Javier Alonso García. Padre y Patrono de Fundación Pioneros
La clave de un sistema educativo excelente está en la calidad de su profesorado. Cuando los políticos hablan de cambios de modelo, sin embargo, suelen poner el acento en otros aspectos: hasta qué edad hay que escolarizar obligatoriamente a los chicos, cuánto se les debe exigir para pasar de nivel, cómo debe defenderse la autoridad del profesor en el aula…
Y pocas veces se plantea un aspecto de calado como es la mejora de la calidad de los profesores. Mientras que si echamos la vista atrás casi todos recordamos la maestría de un puñado de profesores que nos contagiaron su pasión por enseñar transformada en nuestra pasión por aprender. Algunos han sido determinantes en nuestro rumbo académico, profesional y vital.
La importancia que concedo al profesor como pilar del sistema educativo y el conocer a grandísimos profesores, vocacionales, apasionados y entregados hasta el último día es lo que me permite criticar algunos aspectos que pueden escocer.
Creo que el modelo está obsesionado por la evaluación de los alumnos y desatiende la evaluación del profesorado. Hace poco una profesora de Universidad me dijo que sí, que sí les evaluaban. No entramos en profundidad en el asunto pero estoy convencido de que dicha evaluación es insuficiente porque tropieza con un mal de raíz: el actual modelo funcionarial.
Tenemos un modelo en el cual el acceso al magisterio, al puesto de trabajo, es muy exigente (méritos, oposiciones y a menudo largas travesías hasta lograr cierta estabilidad), pero el mantenimiento del puesto una vez obtenido es excesivamente sencillo. “A un profesor es imposible echarle”, me confesaba hace poco un experto. Esto lo confirma algún caso que conozco personalmente: un profesor denostado por toda la comunidad educativa (es difícil alcanzar el rechazo unánime de dirección, claustro, padres y alumnos)… y ahí sigue. Y lo refuerzan expresiones que he escuchado a profesores con responsabilidades directivas (un director de centro y una jefa de estudios, en concreto). Perlas como “Bueno, si por mi fuera echaría a 15 o 20” o “La mitad no dan la talla pero con estos mimbres tengo que lidiar”. Son testimonios personales, exentos de rigor estadístico y científico, pero que por la confianza que me inspiran no puedo poner en duda. Que un directivo de un centro no pueda decidir sobre su equipo evidencia que algo está fallando.
Sí, lo siento, creo que el sistema adocena, que al profesorado se le evalúa insuficientemente, y que impide eliminar la mediocridad que se instala en espacios de confort y seguridad. Creo que el profesorado tendría que ser evaluado por las instituciones educativas, por sus centros y por los alumnos. Esto es habitual en la formación privada. Doy a menudo cursos en escuelas de negocios, organizaciones empresariales, etc. y siempre soy sometido a la evaluación de los alumnos. ¿Por qué no en la enseñanza pública?
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