Manuel Segura Morales. Doctor en ciencias de la educación.
En los años 80 y principios de los 90 se multiplicaron los cursos de habilidades sociales. Bajo la orientación de dos grandes maestros Goldstein y Michelson, se hacía “role-playing” o representación de habilidades, en cursos de 15 a 20 horas, con grupos que no debían pasar de 25 alumnos. Se ensayaban en esos cursos las principales habilidades sociales: dar las gracias, pedir un favor, presentar o recibir una queja, enfrentarse al fracaso, negociar, disculparse…
No importaba la preparación del grupo. Podían ser profesionales, estudiantes universitarios o de secundaria, personas sin cultura o delincuentes en la cárcel. Se les enseñaban las habilidades citadas y con eso se suponía que ya tenían la capacidad suficiente para relacionarse bien con los demás.
Las habilidades sociales eran consideradas una especie de barniz que se aplica sobre la madera. Aplicado ese barniz a una mesa fuerte, de primera calidad, la deja brillante, nueva, agradable, útil. Pero aplicado sobre una mesa podrida, a primera vista parecerá brillante y nueva, pero al apoyarnos en ella cederá, se romperá y quedará hecha astillas inservibles.
Por eso, hoy día el entrenamiento en habilidades sociales ya no se entiende como algo separado, sino como la culminación de un proceso educativo más profundo y completo. Y lo que ese proceso intenta es conseguir una meta muy ambiciosa: nada menos que educar personas. Personas que sepan relacionarse con los demás de modo asertivo. La palabra asertividad, en psicología, significa saber evitar tanto una relación agresiva como una inhibida.
Relacionarse bien es tratar a los demás con eficacia y con justicia. Eficacia para encontrar la mejor solución a cada problema de convivencia, y justicia para resolver esos problemas sin violar los derechos del otro, sin menospreciar su dignidad.
Eficacia es un concepto cognitivo: para ser eficaces en las decisiones hay que pensar, antes de actuar, qué alternativas tenemos y cuál de ellas es la mejor para mí y para los otros.
Justicia es un concepto moral; consiste en dar a cada uno lo suyo, lo que le pertenece (en dinero, en tiempo, en respeto), aunque sea débil y no se pueda vengar si no lo hacemos.
Pues bien, tanto la eficacia como la justicia suponen que conocemos y controlamos nuestras emociones: de lo contrario, esas emociones pueden nublarnos la vista y convencernos de que estamos actuando bien, con eficacia y con justicia, cuando en realidad estamos pisoteando a otros más débiles, o estamos favoreciendo a quienes gritan más aunque no tengan razón, o no nos atrevemos a tomar la decisión más eficaz por miedo o por tristeza o por cansancio.
Es decir, la verdadera educación consiste en formar personas. Y para que un hombre o una mujer, sea cual sea su edad, se convierta en persona, necesita tres cosas: saber pensar, conocer y controlar sus emociones y respetar los grandes valores morales. Una vez que esos tres factores han sido asimilados, entonces viene el momento de enseñarles habilidades sociales. Entonces esas habilidades serán barniz sobre madera sólida.
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