Miguel Loza Aguirre. Pedagogo y asesor de Educación de Personas Adultas en
el Berritzegune de Vitoria.
El gran educador brasileño
Paulo Freire acuñó el término de “Educación bancaria”. Con esa expresión
quería denunciar que muchas veces la educación, en vez de ser comunicación y
diálogo, se convierte en un depositar contenidos por parte del educador en la
mente del educando. De esta forma, la educadora o el educador es el sujeto de
la educación y el educando en un mero objeto, algo que hay que llenar. Esta
visión supone, además, que el educando, si hace rentable ese depósito, obtendrá
los beneficios correspondientes, tal como ocurre cuando depositamos o
invertimos nuestro dinero en un banco.
Partiendo de este concepto,
se me ocurrió pensar que se podría trasladar al campo del amor en sus diferentes
manifestaciones. Y es que, en bastantes ocasiones, podemos constatar que en el
amor algunas personas son sujetos y otras son meros objetos. Esto se puede dar
en las relaciones entre padres e hijos y entre las de hombres y mujeres, tengan
estos la edad que tengan. En ocasiones, los padres y las madres consideran a
sus hijos e hijas como meros objetos y en otras, y hoy cada vez más, son los
hijos los que consideran a sus padres y madres como objetos de los que se
pueden aprovechar. El maltrato, el abandono infantil o la violencia ejercida sobre
los padres por parte de los hijos son la expresión más extrema de esa
consideración del otro como cosa, como objeto. Qué decir cuando las relaciones
son entre hombre y mujer o entre chico y chica. Cada día es más frecuente oír
aquello de que la otra persona, el chico o la chica, es para usar y tirar; o
aquello de “aquí te pillo y aquí te mato”. La violencia de género es, en este
caso, la expresión más radical de ese ver al otro o a la otra como una cosa.
Ahora bien, esa consideración del otro como algo desprovisto de humanidad lleva,
no solo a ejercer la violencia física sobre ella, sino a ejercer también la
violencia psicológica aprovechándose de ella.
Hay padres que ven en sus
hijos, yo diría que fundamentalmente a sus hijas, una inversión, un seguro para
su futuro, alguien que les cuidará cuando sean mayores. Otras veces son los
hijos los que tratan de aprovecharse de sus padres, los que utilizan el
afecto o, mejor dicho, chantajean afectivamente a sus padres para conseguir
determinadas cosas. Y esto puede ocurrir también en las relaciones entre
hombres y mujeres. El hombre puede creer que por haber amado tiene unos
derechos sobre su pareja y la mujer, de la misma manera, puede pensar lo
mismo. Y, sin embargo, nada más alejado del amor.
El amor, si es que lo es,
nunca puede ser bancario. Una madre, un padre, si aman realmente a sus hijos e
hijas, viven desde su maternidad o desde su paternidad un pequeño drama, porque
ven que ese amor creciente que dan a sus hijos e hijas no es para que se queden
a su lado, sino para que vivan su vida, para que vayan construyéndose como
personas y emprendan el camino que hayan elegido. Algo parecido debería ser el
amor de los hijos hacia sus padres. Un amor que no se sustentara en la
dependencia de sus progenitores, sino en una construcción libre de sus vidas. Y
si hablamos de hombres y de mujeres, de chicos y de chicas, el auténtico amor
sigue basándose en la igualdad y en la libertad. Siempre he pensado que amar a
una persona es, entre otras cosas, ir tejiéndole unas alas de libertad para que
vuele donde ella quiera y para, en su caso, pueda romper todas las ataduras que
tuviera, incluso si en un momento determinado, una de esas cadenas fuese el
tejedor de su libertad. Así pues, amar a una persona es darle la libertad para
que te quiera desde esa misma libertad. No quisiera amar a nadie por consideración,
por obligación, por algo que no fuese amor. Y tampoco quisiera que la persona
que me amase no lo hiciera desde su libertad, porque sé que si así fuese, ya no
sería amor lo que sentiría por mí. Entonces sería yo el que, desde mi amor,
aunque me partiese el alma, le recordaría que ha sido mi cariño el que le ha
tejido esas alas de libertad para que pueda volar lejos de mí, a donde quiera.
Eso es, para mí, el amor.