En Fundación Pioneros centramos nuestro trabajo educativo en los adolescentes y jóvenes desde una perspectiva integral, entendiendo al adolescente como una realidad bio-psico-social en constante desarrollo.
Dentro de esta consideración dinámica de la persona, los profesionales que trabajamos en el ámbito de la educación necesitamos conocer además de la naturaleza de los procesos de desarrollo físico-motor, cognitivo y lingüístico los procesos de desarrollo afectivo y social y la forma de intervenir para mejorarlos.
En nuestra relación con los adolescentes observamos diferencias individuales significativas. Diferencias en el modo de integrar cambios personales, afrontar distintas situaciones más o menos estresantes y en definitiva vivir de una u otra manera el proceso de aprendizaje y construcción de la identidad personal.
Con el objetivo de entender y dar respuesta a los desajustes que producen los cambios característicos de un periodo vital como la adolescencia, consideramos interesante tener en cuenta el desarrollo emocional. Un patrón de actuación educativa que incluye validar las emociones de los adolescentes, empatizar con ellos y ponerse en su lugar, ayudar a identificar y nombrar las emociones que están sintiendo y regular su expresión.
Validar las emociones, acoger al joven con sus sentimientos y circunstancias es un valioso punto de partida en la intervención educativa. Considerar la funcionalidad y utilidad de las emociones subyacentes a las conductas particulares de cada joven, propicia una relación de respeto hacia su propia identidad.
Al trasmitir que somos capaces de entender sus conductas, circunstancias sociales, motivaciones, ideas e intereses sin que necesariamente las compartamos o aprobemos propiciamos un trabajo conjunto de construcción de su propia identidad. Debemos tener en cuenta que cuando proponemos un cambio debemos ofrecer otras posibilidades que sean capaces de llenar ese espacio que se deja sin contenido. Para ello no pensamos en propiciar un cambio forzado desde fuera sino en favorecer el interés del joven por su propio conocimiento y desarrollo.
Cuando somos capaces de darle nombre a algo, esto empieza a existir, a ser validado, cuestionado o modificado en función del análisis que hagamos de dicho hecho y de la percepción del mismo en términos de utilidad, conveniencia…
Cuando un joven es incapaz de identificar qué es lo que siente cuando expresa una conducta, es muy probable que se justifique desde la impulsividad, irresponsabilidad, inconsciencia….El deber del educador es ser una especie de espejo que le permita poner nombre a toda una serie de emociones y sentimientos que están detrás de los hechos observables.
Todas las emociones son valiosas, sin embargo su manifestación no siempre es funcional. La educación debe proporcionar herramientas que permitan al joven modular tal expresión. Al adolescente que pasa en un periodo cortísimo de tiempo de la euforia al abatimiento no se le puede pedir que deje de sentir de tal manera pero sí que debe tener a su disposición unos referentes que le proporcionen, como hemos señalado anteriormente, un patrón adecuado de actuación educativa emocional, base y fundamento de su propio desarrollo como persona.
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