Javier
Navarro Algás, gerente
de Fundación Pioneros.
Una de las asignaturas de las que conservo mejor recuerdo de mi etapa de estudiante es “Historia de la filosofía”. Me atraía la visión global que planteaba, muy útil para asomarse a la vida de las ideas sin la complejidad de entrar en detalle en el mundo de cada filósofo/a. Más adelante también he disfrutado con “El mundo de Sofía”, de Jostein Gaarder y la “Historia de la filosofía. Sin temor ni temblor”, de Fernando Savater, ambas en clave didáctica.
En el fondo hablamos de preguntarnos, pensar y elaborar respuestas individuales y colectivas a cuestiones esenciales, algo crucial en educación y que se da en todos los ámbitos de la vida, no únicamente en el escolar y formativo.
El entorno familiar ofrece muchas oportunidades para ello. Por mi experiencia, hay dos espacios que me parecen bastante apropiados para facilitar la generación de pensamiento y valores.
El primero de ellos es la mesa, donde la familia se encuentra con mucha frecuencia y puede abordar todo tipo de temas e inquietudes sin demasiadas distracciones. Allí, padres e hijos, tíos, primos, abuelos… podemos escucharnos y dialogar de manera distendida. El otro es el sofá, desde donde disfrutar de buenas películas fuera de la rutina cotidiana. A la fuerza de la palabra del primer espacio se une la enorme capacidad del lenguaje audiovisual para sugerir, despertar sensaciones y sentimientos que en otros contextos nos resulta costoso expresar.
Junto a lo anterior hay otra dimensión, complementaria y más poderosa aún, que es la ejemplaridad. Y es que el enraizamiento de valores en el interior de niños y jóvenes no puede quedar circunscrito a la esfera de las ideas; para que sea auténtico ha de ser vivido y compartido, y los adultos somos los modelos a imitar.
Volviendo a la filosofía, Marco Aurelio comienza su obra “Meditaciones” rememorando precisamente los rasgos más amables de aquellas personas que le influyeron, familiares y educadores. Una pequeña muestra: “De Máximo: el dominio de sí mismo y no dejarse arrastrar por nada; el buen ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las enfermedades; la moderación de carácter, dulce y a la vez grave; la confianza de todos en él, porque sus palabras respondían a sus pensamientos y en sus actuaciones procedía sin mala fe…”
Soy de la opinión de que la crisis tan profunda que estamos atravesando tiene bastante que ver con la incoherencia entre los valores humanistas y cristianos que decimos son nuestros signos de identidad como sociedad y la práctica de los mismos en la vida cotidiana.
Los adultos tenemos la responsabilidad de facilitar a los niños y jóvenes las claves y el ejemplo necesarios para que aprendan a vivir -además del compromiso de dejarles una sociedad mejor-. Eso será la brújula que les permitirá orientarse fuera de su entorno conocido, discernir lo conveniente e ir trazando su propio camino, que sin duda tendrá sus riesgos y dificultades, pero que emprenderán con la confianza de haber sido bien equipados.
En el fondo hablamos de preguntarnos, pensar y elaborar respuestas individuales y colectivas a cuestiones esenciales, algo crucial en educación y que se da en todos los ámbitos de la vida, no únicamente en el escolar y formativo.
El entorno familiar ofrece muchas oportunidades para ello. Por mi experiencia, hay dos espacios que me parecen bastante apropiados para facilitar la generación de pensamiento y valores.
El primero de ellos es la mesa, donde la familia se encuentra con mucha frecuencia y puede abordar todo tipo de temas e inquietudes sin demasiadas distracciones. Allí, padres e hijos, tíos, primos, abuelos… podemos escucharnos y dialogar de manera distendida. El otro es el sofá, desde donde disfrutar de buenas películas fuera de la rutina cotidiana. A la fuerza de la palabra del primer espacio se une la enorme capacidad del lenguaje audiovisual para sugerir, despertar sensaciones y sentimientos que en otros contextos nos resulta costoso expresar.
Junto a lo anterior hay otra dimensión, complementaria y más poderosa aún, que es la ejemplaridad. Y es que el enraizamiento de valores en el interior de niños y jóvenes no puede quedar circunscrito a la esfera de las ideas; para que sea auténtico ha de ser vivido y compartido, y los adultos somos los modelos a imitar.
Volviendo a la filosofía, Marco Aurelio comienza su obra “Meditaciones” rememorando precisamente los rasgos más amables de aquellas personas que le influyeron, familiares y educadores. Una pequeña muestra: “De Máximo: el dominio de sí mismo y no dejarse arrastrar por nada; el buen ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las enfermedades; la moderación de carácter, dulce y a la vez grave; la confianza de todos en él, porque sus palabras respondían a sus pensamientos y en sus actuaciones procedía sin mala fe…”
Soy de la opinión de que la crisis tan profunda que estamos atravesando tiene bastante que ver con la incoherencia entre los valores humanistas y cristianos que decimos son nuestros signos de identidad como sociedad y la práctica de los mismos en la vida cotidiana.
Los adultos tenemos la responsabilidad de facilitar a los niños y jóvenes las claves y el ejemplo necesarios para que aprendan a vivir -además del compromiso de dejarles una sociedad mejor-. Eso será la brújula que les permitirá orientarse fuera de su entorno conocido, discernir lo conveniente e ir trazando su propio camino, que sin duda tendrá sus riesgos y dificultades, pero que emprenderán con la confianza de haber sido bien equipados.
Muy de acuerdo con tu comentario, Javier. A todos nos marcó un poco y casi sin querer la asignatura de "Filosofía" y también he disfrutado años más tarde de la lectura tranquila de "El mundo de Sofía".
ResponderEliminarEn cuanto a lugares, además de la mesa y el sofá añadiría muchos más, como el coche, los paseos por la calle y todos los que nos brinda el entorno diario (incluido el laboral).
Respecto a la "ejemplaridad" totalmente de acuerdo y tiremos de refranero: "Donde fueres haz lo que vieres", "Más vale una imagen que mil palabras", "A Dios rogando y con el mazo dando",...
Y para poner en funcionamiento nuestros valores, no perdamos nunca el objetivo...... ni la sonrisa.
Fenomenal
ResponderEliminarMuy largo de masiado largooooooooooooooooooooo
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