Por Javier Navarro Algás. Gerente de Fundación Pioneros
Esta sencilla
afirmación encierra la clave para realizar pequeñas innovaciones a la hora de
mejorar el sistema educativo.
Supone reconocer que los padres, familias, unidades de convivencia,
son los principales aliados de los docentes en su labor. Supone quitar presión
al sistema educativo porque es reconocer que hay problemas sociales,
familiares, económicos, que escapan al ámbito escolar y donde los docentes no
pueden intervenir en solitario.
Es habitual constatar que los encuentros entre familias y
docentes son esporádicos y se producen cuando hay problemas de conducta o
convivencia, o para la entrega de notas.
En mi opinión, el objetivo de la educación es que los alumnos
alcancen su plenitud como personas, no únicamente que obtengan un título: un
enfoque integral les posibilitará enfrentarse a la vida real con muchas más
garantías de éxito.
Me gustaría que las reuniones entre tutores y padres se celebraran
con mayor frecuencia y que se orientaran a la mejora de los alumnos
considerados como personas, no como simples receptores de información. Que
pudieran valorarse aspectos tan importantes como sus preferencias académicas,
los deberes una vez finalizada la jornada escolar, las actividades
extraescolares que realizan o que podrían ser convenientes, la necesidad de
apoyo extraescolar y cómo la comunidad educativa puede ofrecérselos.
El objetivo es conseguir que los alumnos salgan de clase con
ganas de aprender y que los padres se sientan satisfechos de la progresión de
sus hijos, no que prolonguen su día con obligaciones académicas y la presión
añadida de los exámenes, y los padres experimenten con perplejidad que ni sus
hijos están motivados ni ellos tienen capacidad para ayudarles.
Esto supone que tanto profesores como padres deben escucharse
mucho más de lo que suelen hacer y, por supuesto, abandonar posiciones de rigidez
y superioridad por cualquiera de las partes.
Quisiera insistir en que la educación es el desarrollo de
toda la persona; de las emociones, positivas y negativas; del conocimiento de
uno mismo; de tener un proyecto en la vida; no una mera transmisión de saberes.
No es sano que los jóvenes puedan reprocharnos que después de
16 años de enseñanza obligatoria e incluso estudios universitarios, tuvieron
que aprender por su cuenta el significado del trabajo en equipo, del manejo de
sus emociones en la familia, con los amigos, con la pareja, en un entorno
laboral, de la capacidad para relacionar conceptos, establecer objetivos y
priorizarlos, de la educación de la sensibilidad, de los valores morales.
Tampoco me parece sano que los padres sientan que el sistema
escolar no les escucha, ni la frustración de los docentes por las exigencias
que la sociedad deposita en ellos.
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