
El concepto de participación está ligado al del uso de la libertad. La propia libertad se conquista
y se desarrolla en la posibilidad de tomar decisiones y llevar a cabo lo
decidido. Educar en la libertad y en la participación implica partir del supuesto
de que estamos preparando a la persona para un futuro que no tenemos del todo
previsto (o que, incluso, es bastante imprevisto), para que haga uso de su
inteligencia, autonomía y responsabilidad. Lo cual significa que la persona
habrá de enfrentarse inteligente, autónoma y responsablemente al cambio.
Pero la participación no es solo un punto de llegada, sino
también, y sobre todo, un talante educativo. Las oportunidades que una persona,
en su proceso de formación y maduración, tiene para participar en los ámbitos
en los que se desenvuelve determinarán el nivel de actitud participativa que habrá adquirido al final del proceso
educativo. O, dicho de otro modo, cuando se priva a las personas de
oportunidades de ejercer sus posibilidades de participación y decisión,
terminarán comportándose de una manera pasiva, no participativa ni
responsable, y, desde luego, serán más expuestas a la manipulación y a la
explotación.
El desarrollo y educación para y en la participación supone
también la potenciación de una serie de habilidades, de conocimientos y de
actitudes como: saber informarse y asesorarse, determinar objetivos, descubrir
alternativas, prever consecuencias, capacidad creativa, colaboración. Educar para la participación va a
exigir respetar y propiciar las condiciones que permitan desarrollar esas
cualidades o capacidades, y proponerse formalmente su logro.
La participación requiere por parte de todos, especialmente
de los educadores: confianza en las personas,
respeto a la libertad, relaciones interpersonales ricas, conciencia de
solidaridad, actitud flexible y abierta a posibles cambios, a nuevas
iniciativas, a nuevos enfoques y a nuevos planteamientos.
Este estilo de educación no se puede reducir a una serie de
técnicas, sino que siempre supone el acompañamiento
del educador, que es el primero en “creérselo” y en vivir este talante
participativo en su propia vida. El educador (padres, profesor, animador, …)
debe potenciar los tres elementos básicos en que se basa el proceso
participativo:
1. La corresponsabilidad,
que exige la participación de todos los miembros del grupo en la toma de
decisiones, como coautores de las acciones y responsables solidariamente de
sus consecuencias.
2. La cooperación,
que es la colaboración de todos en la puesta en práctica de las acciones
decididas.
3. La coordinación,
que es el encauzamiento ordenado del esfuerzo del grupo por conseguir unidad
de acción en la consecución del objetivo común.
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