha transmitido la sociedad a través de
diferentes mecanismos. Soraya, Rosa, Victoria, Dora, Jessi y otras mujeres
gitanas participantes de la tertulia me habían mostrado sin tapujos la calidad
humana que anidaba en ellas y su resolución y lucha por conseguir, tanto en
el pueblo gitano como en toda la sociedad, una igualdad efectiva entre hombres
y mujeres. Como bien dice Rosa, su presidenta: “Para mejorar el proceso de
convivencia se tiene que trabajar sobre el conocimiento”. Ella tiene claro que
los estereotipos surgen del desconocimiento. “Si no conoces algo te crees lo
que te cuentan, sin poder valorar si es cierto o falso. Hay que tener en
cuenta que para avanzar en el respeto la base es conocer”. Y eso es lo que yo
había aprendido, entre otras cosas, compartiendo palabras con aquellas
magníficas personas en la tertulia.
Soy de los que piensan, frente a los que
asignan una única identidad a las personas, que somos seres con identidades
múltiples y que la identidad, además de tener diferentes rostros, no es algo
estático y definitivo, sino que se va construyendo a lo largo del tiempo.
Cuando Paulo Freire afirma que las personas somos seres de transformación y no
de adaptación, entiendo que también se refiere a la gitaneidad como expresión
viva de la cultura de un pueblo, es decir, de la forma de entender la vida de
esa comunidad.
Siempre he pensado que de la misma forma que lo que hoy
consideramos tradición nació por decisión de una serie de personas en un
determinado momento de la historia, también por decisión de otras, puede
renacer con distintos matices por la voluntad de otras, sin que por eso se
pierda la esencia de la comunidad. Esto se refleja en las palabras de Rosa
cuando dice que: “Nosotras entendemos que actualmente la educación es la base
principal para conseguir una calidad de vida digna.
Es verdad que en el pueblo
gitano la educación no se había considerado como un valor, porque la familia
era para nosotros la transmisora del conocimiento. Sin embargo la visión sobre
la educación se ha ampliado y ahora tiene mucha más importancia. Por ejemplo,
anteriormente a las mujeres se les había educado para ser las que críen a los
menores y a la familia, por roles aprendidos de madres a hijas y eso también
está cambiando, siendo cada vez más las mujeres que estudian”.
No hay tradición que pueda justificar la
desigualdad de ningún tipo y menos la que exista entre hombres y mujeres. Pero
tampoco podemos afirmar que rompiendo con la tradición y las costumbres de un
pueblo se avanza en la igualdad. Por eso, aunque en los últimos años la mujer
gitana ha experimentado un gran avance en todas las áreas, y cada vez son más
gitanas las que acceden a estudios superiores y también al mundo laboral, ese
avance no significa que esas mujeres quieran dejar de identificarse con su
familia, su pueblo y su cultura. O como bien dice Rosa: “Me siento mujer, y soy
consciente de lo que supone ser mujer en una sociedad patriarcal. Y por otro
lado, soy gitana y sé que nuestra cultura tiene unos valores muy desconocidos
para la sociedad como: el sentimiento de pertenencia, nuestra bandera, nuestra
lengua, nuestros días señalados, la unión familiar, el respeto a los
mayores... que me enriquecen como persona y como mujer”.
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