Roberto García
Montero. Maestro y Doctor en Educación. Coordinador del área de Formación de Peñascal
Kooperatiba.
Nuestro sistema educativo tiene un mal
estructural. Queda demostrado en las cifras de jóvenes que curso tras curso son
“centrifugados” por el sistema ordinario sin alcanzar los objetivos de la
enseñanza obligatoria. El sistema está concebido para atender al conjunto de la población joven. Sin embargo, sus resultados no son
eficientes, ya que su finalidad es proveer al conjunto de la ciudadanía de una
formación de carácter básico que garantice un funcionamiento social integrado y
normalizado. Un sistema que atiende a TODA la población y tiene unas cifras de
fracaso académico como las que existen en nuestro país, no está respondiendo de
modo eficiente a las situaciones que presentan todos y cada uno de los jóvenes
a que debe atender. Desde que el sistema es general y obligatorio, y tras pasar
por sucesivas reformas establecidas (LOGSE, LOCE, LOE, LOMCE y las que apuntan
por venir) no se ha alcanzado la adaptación necesaria como para transformarse
en un sistema inclusivo que responda a las diversas situaciones, ritmos y
circunstancias de todos y cada uno de los jóvenes que entran en él.
Lo llamativo del caso es que nunca hemos sabido con precisión de
cuántos jóvenes estamos hablando cuando nos referimos a este fenómeno. En las
últimas décadas se han utilizado distintos índices para cuantificar el
fenómeno, pero ninguno responde directamente a la pregunta que casi todos nos
hacemos ¿cuántos jóvenes salen cada curso del sistema educativo ordinario
obligatorio sin haber alcanzado los objetivos propuestos en él?
La tasa de fracaso escolar es el indicador más antiguo. Mostraba
a la población que no alcanza el título de enseñanza básica. Su problema es que
ofrecía un porcentaje sobre el total de alumnado matriculado en el último curso
y se “olvidaba” de todo el alumnado que no conseguía alcanzar ese último curso
y se quedaba por el camino. Este índice ha dejado de publicarse en los últimos
años, siendo sustituido por otros.
La tasa bruta de graduación en ESO se utiliza desde hace
algunos años por parte de la Administración Pública. Muestra “la relación entre
el alumnado que termina con éxito esta etapa educativa, independientemente de
su edad, y el total de la población de 15 años (último curso de escolarización
obligatoria)”. Es un índice que ofrece un cálculo aproximado del éxito
académico sobre lo que debiera ser, si el itinerario escolar obligatorio
finalizase en plazo. Sus déficits son que no refleja datos reales de
referencia, ya que todo aquel alumnado que supera esa edad no está incluido en
la tasa y, además, entre los que obtienen la titulación hay alumnado que supera
dicha edad. La última cifra oficial es 75,6% en España, siendo en La Rioja 69,2%.
Con estas cifras de referencia puede afirmarse que el último año 99.401 jóvenes
no obtuvieron la titulación de ESO, sabiendo que esta cifra es una estimación
del fenómeno.
La tasa de Abandono educativo temprano muestra el porcentaje de
personas de 18 a 24 años que tienen un nivel máximo de estudios de secundaria
primera etapa y no siguen ningún tipo de educación o formación. Este es un
índice de referencia en la Unión Europea por lo que se utiliza una nivelación
internacional (CINE) para poder comparar datos entre los países de la UE. Las
Administraciones públicas en España (Ministerio y Consejería Autonómicas) contribuyen
al equívoco sobre cuál es ese nivel al generar cierta confusión sobre el umbral
frontera utilizado para determinar la tasa, dándose referentes distintos según
el texto donde se recoja el índice. Según los estándares internacionales en que
se sitúan los distintos niveles del sistema español actualmente, el alumno o alumna que obtiene una titulación académica
superior al Graduado en ESO (FP Básica, FP Grado Medio, FP Grado Superior o
Bachillerato) no se contabilizaría en esta tasa. Este
índice es un dato que toma a una población que abarca un rango que abarca 7
años de edad y que no permite mostrar cada año cuánto alumnado abandona el
sistema ordinario cada curso sin éxito. El último dato público la sitúa en 17,9%
en el promedio estatal. Está aún muy lejos del reto planteado por la Comisión
Europea para el 2020 (10%). En La Rioja la tasa es del 17,1%.
Hoy en día se
entiende que contamos con las herramientas necesarias para tener un dato exacto
sobre este fenómeno y, a pesar de ello, los datos públicos no permiten conocer
el alcance de esta realidad. Quizá nunca ha interesado realmente cuantificarlo,
por las connotaciones que tendría su magnitud y lo que supondría un abordaje
serio de esta problemática, pero convendría que las cifras que se manejan
fueran más fiables y precisas.
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