lunes, 9 de enero de 2012

Educar para la participación en la sociedad

José Ramón Pascual García. Profesor de ética social y director del Instituto de Teología de La Rioja.

La participación es el “reconoci­miento y ejercicio de la capacidad de juzgar y decidir en cuestio­nes que atañen a la propia vida en cuanto miembro de un grupo social. La participación signifi­ca también que la persona tiene conciencia de la posibilidad que se le ofrece, que tiene acceso a los medios necesarios (información, orientación, formación, estructura) y tiene el sentimiento de que su contribución ha sido reconocida particularmente en el proceso de toma de decisión. La participación no puede existir si hay alienación o explotación”. (ONU, A/36/215).
El concepto de participación está ligado al del uso de la libertad. La propia libertad se conquista y se desarrolla en la posibilidad de tomar decisiones y llevar a cabo lo decidido. Educar en la libertad y en la participación implica partir del su­puesto de que estamos preparando a la persona para un futuro que no tenemos del todo previsto (o que, incluso, es bastante imprevisto), para que haga uso de su inteligen­cia, autonomía y responsabilidad. Lo cual significa que la persona habrá de enfrentarse inteligente, autóno­ma y responsablemente al cambio.
Pero la participación no es solo un punto de llegada, sino también, y sobre todo, un talante educativo. Las oportunidades que una perso­na, en su proceso de formación y maduración, tiene para participar en los ámbitos en los que se des­envuelve determinarán el nivel de actitud participativa que ha­brá adquirido al final del proceso educativo. O, dicho de otro modo, cuando se priva a las personas de oportunidades de ejercer sus po­sibilidades de participación y de­cisión, terminarán comportándose de una manera pasiva, no partici­pativa ni responsable, y, desde lue­go, serán más expuestas a la mani­pulación y a la explotación.
El desarrollo y educación para y en la participación supone también la potenciación de una serie de ha­bilidades, de conocimientos y de actitudes como: saber informarse y asesorarse, determinar objeti­vos, descubrir alternativas, prever consecuencias, capacidad creativa, colaboración. Educar para la par­ticipación va a exigir respetar y propiciar las condiciones que per­mitan desarrollar esas cualidades o capacidades, y proponerse formal­mente su logro.
La participación requiere por par­te de todos, especialmente de los educadores: confianza en las per­sonas, respeto a la libertad, relacio­nes interpersonales ricas, concien­cia de solidaridad, actitud flexible y abierta a posibles cambios, a nue­vas iniciativas, a nuevos enfoques y a nuevos planteamientos.
Este estilo de educación no se pue­de reducir a una serie de técnicas, sino que siempre supone el acom­pañamiento del educador, que es el primero en “creérselo” y en vivir este talante participativo en su pro­pia vida. El educador (padres, pro­fesor, animador, …) debe potenciar los tres elementos básicos en que se basa el proceso participativo:
1. La corresponsabilidad, que exige la participación de todos los miembros del grupo en la toma de decisiones, como coautores de las acciones y responsables solidaria­mente de sus consecuencias.
2. La cooperación, que es la cola­boración de todos en la puesta en práctica de las acciones decididas.
3. La coordinación, que es el en­cauzamiento ordenado del esfuer­zo del grupo por conseguir unidad de acción en la consecución del objetivo común.

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